Amable Arias, el escritor que se empeñó en ser
La vida de Amable Arias se reparte entre dos fronteras. La primera es una película del neorrrealismo italiano, la segunda, la de la voracidad de un artista que, como los del París de finales del siglo XIX, hizo de su vida, arte. En conjunto, el el genio berciano tuvo una existencia titánica en la que las mujeres -su madre, las artistas del teatro y su mujer- fueron pigmaliones de una obra que aún a día de hoy sigue descubriendo el tesoro de la audacia y la libertad creativa
Amable Arias aún suma años, años de vida y de creación, porque su obra no se acaba nunca. Una exposición de su obra plástica, Entre bambalinas, le recuerda ahora en San Sebastián, igual que en otras ocasiones lo hizo en capitales europeas. Si, a pesar de su muerte, Amable Arias —cuarenta años después de su fallecimiento— sigue cumpliendo vida, vida que como ocurre con los maestros crea nuevas perspectivas artísticas en cuantos le leen y le admiran.
Ahora que se rememora a Miguel Hernández, no está de más recordar que otro autodidacta, esta vez de Bembibre, tuvo la voluntad de superar el desencanto de parte de su vida para pasar del diletantismo a la creación de nuevos lenguajes poéticos, una hazaña de la determinación y la valentía que llevó a Juan Manuel Bonet a asegurar que cuanto más pasara el tiempo más visible sería «hasta qué punto fue grande este pintor oscuro y doliente y peleón, que supo definir, en soledad, un mundo propio, y que también cultivó la poesía».
Ayudando a su madre en el Teatro Principal escribió: "Cada día soy menos de lo que soy para ser lo que seré"
Amable Arias no puede encasillarse en ningún género concreto. Además, y según destaca Jovino Andina, el autor muestra multiplicidad de intereses y lenguajes que responden a códigos diferentes. Una primera e infantil novela, Caparrota, que quedaría inédita; un libro de dibujos y poemas tan pronto agresivos como tiernos, La Mano Muerta, editado en 1980; un volumen colectivo de escritores y artistas titulado 23, aparecido en 1981; y otro, Sobre el vaivén de las cortinas, que vio la luz póstumamente en 2003; además de una buena serie de artículos y ensayos en diversas revistas y periódicos, entre ellos el semanario ponferradino Aquiana. «Y eso sí, siempre dentro de un estilo rompedor y de posicionamiento comprometido, en aras de un mundo más justo. Su afán experimentador le llevó asimismo a hacer ensayos poético-musicales en grabaciones magnetofónicas», destaca.
Amable nació en 1927 en Bembibre. Al poco de empezar la Guerra Civil, cuando con 9 años jugaba en la estación, un vagón situado en vía muerta le aplastó contra un muro. Se sometió a lo largo de cuatro años a catorce graves operaciones que le provocaron una cojera que le obligó a utilizar muletas.
En 1942 la familia se trasladó a San Sebastián. Fueron años de reclusión durante los cuales Amable no recibió enseñanza alguna. El padre, José Arias de la Huerta, fue un maltratador a quien finalmente un juez obligó a abandonar la casa familiar y la ciudad. Como gesto significativo de su catadura moral basta conocer un detalle: se negó a incluir a su hijo en la Cartilla Médica para que no fuera atendido sanitariamente. Esta carencia la sufrió toda su vida.
Un accidente de tren a los nueve años le aplastó contra un muro y pasó catorce graves operaciones en cuatro años
Amable fue mejorando con penicilina que su madre, Pilar Yebra, conseguía de estraperlo con gran esfuerzo económico. Hacia 1952 recibió unas clases de dibujo, exclusivamente acuarela, en el estudio del pintor Martiarena.
Cuenta Maru Rizo, la viuda de Amable Arias, que su suegra consiguió un trabajo en el guardarropa del donostiarra Teatro Principal y Amable le ayudaba con la entrega de prendas. «Allí encontró un mundo nuevo, pero descubrió algo más, su nula cultura, y es en ese momento de inflexión que escribe: Cada vez soy menos lo que soy, para ser lo que seré».
Comenzó el devenir de un nuevo Amable. Maru cuenta que pasaba las mañanas leyendo vorazmente en la cercana Biblioteca Municipal a la que por las tardes acudía de nuevo entre el inicio y el final de las representaciones. «Sin nadie que le aconsejara optó por los autores cuya fisionomía le resultaba más atrayente, y así, con casi veinticinco años, entró de golpe desde el mundo de los tebeos al mundo de la filosofía, el arte y la literatura. Esos componentes de ausencia de cultura e inteligencia excepcional se conjuraron para forjar a alguien único; así tuvo que ser y así fue», dice.
Maru se convirtió para Amable en una colaboradora necesaria. «Posé cientos de veces, vestida y desnuda; le ayudé en su idea de conseguir eso que parece no servir para dibujar o ser dibujado y ahí están el Copiador 1.000 hojas, de papel de arroz; el Rollo, una tira de cerca de 95 metros de papel encerado»... Destaca que en los Papeles Chinos eran cuatro manos con cuatro plumines las que pasaban las levísimas piezas de papel de seda manchadas con polvo de pastel Rembrandt y en las grabaciones sonoras dieron vida a poemas experimentales, actuando en una especie de vida/performance.
Custodia de su vida y de su creación, Maru Rizo destaca que la obra escrita de Amable difiere de su obra plástica. «Son sus textos más sociales, más políticos y tocan los temas que le comprometían: la pobreza como dignidad; la religión como elemento destructivo del pensamiento; Bembibre como arcón de memorias; el azar como elemento imprescindible; yo como tantas cosas, el marxismo como teoría de conocimiento; los animales del campo berciano —y alguno como los elefantes o los dromedarios, algo más exóticos— como ampliación existencial; la codicia como hacedora de sufrimiento; la libertad como empeño; el Bierzo como impulso estético; el arte como facultad/dificultad existencial; la noche como aproximación al yo»... la valentía: Quién y quienes rescatarán este siglo de infamia mientras fumo y leo estoy perdido para siempre del mundo. Pero me habéis de ver en la mañana al doblar la calle fumando y riendo y luchando por el rescate de la humanidad.
Dijo Rogelio Blanco que la obra de Amable Arias está ahí como eterno mensaje que requiere lectores. «Como mensaje contra la cobardía humana, un eterno innecesario que exige enfrentarse y superar».
También Jovino Andina explica que los versos del poeta berciano no se adaptaban a las normas clásicas de medida y rima, «escribiendo — dice él— de la forma que a mí me gusta sin problemas de sintaxis semántica y semiótica, y manteniendo una postura ética marxista». El Instituto de Estudios Bercianos editó en el año 2003 la primera obra póstuma de Amable Arias, Sobre el vaivén de las cortinas, que recoge 35 poemas escritos diez años antes de morir, y con ilustraciones elaboradas en papel de hilo coloreado con rojo de labios y sombra de ojos, «que dan al libro un resultado sutil y muy estético», manifiesta el historiador.
La siguiente obra en aparecer, Sherezades, que vio la luz en noviembre de 2005, reúne una amplia selección de textos sobre sus relaciones con distintas mujeres que dejaron huella en su vida: unas por amor y otras por amistad, o por sus situaciones o actitudes.
En sus manuscritos no hay una ortografía ortodoxa, se inventa abreviaturas y usa términos que no están en diccionarios
Un libro oral, ya que no fue escrito de su puño y letra, sino fruto de las conversaciones con Maru Rizo, que insiste que los textos de su marido tienen una gran dificultad de transcripción. «En sus manuscritos no hay una ortografía ortodoxa, su letra es complicada, se inventa abreviaturas y usa algunos términos que no aparecen en diccionarios, aunque se los he oído tantas veces que acabo dándolos por buenos», explica y señala que la hermenéutica tiene en la ‘traducción’ tiene aquí mucho papel. «Lo comento porque no sería raro que, en un futuro, si alguien tuviera que hacer mi mismo trabajo de traducción llegaría, en ocasiones, a conclusiones distintas».
Amable Arias fue su propio Prometeo, el que se divorció de los falsos dioses para entregarnos a todos el fuego de la lucha contra la miseria y el horizonte de la libertad. Su obra nos muestra que se puede vencer la miseria y la cobardía entre las bambalinas de la vida.