La última promoción de ‘azucareros’
Veinticinco años sin azúcar en La Sal
Dos antiguos obreros de Santa Elvira recorren sus tres décadas en la molturadora y lamentan que el cierre no haya levantado el barrio
ana gaitero | león
La de León era una de las mejores fábricas de la compañía, pero ninguna tenía unos terrenos tan golosos como la azucarera Santa Elvira. Así que, en 1992, año de olimpiadas en Barcelona y exposición universal en Sevilla, en la capital leonesa se cerró la molturadora.
Y hasta hoy. Desde la carretera de Zamora se contempla la fachada del edificio fabril, sujeta por una estructura de andamiaje como colgada en el aire. Por detrás, la obra de cristal y acero del Palacio de Congresos y Exposiciones. El nuevo edificio, diseñado por el francés Perrault, no es visible desde la avenida Doctor Fléming.
El complejo fabril es un espacio vacío y las construcciones auxiliares, al igual que las viviendas de los obreros, el consultorio médico y el chalé del director, han desaparecido. De la azucarera quedan aún los recuerdos de los carros que tirados de bueyes o reatas de mulas llegaban cargados de remolacha. Luego empezaron a llegar tractores y camiones. Y siempre el frío, cuando no el hielo y la nieve que impedían trabajar al cien por cien.
La azucarera Santa Elvira fue la tercera en abrirse en la provincia, después de Veguellina de Órbigo (1898) y La Bañeza (1931) y la primera en cerrarse, después de 56 campañas. La fábrica se empezó a construir en 1932 y recogió las primeras toneladas de remolacha en enero 1935. La temporada de 1991 fue la última.
El 13 de abril de 1992 echó la trapa y sus tejados fueron reventados para trasladar la moderna maquinaria, para aquel entonces, a otras industrias, principalmente a la de Miranda de Ebro. Desde la pionera mecanización del proceso de fabricación en los años 60 que aumentó la capacidad de molturación de 700 a 1.200 toneladas de remolacha al día hasta las mejoras que se hicieron en 1984, con la instalación de una descalcificadora de jugos del sistema Gryllus, la modernización de la fábrica leonesa no paró.
En 1968 se monta la descarga mecánica, el laboratorio de pago por riqueza, un nuevo lavadero y molinos cortarraíces. Se modifica la depuración y se amplía la evaporación y el cuarto de azúcar. Abren un nuevo horno de cal, con 220 metros cúbicos y preparación de lechada, prensas de pulpa horizontales y fuelización de calderas.
En los años 70 contaba con armarios automáticos de tachas, regulación de calderas y se culminó la instalación de un ordenador para controlar la recepción de remolacha y apoyo administrativo. La fábriba se cerró con una capacidad diaria de 3.600 toneladas. hasta la, recuerdan los trabajadores, «León había hecho una ampliación y renovación con maquinaria alemana».
Se dio un salto de la fabricación casi manual a la automatizada sobre todo en el proceso de filtración del jugo, que permitía que «cuando las campañas venían malas aquí se podía seguir trabajando gracias al sistema implantado».
Después de los tiras y aflojas, y de que corrieran ríos de tinta sobre el cierre de la fábrica, el comité de empresa consiguió un acuerdo para dar salida a los 96 trabajadores fijos y los 213 fijos discontinuos. Un cuarto de siglo después dos de sus firmantes, Miguel Ángel Cueto y Enrique Macarrón, señalan que «el expediente de cierre fue bueno».
El compromiso de Manuel Guasch, entonces presidente de Ebro Agrícolas —hoy Envasadora Agrícola Leonesa—, de no tocar la maquinaria mientras no se solucionara el tema de la plantilla fue decisivo. «En la azucarera de Miranda estaban esperando la maquinaria de León y les pillamos apurados», apuntan. El cupo fue asumido por la vecina azucarera de LaBañeza.
«Hoy pensamos que podíamos haber sacado más. Nos centramos en las recolocaciones», añade Cueto. Una parte significativa trabajadores que de menos de 53 años fueron trasladados a las plantas de La Bañeza, Miranda de Ebro, Peñafiel, Venta de Baños... «Tanto se habló del cierre que nos permitió tener tiempo para preparar el expediente y luego sirvió de base para otras fábricas», agregan.
Miguel Ángel Cueto y Enrique Macarrón Valcarce forman parte de la última promoción de aprendices que entraron en la fábrica. Fue el 14 de diciembre de 1964. Y tenían 14 años. «No entramos antes porque no se podía, nosotros nacimos en crisis», recuerdan. Dejaron la escuela y luego se matricularon en el nocturno para adultos.
«Cuando llegó la Navidad a nosotros no nos correspondía paga extra, pero nos presentamos tres al administrador y nos dio unos duros que sacó de su bolsillo y repartimos entre todos», cuentan haciendo gala de un espíritu reivindicativo que, aseguran, les acompañó en sus tres décadas como obreros y sindicalistas.
«Necesidad obliga», subrayan. Las condiciones de trabajo eran muy duras. «Había tres días de vacaciones y la jornada semanal era de 56 horas, 12 horas al día», recalcan. Al cumplir 10 años de antigüedad las vacaciones se ampliaban a 10 días y a 15 con cinco años más de antigüedad.
«Esas jornadas permitían no contratar a más trabajadores y trabajábamos como esclavos», apostillan. Con el agravante de que casi el 60% del sueldo dependía de las primas de productividad. «He visto llorar a hombres hechos y derechos y muy buenos especialistas en su trabajo porque era un sistema arbitrario que dependía muchas veces del humor del jefe de turno y te podían quitar la prima por menos de nada», relatan.
La conciencia sindical despertó pronto en aquellos muchachos que crecieron en la azucarera. Todavía no había muerto el dictador Franco cuando decidieron afiliarse a la UGT. Cueto recuerda que en 1975 se apuntaron al sindicato cerca de 100 personas en la capital en una reunión clandestina en un local de la calle La Bañeza, en el barrio de San Mamés.
Los trabajadores de la azucarera se reunían en el bar de enfrente. «Si entraba alguien sospechoso nos avisaban con unos golpes en el suelo», recuerdan. Con el tiempo, la militancia en las organizaciones obreras en la fábrica fue «de más del 80%, lo que dice mucho de la concienciación que había», subrayan.
Durante las campañas, el número de trabajadores llegó a rozar el medio millar y 160 fijos durante todo el año. Por aquellos tiempos «los almacenes estaban llenos de azúcar y de pulpa».
Recuerdan también la época en que el gobierno franquista cambió a Fidel Castro azúcar de Cuba por camiones usados. «Venía sin refinar y en sacos de 100 kilos. Se trabajaba mal para descargarlos», apostillan Cueto y Macarrón.
El Estatuto de los Trabajadores y particularmente el decreto de la jornada de 40 horas semanales marcó un antes y un después en las condiciones de trabajo en la azucarera. «Tuvimos que pelear por su aplicación semanal porque al principio se hacía cómputo anual», aclaran.
envueltos por AMIANTO
«Era una fábrica muy bonita, pero estaba forrada de amianto. Luego se puso acero inoxidable, y murió algún trabajador de asbestosis», señalan. También recuerdan que había una balsa de amianto líquido. «Vivimos entre el amianto y no lo sabíamos», comenta Macarrón. Fue uno de loos 50 trabajadores que optaron por el despido incentivado en el expediente de regulación de empleo.
Al día siguiente llamó a las puertas de Antibióticos y le contrataron como especialista electromecánica en una de las empresas auxiliares. Luego pasó por Kraft y finalmente se jubiló hace apenas dos años como responsable de mantenimiento de San Marcos. «Yo salí de hacer azúcar a hacer de interlocutor con los inmigrantes en UGT», apunta Cueto, que durante los años de más llegada de extranjeros en León fue uno de sus referentes.
La entrada en la Unión Europea marcó el futuro de la fábrica. «Se impusieron cuotas y sobraban centros de producción y en León los terrenos jugaron una baza importante», explican. Santa Elvira apenas sobrevivió cinco años al Mercado Común.
La recalificación urbanística de los terrenos, casi 200.000 metros cuadrados, auguraba la construcción de 1.000 viviendas y unos beneficios de más de 3.000 millones de pesetas (18 millones de euros).
Dos décadas y media después, el sector de la azucarera es una de las asignaturas pendientes del desarrollo urbanístico de la ciudad. El entorno de la vieja fábrica es un vacío residencial. Y el barrio de La Sal ha experimentado más cambios humanos y culturales que de paisaje. La Sal y La Vega de Armunia recibieron una notoria afluencia de población inmigrante, como todo el barrio del Crucero. «El barrio no se ha arreglado ni ha crecido. ¿Qué justificación tiene aquel cierre?», lamentan.
La Consejería de Fomento incluyó este área en el barrio de la Estación dentro de la Estrategia de Renovación Urbana de Castilla y León. Con una tasa de envejecimiento del 33,18% y de paro del 42,66%, esta zona de la ciudad cuenta con un parque de viviendas muy antiguo. El 88,93% son anteriores a 1980, con un índice 11, sobre 12, de necesidad de rehabilitación.
«Todas las ilusiones que tenía la gente siguen ahí. En ese cementerio de vidrio y hierro. Queremos ver que funcione», comentan. El Palacio de Exposiciones ya está terminado, afirma el Ayuntamiento de León. Se han invertido 45 millones de euros, sin contar las indemnizaciones por las reclamaciones de la empresa, y queda pendiente la urbanización exterior, en proceso de licitación por 5 millones más. La previsión es que esté en servicio en la primavera de 2018.
Queda pendiente la parte del palacio de congresos en lo que fue la fábrica de azúcar. Se contempla una envolvente para proteger su fachada pero no hay nada cerrado. Los restos que quedan de la Azucarera Santa Elvira parecen colgar del cielo en espera de que la ciudad haga justicia con su pasado y los transforme en futuro.