El gran fiasco del Órbigo
Quince años después del traumático cierre de la azucarera, la industria no ha cumplido ni una de sus obligaciones y el centro de biocombustibles no se ha convertido en la prometida alternativa.
«Yo era jovencín y venía desde La Bañeza con los bueyes y la remolacha; los bueyes echaban humo», describe Eusebio Vecilla Santos (93 años) con las ruinas de la azucarera de Veguellina de Órbigo como escenario de fondo. Las observa con cierta pesadumbre al otro lado de las vías del tren y recuerda anécdotas de la que fuera la azuarera más antigua de las que han funcionado en León, como el incendio provocado por una chispa en 1946 que obligó a parar la industria en plena campaña remolachera.
Parece que no se hubiera rehabilitado desde entonces, a juzgar por el aspecto desolador que presentan todavía hoy los restos de la azucarera en el casco urbano de Veguellina. Cascotes, cristales rotos y escombros son ahora los iconos de una reindustrialización fracasada, en la que las promesas se han ido esfumando desde que la planta fuese cerrada hace quince años. Ni la empresa ha cumplido uno solo de los compromisos adquiridos públicamente ni las Administraciones han logrado crear alternativas al sector remolachero en esta zona, ni siquiera después de invertir nueve millones de euros en un centro de investigación en biocombustibles.
«De momento, la cosa está parada», es todo lo que alcanza a decir la alcaldesa de Villarejo de Órbigo, Estrella Fernández, después de un lejano encuentro con responsables de la industria. Ese «todo» incluye renunciar al desarrollo residencial e industrial de Veguellina comprometido como compensación al cierre de la azucarera en 1998. Lo último que trascendió a este respecto ocurría en el 2006. Ebro-Puleva, entonces propietaria de la azucrera, escenificó en un acto público un convenio con el Ayuntamiento de Villarejo, entonces representado por el alcalde Carlos Mayo, para transformar los terrenos de la vieja azucarera. Más de un centenar de vecinos fueron testigos de aquel pacto, sellado por parte de la empresa por Jaime Carbó, en aquel momento director general de Ebro. Aquel texto se estuvo redactando durante once meses y comprometía a la multinacional a la cesión de 49.096 metros cuadrados, sobre los casi 87.900 totales. La superficie clsificada como lucrativa en la que se tenía previsto aplicar actuaciones industriales era de 24.000 metros cuadrados. El espacio residencial reservado era entonces de unos 15.000 metros cuarados.
La empresa agroinustrial también se comprometió en aquel momento a destinar 1,2 millones de euros para construir una casa de cultura, además de ceder un edificio y el canal de eliminación de lodos que se encuentra entre la fábrica y el río Órbigo. El Pleno municipal ratificaba el 23 de noviembre del 2006 ese acuerdo, que comprometía al Ayuntamiento a variar el planeamiento general para reclasificar los terrenos de Ebro. Entonces se pretendía dar una nueva cara a los accesos a Veguellina con un bulevar y una nueva zona residencial. Jaime Carbó subrayaba en aquella fecha su satisfacción «después de unos años en los que la imagen de la empresa aquí no era la mejor».
Sólo la casa de cultura
De todo lo prometido, lo único concluido es la casa de cultura construida en un pueblo en el que cada vez quedan menos vecinos —según el INE, hay un 10% menos de población que en la fecha del cierre de la azucarera—. La regidora no tiene constancia de que se hayan cambiado las normas urbanísticas para recalificar los terrenos. Lo único que confirma es que en el recinto de la fábrica el Ayuntamiento de Villarejo tiene cedida una nave que utiliza como almacén. El resto es historia; de momento, porque ni las ruinas de la azucarera ni los barracones utilizados como viviendas por los empleados deberían quedar en ese estado eternamente.
El segundo elemento que compone el fracaso de la reindustrialización de la zona después de que un centenar de personas perdieran su trabajo con el cierre de la azucarera es el desarrollo del polígono industrial del Órbigo. Prosilsa, la promotora de suelo industrial de León en aquel decisivo momento, anunció la urbanización de 120.000 metros cuadrados cedidos por la Junta Vecinal de Villarejo. El desarrollo de este nuevo entorno industrial se inició con más expectativas que realidades. Hoy tan sólo hay una pequeña representación de la industria agroalimentaria y la sede del Centro de Investigación en Biocombustibles y Bioproductos, un laboratorio en el que la Junta invirtió nueve millones de euros y que todavía hoy no ha ofrecido alternativas económicas para la zona, como era uno de sus objetivos.
Reducción drástica
Partiendo de que este centro nunca se planteó producir biocombustibles, como ha sido la alternativa planteada para compensar los cierres de azucareras en Salamanca, tampoco ha beneficiado a la agricultura de cultivos energéticos en la zona del Órbigo. De partida, las inversiones en este centro se han reducido de forma drástica. En los últimos años ha manejado presupuestos —siempre con financiación externa—, como los 750.000 euros de un proyecto de innovación en cultivos energéticos o los 425.000 euros destinados a estudiar el aprovechamiento de biomasas, por citar algunos, pero en la actualidad el laboratorio cuenta con una aportación de 50.000 euros para I+D+i, lo que ha despertado ciertas reservas en torno a su futuro. «Lo que yo hablo con la viceconsejera de Medio Rural es que León se mantiene; el cierre no está planteado, desde luego», precisa de manera rotunda el jefe del Área de Innovación y Optimización de Procesos del Instituto Tecnológico de Castilla y León, Manuel Ariza Martín.
Es la persona designada por la Consejería de Agricultura para explicar el balance de este centro desde que fuese inaugurado en el año 2009. El proyecto más ambicioso en el que se ha trabajado desde el laboratorio de Villarejo es el estudio de la producción de energía en España a partir de biomasa de cultivos energéticos. Se realizó entre el 2005 y el 2012 pagado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y ahora está parado a la espera de conocer si se amplía su desarrollo un par de años más. En la abundante documentación enviada por el Itacyl, no se cita en ningún momento los cultivos del Órbigo ni alternativas para ellos, sino que hace conclusiones a gran escala sobre este tipo de cultivos, tanto para León como para cualquier otro territorio. Entre otras conclusiones de este largo y costoso estudio se dice que «sería fundamental aumentar el rendimiento por hectárea del cultivo de pataca para mejorar su viabilidad económica» o que se ha elaborado un banco de clones de diversos cultivos para su utilización para uso industrial, algo realmente remoto en los momentos por los que atraviesa la generación de biocombustibles.
En este centro también se han llevado a cabo o se siguen desarrollando otros dos proyectos. Uno de ellos tiene que ver con la producción de energía con las biomasas de residuos agrarios y otro con producir biocombustibles con el suero que sobra a la industria quesera.
Aunque en la práctica, los agricultores locales desconocen toda esta información. Ariza, no obstante, asegura que a partir de ahora se realizará una labor de divulgación para dar a conocer, territorio por territorio, los resultados de sus investigaciones y la posible aplicación al campo de Castilla y León.
Entretanto, la decadencia en el municipio del Órbigo es cada vez más patente. La reliquia en la que se han convertido los vestigios de la azucarera ensucia el paisaje de este pequeño ayuntamiento de 3.244 habitantes. Multitud de cigüeñas han creado una de las colonias más importantes de la provincia en las chimeneas y techumbres semiderrumbadas de los edificios industriales. En su interior se pueden ver montones de electrodomésticos abandonados. El único gesto de vida en esta fábrica fantasma son los ingeniosos mensajes y dibujos de los grafiteros. «La situación es muy triste», asegura Desiderio Sutil, presidente de la Asociación de Empresarios de Veguellina de Órbigo. Al momento de incertidumbre que se vive en todo el país se suma «la asignatura suspensa de haber mantenido a la gente en los pueblos», lo que da como resultado un municipio más empobrecido, solitario, sin expectativas para la población más joven. «Desde que cerró la azucarera hemos ido bajando en pendiente; el verdadero problema no fue la pérdida de empleo, sino la de poder adquisitivo». «El camionero —añade— ya no viene, el del tractor tampoco; todo funcionaba mejor con la remolacha».
Santiago, el taxista, confiesa que hay «hasta dos o tres días seguidos» que no hace ni una carrera. «Días de nada de nada», agrega. Poco que ver con los compañeros de La Bañeza, donde la azucarera da una vida especial a la ciudad.