Doce años increíbles
Consolidación del líder. 4/7
Los siete últimos directores de Diario de León celebran el 110 aniversario del periódico recordando su etapa. En los doce años de Martínez Carrión se produjo una rápida expansión en todos los frentes reafirmando el liderazgo informativo.
Ser el director del Diario durante doce años, previo paso por casi todas las secciones del periódico en los cinco años anteriores, es una actividad que imprime carácter y condiciona el desarrollo profesional para el resto de la vida. DIARIO DE LEÓN ha sido, es y seguirá siendo una gran escuela de periodistas y uno de los mejores periódicos de provincia de información general de España. No es una exageración sino un hecho contrastable.
Mi contribución a estos 110 años de éxito forma parte ya de la historia y será juzgada con el paso del tiempo. Yo, por de pronto, me considero muy orgulloso de haber sido desde redactor en prácticas (1978) hasta director durante doce años (1985-1997). Son 19 años de mi trayectoria profesional y personal, pero también una parte importante de la historia del Diario. Siempre he considerado que un periodista debe ser crítico con la realidad que le rodea, que noticia es desvelar aquello que no se quiere que se conozca. Y lo debe hacer desde la más rigurosa independencia, buscando siempre la verdad, contrastando las informaciones y siendo leal a sus lectores.
DIARIO DE LEÓN siempre respetó mi trabajo y yo siempre correspondí con lealtad. Desde aquel 1 de julio de 1978, cuando, con apenas veinte años, me presenté en la vetusta y oscura redacción de la calle Pablo Flórez como redactor en prácticas. Allí conocí a mi primera jefa, Camino Gallego, una de las primeras mujeres en España que llegó a redactora jefa, y a mi primer director, Íñigo Domínguez. Tras las presentaciones, lo primero que hizo Camino fue mandarme, armado de un bolígrafo y un bloc de notas, a la calle a cubrir una información.
Nunca había estado en León. Pero daba igual. Así han sido siempre las prácticas en DIARIO DE LEÓN. Desde el primer día te mandan a la calle en busca de la noticia, a espabilarte, a patear las calles, a entrar en las instituciones públicas, a llamar a la puerta de las empresas privadas, y a buscar, preguntar, seleccionar y resumir. Lo sorprendente de ser redactor en prácticas en 1978 y 1979 es que uno se integraba de verdad en la plantilla del Diario. Hasta tal punto que me dejaron firmar columnas de opinión. ‘El gallo’ fue el título. Tremenda responsabilidad. Y la ejercí con entera libertad, a pesar de que en esos tiempos el Diario era un periódico muy conservador, ligado al Opus Dei y a las grandes empresas, aunque ligeramente crítico con el sistema heredado del franquismo, lo que le daba un aire liberal frente a La hora leonesa, el periódico del Movimiento y aún más retrógrado.
Tras el obligado y peligroso, profesionalmente hablando, paréntesis del Servicio Militar, me incorporé como delegado del Diario en El Bierzo. Nunca olvidaré esta experiencia de dos años. Fue mi auténtica escuela de periodismo. Allí ejercía de director de mis propias páginas, con absoluta libertad y, a veces, con tanta que éramos la «república independiente de El Bierzo», donde se nos toleraba lo que no se permitía en la redacción central de León. Aprendí a ser analista y cronista político. Firmé una columna semanal de opinión bajo el título general de ‘Crónicas bercianas’. Me costó abandonar El Bierzo.
Eran años cruciales porque volví en pleno proceso de transformación del Diario. Estaba en juego la propia supervivencia del periódico. Un grupo de empresarios audaces y arriesgados, como Panero, Torío, los «Gocheros», Rey y Martínez Núñez, liderados por un audaz gerente, Pérez Villar, concibieron el proyecto de ampliar capital y optar a la compra de La hora leonesa, el periódico del Estado que se subastaba en 1984. Y se compró. Me tocó, por orden del joven y también inquietoJosé Luis Rodríguez, director y director general del Diario, ir comisionado a La hora leonesa para dirigirla hasta que los trabajadores decidiesen si seguían en el periódico u optaban a la plaza de trabajadores laborales en la Administración del Estado, que es lo que les ofreció el Gobierno del PSOE de entonces.
Esta breve etapa de apenas seis meses fue apasionante y hasta revolucionaria. Teníamos absoluta libertad para hacer un periódico totalmente distinto al Diario, así que optamos por una línea editorial muy liberal, de centro izquierda, frente a la de centro-derecha del Diario. Fue muy difícil conseguir la colaboración de los trabajadores de La hora, ya que siempre consideraron que el Diario era una especie de usurpador.
Y cambiaron las mayorías en el consejo de administración del Diario, el histórico Ángel Panero cede su cargo de presidente a un empresario berciano de la construcción, con grandes planes para el resto de la provincia, Servando Torío de las Heras. Junto a él se consolidan en el consejo otros fuertes empresarios del Bierzo, como el minero Rey o el constructor Martínez Núñez.
En este contexto de cambios accionariales me proponen en agosto de 1985 el cargo de director. Yo tenía apenas 27 años. Me convertía en aquel entonces en el director más joven de un periódico de toda España. Y acepté. El invento funcionó y la apuesta fue un éxito. No lo digo yo, aunque me siento orgulloso, sino los datos de venta de periódicos, la consolidación de la redacción con uno de los grupos de profesionales que mejor ha habido en toda la historia del Diario, de modernización de las instalaciones y de la oferta editorial.
Pero poco duró la alegría del joven director. A los pocos meses, en 1986 se quiebra la unidad del consejo de administración y lo abandonan destacados empresarios bercianos, entre ellos Antonio Rey y Martínez Núñez. Seguidamente estos empresarios ponen en marcha un nuevo proyecto editorial, La crónica de León, dirigida por el veterano periodista de la agencia Efe, Pacho Reyero. La sorpresa salta cuando un día a primera hora de la mañana nada más sentarme en el sillón de director del Diario, en la calle Lucas de Tuy, entran en mi despacho una serie de compañeros, algunos de ellos de mi más estrecha confianza, para informarme de su firme decisión de abandonar el Diario, renunciando al preaviso de los 15 días legales y consiguientemente a la indemnización correspondiente. Una conspiración de manual, urdida en secreto y ejecutada como un golpe de estado
Ese grupo de periodistas se integró ese mismo día a La crónica de León, con el fin de acabar lo más rápidamente con la hegemonía periodística del Diario, una hegemonía a la que ellos habían contribuido en meses anteriores con notable éxito. Pasaron del amor al odio en cuestión de días. Son esas decisiones personales y profesionales que siempre cuestan entender.
El golpe emocional fue tremendo, pero breve. Recuerdo haber llamado al presidente Servando Torío y su contestación fue la de un gran empresario veterano curtido en mil batallas: «¿Y de qué te preocupas? Contrata a otros periodistas y adelante con tu trabajo. El Diario está por encima de todos nosotros».
Bálsamo de fierabrás. En poco tiempo se reestructuró la redacción, hubo nuevo reparto de responsabilidades y se incorporaron nuevos nombres, que con el paso del tiempo demostraron ser alguno de los mejores periodistas de la historia del Diario. El equipo de la redacción del Diario salió fortalecido de aquella inesperada crisis y mucho más motivado ante la aparición de una nueva cabecera.
Siempre he defendido la competencia y que la auténtica libertad de expresión se ejerce en el kiosco de prensa, en el dial del aparato de radio o en el mando a distancia de la tele. Ahí es donde el lector elige. Y los lectores leoneses siguieron avalando el trabajo de DIARIO DE LEÓN, su alta calidad, su profesionalidad, ejercicio de la pluralidad, libertad y compromiso con León.
El único objetivo de mi labor como director fue mejorar constantemente la calidad del Diario, consolidar el equipo humano, quizás el mejor de toda la historia de la cabecera, y colaborar en el gran reto que supuso el salto cualitativo de las ya angostas instalaciones de Lucas de Tuy, en pleno centro de la ciudad, al polígono industrial de Trobajo del Camino, con una modernísima rotativa, nuevos sistemas informáticos y con una de las instalaciones más modernas y avanzadas tecnológicamente de toda la prensa española. Estábamos poniendo las bases para afrontar con éxito los retos que se nos avecinaban con la entrada en el siglo XXI.
Este proceso de modernización fue posible con la llegada de un empresario moderno y dinámico como Antonio Vázquez Cardeñosa —con el respaldo de su padre, Antonio Vázquez (Piva)— y de una gestión más profesional del Diario como empresa, de la mano de un excelente director general, José Gabriel González Arias, con quien, como buen director, tuve roces profesionales, pero que siempre superamos en armonía y pleno entendimiento a base de negociación y consenso y muchas veces bajo la sonrisa irónica de Antonio Vázquez.
Confieso que cuando se hizo pública la venta del Diario y su compra por parte de Antonio Vázquez, mi reacción fue la de recoger mis efectos personales antes de presentar mi dimisión. Yo conocía la estrecha amistad entre el alcalde Morano y Vázquez y yo había sido muy crítico con la gestión de Morano. Pero la sorpresa fue que la nueva propiedad me ratificó en el puesto y me otorgó toda su confianza.
A nivel estrictamente periodístico, los doce años de mi dirección se caracterizaron por cambios profundos tanto desde el punto de vista formal como de contenido. Pusimos en marcha suplementos diarios sobre Educación, Ciencia, Motor, Economía o la Revista dominical.
Pero, sobre todo, el Filandón, el suplemento cultural semanal, portavoz de las letras leonesas durante muchos años y referente de la cultura de la provincia, tanto fuera como dentro de ella.
En esa época fuimos, asimismo, pioneros de grandes iniciativas editoriales, como la oferta de fascículos dominicales, muy bien editados a todo color, que tuvieron una gran repercusión y algunos de los cuales han pasado a la historia de la divulgación y de la ciencia leonesa. Como la «Historia de la guerra civil en León», «Las comarcas de León», «Las Vidrieras de la catedral de León», «Las catedrales de Castilla y León» y otros tantos títulos, algunos de los cuales provocaron colas desde primera hora en los kioscos de la provincia para hacerse con ejemplares.
En este contexto hay que destacar, en primer lugar, la introducción del color en la edición diaria, que fue inaugurada con la visita de los Reyes de España a la Universidad de León, y la edición del DIARIO DE LEÓN del Bierzo. Y, en tercer lugar, una escalonada reducción del formato del periódico, que comenzó manteniendo el formato de la antigua Hora leonesa, casi de sábana y a seis columnas, hasta el casi tabloide actual, con cinco columnas. Todo ello supuso una adaptación a los gustos cada vez más exigentes de los lectores.
Como periodista de la vieja escuela que me considero, siempre defendí que el director del periódico debía mantener una columna de opinión semanal. Así nació ‘La conexión leonesa’. Siempre manifesté mi opinión con absoluta libertad y para dejar claro que era la opinión del director y no la del periódico, también introduje el editorial diario, en el que sí se expresaba la opinión del periódico.
‘La conexión leonesa’ me granjeó eternas amistades y enemigos acérrimos. Recuerdo la reacción del siempre fanático Rodríguez de Francisco cuando empapeló todo León con carteles que rezaban «Carrión, cabrón, dimisión» o las llamadas telefónicas casi siempre a deshora del entonces secretario general del PSOE provincial, Rodríguez Zapatero, para pactar alguna exclusiva. O al presidente de AP y alcalde, Mario Amilivia, adelantando algún acontecimiento principal para la ciudad.
Sí, es cierto que algunas veces jugué casi a ser más político que periodista. Y me arrepiento de ello. Como cuando una serie de líderes políticos (Zapatero, Amilivia, Luis Aznar y otros) y yo, como director del Diario, nos conjuramos para poner en marcha el denominado Pacto Cívico que, contra natura, desalojó de la Alcaldía de León al entonces independiente Juan Morano. Aquel invento fue un error mayúsculo.
De aquellos años de duro compromiso profesional y de ejercicio de la libertad se derivaron más de veinte querellas, la mayoría de ellas por presuntos delitos de injurias y calumnias o similares. Ninguna prosperó, salvo una. Todos, yo el primero, cometimos una serie de errores al no contrastar debidamente una información y nuestro abogado se dejó llevar por una seguridad jurídica que no nos amparaba y fui condenado. Aquel desliz nos hizo aún más fuertes y redobló nuestros controles de seguridad informativa.
En 1997 abandoné voluntariamente el Diario. Aproveché un cambio de propiedad. Antonio Vázquez vendía al poderoso grupo gallego de La Voz de Galicia. Acepté la oferta que el director general de Caja España, el inolvidable y añorado Ángel Montero, y el presidente de la misma, el abogado Javier Fernández Costales, me hicieron para dirigir el departamento de Comunicación de la Caja. Me fui con la tranquilidad del deber cumplido y sabiendo que otro gran profesional, quien fue siempre mi director adjunto, Fernando Aller, se ponía al frente de la redacción. Con este nombramiento se aprobaba una asignatura pendiente y hasta una injusticia, porque Fernando Aller siempre debió ser antes que yo director del Diario.