Que usted pasee en paz
Vecinos del centro urbano de León hacen sus trayectos diarios sobre lápidas recicladas del viejo cementerio de la capital.
«¡Dios santo! Toda la vida viviendo aquí y nunca jamás me había fijado. Sí, sí, claro que se quiere leer un nombre». La reacción de una vecina de San Esteban es la de alguien que lleva quince años en el barrio y no se ha percatado de que los bordillos de las aceras sobre las que camina a diario son lápidas con nombres, apellidos, incluso fecha de defunción. Según la información recacabada por este periódico se trataría de un conjunto de dos docenas de piedras recicladas del viejo cementerio de la capital, muy cercano a esta barriada. Todas ellas debieron de ser colacadas en la misma etapa y también todas ellas son piedras de mármol rosa y azulado que coinciden con los materiales con los que fue construida la iglesisa de Lois, en la montaña oriental leonesa, conocida precisamente por la majestuosidad de esta piedra como la catedral de la montaña oriental.
Rareza urbana. Las lápidas son una rareza absoluta dentro de la ciudad. La calle del Maestro Uriararte, una cuesta que se inicia en Padre Isla y culmina en la avenida de Asturias, tiene toda una acera en cuyos bordillos se pueden leer leyendas fúnebres, como «sepultura perpetua». También se pueden identificar claramente nombres como Daniel Redondo o fechas de enterramiento, como una lápida de 1890 —año en el que León sólo tenía un camposanto—. Por los datos recopilados, estas lápidas bien podrían haber sido trasladadas desde el propio cementerio, muy cercano a la calle, o también pudieron ser recicladas de la plaza Mayor de la capital, en la que se podían ver hasta no hace muchos años lápidas del viejo cementerio. La documentación histórica del Ayuntamiento revela que las piedras habrían sido colocadas durante la reparación de parte de la calle cuando ésta se levantó para construir la escalera que da acceso a la avenida de Álvaro López Núñez. La calle existe, al menos, desde 1950, aunque su nombre actual en memoria del músico que compuso el himno a la Virgen del Camino, Manuel Uriarte Blanco, data de 1969.
Por las crónicas del momento debió de ser idea del que fuera alcalde de León y presidente de la Diputación, José Eguiagaray Pallarés, muy conocido por la modernización de la ciudad que impulsó entre 1946 y 1951, años en los que fue alcalde de León. En aquel momento, como ya ocurrió con la plaza Mayor, la forma de reutilizar las lápidas del cementerio viejo fue la ‘legal’. Las piezas a reutilizar, como ya hacían los romanos en su momento, se ponían al revés, de modo que las letras no se veían, o se picaban para difuminar las identidades de los fallecidos. En el caso de la calle del Maestrro Uriarte, se puede apreciar claramente cómo las letras han sido picadas con un punzón o pieza similar para reutilizar las lápidas a sabiendas de su procedencia. Curiosamente también se ha arrancado la pasta negra con la que se cubrían estas inscripciones para que no se puedera identificar a los muertos, pero todavía quedan muchos restos visibles. En otros casos las letras simplemente se han rayado, aunque la caja de escritura es perfectamente apreciable. Son varias las referencias documentales a estas lápidas en actas y expedientes municipales, y todas ellas vienen a coincidir que no tienen valor artístico ni histórico, puesto que parecen ser de finales del siglo XIX. En este momento, León todavía no traía mármoles selectos del sur de España, por lo que los materiales son los mismos en todas las lápidas de la época: mármoles de la montaña leonesa en colores blanco, gris, azul y rosado.
En época pobre. No existe ni una sola fuente documental que cite el traslado de estas lápidas o su reciclado. Sólo el desaparecido cronista de León Luis Pastrana Jiménez dejó constancia oral de este hecho en respuesta a investigadores que pretendían conocer en los años 90 el paradero de los panteones y tumbas del viejo cementerio de León. «Parece ser que, en una época de carestía económica, el Ayuntamiento de León aprovechó lápidas de mármol que no habían sido reclamadas por sus propietarios para pavimentar la plaza Mayor», recuerda el archivero y ahora procurador en las Cortes autonómicas por UPL, Alejandro Valderas. Esto debió ocurrir a partir de 1932, cuando se dejaron de realizar enterramientos en la carretera de Asturias, y más probablemente después de 1940, fecha en la que se hacen los primeros traslados de panteones. «Le fecha más probable puede ser la década de 1940 hasta 1950, cuando algunas de estas tumbas ya estaban en el Museo de San Marcos.
«Efectivamente —añade Valderas—, los soportales de la plaza Mayor estaban pavimentados con grandes placas de mármol de la montaña leonesa hasta los tiempos de Juan Morano como alcalde de León (años setenta y ochenta), en que se sustituyeron por otras. Pero todas las obras de peatonalización acometidas en el entorno monumental durante la etapa de Cecilio Vallejo como edil de Urbanismo no dejaron ni una sola pieza antigua.
En torno al año 2004, Valderas y el investigador Juan Carlos Ponga localizaron restos de lápidas funerarias posiblemente del siglo XIX, con inscripciones muy similares a las de la calle del Maestro Uriarte, en un montón de escombros situados en el solar de la Lastra perteneciente a los almacenes municipales. Eran escombros procedentes de aceras levantadas, así como de pavimentos de los jardines de Papalaguinda y La Condesa, puesto que se identificaban muy bien los restos de las fuentes y bancos de piedra artificial de estas zonas ajardinadas. Esta montaña contenía varios adornos de piedra barrocos de procedencia desconocida —uno sigue en la oficina municipal de UPL esperando que alguien lo reclame— y muchos bordillos de granito. «La explicación que nos dieron fue que era frecuente reutilizar estos materiales para hacer pequeñas reparaciones en la ciudad y que por eso se almacenaban en instalaciones municipales».
La intrahistoria de estas lápidas resulta muy curiosa dentro de su contexto histórico y social. Son muchas las referencias relativas al primer cementerio de León, que se abrió hacia 1809 en las fincas inmediatas a la ermita de San Esteban, señorío desde la Edad Media de la Abadía de San Isidoro. Es más que probable que la capilla del cementerio, citada en diversos documentos del siglo XIX, sea la antes llamada de San Esteban que dio nombre al barrio en el que se levantó. No obstante, no se tienen noticias sobre el paradero de la imagen titular ni de las inscripciones romanas documentadas hasta el siglo XVIII en esta ermita. Ya a finales del siglo XIX, la capilla del cementerio se denominaba del Santo Cristo. Este cementerio se estrenó con el entierro de un personaje local apodado ‘Barrabás’. Fue durante la ocupación francesa y el nombre del primer finado no es que ayudara mucho en aquel momento a popularizar el camposanto, de modo que fueron necesarios varios bandos y apercibimientos municipales para promover su uso, tal y como se relata en el libro La ciudad de León durante la Guerra de Independencia , editado por la Junta de Castilla y León (páginas 36 a 43). Su superficie fue ampliándose por fases en 1861 y 1895 y finalmente las inhumaciones cesaron en 1932 al comenzar las obras del nuevo cementerio de Puente Castro, como documentó Tomás Cortizo Álvarez en el estudio Propiedad y producción de suelo , publicado por la Universidad de Oviedo.
Papeles humanos. Sobre su solar se construyó después un hospital de maternidad, actualmente reconvertido en la residencia de mayores propiedad de la Diputación Provincial. Los jardines de este recinto están circundados por una impresionante reja artística que podría haberse recuperado del viejo cementerio. Existen varias actas de Pleno en el Ayuntamiento de León que aprueban permisos para el traslado de restos humanos y panteones del viejo al nuevo cementerio, lo que explica que algunas de las tumbas que actualmente se encuentran en el camposanto de Puente Castro daten de finales del siglo XIX o comienzos del XX. Hay varios casos. Por ejemplo, el de la familia Quiñones de León. En el viejo cementerio existió un panteón de esta saga que formó parte de las disposiciones testamentarias de uno de los marqueses de Montevirgen. Actualmente existen al menos dos nichos cubiertos con placas de mármol con la leyenda «Familia Quiñones de León». Otro acta plenaria autoriza el traslado de Carmen Cadórgniga al nuevo cementerio (BOP del 22 de abril de 1940), como ocurrió con la familia Álvarez Carballo, quienes trasladaron su monumental panteón familiar al nuevo camposanto. La obra había sido construida por Secundino Gómez, iniciador de la saga de los Gómez Barthe, y está firmada en 1898 por el arquitecto Fernando Arbós en un estilo neomedieval con esculturas de valor y reja artística, según documentó Serrano Laso en La arquitectura de León entre el historicismo y el racionalismo (páginas 43 y 44). Ya en 1941, hay un acta del Pleno municipal que acuerda «trasladar al osario de la nueva necrópolis los restos de los cadáveres que hayan cumplido los cinco años de inhumación» y se daba a las familias de los fallecidos quince días para solicitar el alquiler o compra de nichos o tumbas. Y las que se abondaron fueron recicladas como aceras.