«A matar judíos»
SANTÍSIMA, dramática, espeluznante. Así se resuelve para algunos la Semana de las cruces, el vía crucis de los papones y los papanatas, los chupacandiles y «llambriones». Hay mucho espantajo deambulando por los senderos retorcidos de vida. Y mucha espina clavada en el subconsciente de algunos. En el Bierzo seguimos papando a los judíos en forma y cuerpo de sangría, limonada de Cristo, pasión de sangre. Y por supuesto seguimos escuchando aquella expresión tan infame que reza: «A matar judíos», como si esto fuera algo normal. Como si matar judíos entrara en cualquier lógica del pensamiento civilizado, cristiano y occidental. En Oriente Próximo matar judíos no está fuera de la sinrazón y la barbarie. A los judíos nunca se les ha visto con buenos ojos, acaso porque son una raza de seres inteligentes y trabajadores, capaces de convertir un desierto en un oasis. Cierto es que alguna gente lo dice como si estuviera cantando un villancico o rezando el padre nuestro. Mas la expresión de marras resulta aberrante. No están los tiempos, ahora menos que nunca, para andar matando judíos. Ni judíos ni nada. El verbo matar ya se nos atraganta. Y los judíos, al menos los que he conocido, no son tan malos como los pintan. Habida cuenta que el lenguaje es pensamiento, no cabe duda que esta forma de expresarse, aunque en un principio pareciera ingenua, en modo alguno lo es. No se le ocurre a uno decir esto aunque tratáramos de gastar una bromita al vecino de enfrente. Es una broma, en todo caso, de muy mal gusto. Pero como el mal gusto es algo que domina la escena nacional, no habría por qué alarmarse ante tamaña majadería. Sí, decir: vamos a matar judíos, aunque estemos en la semana de las santas y los «papirotes», no tiene mucha gracia. Y es una majadería. Podría tener chiste. Pero no lo tiene. Ni todos los judíos ni todos los musulmanes son tan capullos como nos los han dicho a lo largo de los siglos, empezando por Isabel la Católica, que era una frígida imbécil, hasta llegar a nuestros fascistas más gloriosos e insoportables. La xenofobia es como el pan nuestro de cada día. No aguantamos a nuestros vecinos, ni a los del barrio, como íbamos a entender al otro, a quien vemos como a nuestro enemigo. Hace falta darse muchas vueltas por el mundo para no caer en esa suerte de paletismo regional en el que a menudo caen quienes siguen creyendo que son los mejores, que su tierra es la más hermosa, y su raza es la más divina, o sea, no, la más superguay de la muerte.