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Publicado por
ERNESTO ESCAPA
León

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Una queja del veterano vigilante berciano Tarsicio Carballo en el periódico, nos alertaba hace unos días del descuido que se apodera de los vestigios de la fábrica de hierro de la Somoza, en un paisaje histórico de excepcional y singular belleza. Muy cerca de las minas romanas de La Leitosa, que muestran sus barrancas rubias al Burbia, quince siglos después de la fiebre del oro vivió la abrupta Somoza su aventura siderúrgica frustrada. El país superaba el sofoco de su conflicto con la Francia posrevolucionaria, entre 1793 y 1795, y tenía destruidas y en abandono las fábricas de proyectiles y armas próximas a la frontera. Incluso los altos hornos de Liérnagues y la Cavada tuvieron que parar su actividad por falta de combustible. La católica y monárquica España vivía entonces con pánico la vecindad revolucionaria de Francia, cuyos ecos cruentos llegaban a la gente convenientemente distorsionados.

En aquel trance, el gobierno de su católica y atemorizada majestad determinó el traslado de los ingenios bélicos al noroeste peninsular, aprovechando el reducto montañoso de Asturias, León y Galicia. En el caso de esta comarca remota del Bierzo, hizo la pesquisa indagatoria a lo largo de 1796 el teniente coronel Datoli, siguiendo las indicaciones elaboradas por el presbítero Vicente de la Granja sobre recursos mineros y tradición en el trabajo del hierro. El dictamen del militar fue desfavorable al emplazamiento de una fábrica de cañones y fusiles, pero aconsejaba la construcción de una fabrica de hierro para surtir a las de armas establecidas en Asturias.

Para establecer los ingenios fabriles sobre el terreno, se desplazó al Bierzo el artillero Munárriz, especialista formado en la Casa de la Química de Segovia con el francés Proust. A sus saberes como químico, unía los geográficos y los relativos a metalurgia y minerales. Después de recorrer la comarca con detalle, propuso la instalación de una fábrica de pólvora en Quilós y otra de hierro en el ensanche del valle del Burbia por Ribón, entre Paradaseca y Paradiña. La fábrica se construyó entre 1805 y 1808, llegando a producir hierro de muy buena calidad. Pero sobrevino la invasión napoleónica y el 4 de enero de 1809 irrumpieron los franceses en Villafranca del Bierzo, saqueando la fábrica, que quedó inutilizada.

Pasado el turbión de la guerra, en 1815 una inspección oficial determinó que ya no pagaba el tiro seguir con el intento. Además de los pabellones de la fábrica, la residencia del director y los cuarteles para operarios, en el emplazamiento metalúrgico se preparó terreno para huertos domésticos, un vivero de castaños y prados para alimentar a los bueyes destinados al transporte del mineral. Su elocuencia se escucha dos siglos después.