De campo de fútbol a Monumento Nacional
Cuando el castillo fue ‘campo de coceo’
La última fotografía antigua de la fortaleza de Ponferrada que ha salido a la luz data de 1924 y muestra la rampa de acceso a lo que iba a ser un campo de fútbol La declaración de Monumento Nacional lo evitó
El patio interior estaba poblado de almendros. Y hubo que talarlos. También fue necesario echar abajo algunos muros para que rodara la pelota y los mozos de la villa jugaran al fútbol. Era el año 1911, Ponferrada se asomaba a la era del carbón, y como alguien denunció el expolio que se había cometido con su castillo, no llegó a celebrarse ningún partido.
Cuando el fotógrafo leonés Winocio Testera llegó a la ciudad una década después para incluir en 1924 una imagen del castillo en una Guía Artística de León , el recinto amurallado aún se sacudía la amenaza del fútbol. De hecho —lo cuenta el historiador Vicente Fernández en su libro Ponferrada Artística y Monumental — la recién creada Sociedad Deportiva Ponferradina había pedido el año anterior un crédito al Monte de Piedad para convertir el patio de armas de la fortaleza en un lugar de entrenamiento. Y eso incluía echar tierra en el espacio que había ocupado el puente levadizo, tapar una puerta inferior del antiguo mecanismo de poleas, y acondicionar así una rampa de acceso.
Los malos tiempos para el castillo eran muy recientes. En 1909 habían derribado uno de los arcos de entrada, también habían desmantelado sus torres, y ahora llegaba la fiebre por el nuevo deporte del balón. Y sin embargo, la imagen de la fortaleza seguía siendo imponente.
Testera, fotógrafo profesional con estudio en León, instaló su trípode frente a las torres de entrada, colocó a uno de sus hijos —quizás Pablo, que después sería fotógrafo en Benavente— junto a otro hombre desconocido a los pies de la rampa para que sirvieran de referencia, y tomó una de las últimas imágenes del castillo en blanco y negro que el director de los museos municipales, Francisco- Javier García Bueso, difundía hace unos días para celebrar la recuperación completa de los arcos del monumento.
García Bueso ha precisado ahora que la fotografía de Testera data de aquel 1924, un momento en que la prensa de la época había reprochado a las autoridades municipales que quisieran «convertir el alma de Ponferrada en un campo de coceo», según recoge la experta en Patrimonio María José Martínez Ruiz en una ponencia para un Congreso Internacional en Valladolid con un título tan largo como revelador: El régimen caciquil y sus efectos en el Patrimonio Artístico a comienzos del siglo XX: El derribo del Arco del Mercado de Palencia y la destrucción del castillo de Ponferrada.
Aquel despropósito, sin embargo «sirvió de acicate», cuenta Vicente Fernández, para que la Real Academia de San Fernando volviera a solicitar por tercera vez —lo había intentado sin éxito en 1869 y en 1892— la declaración de Monumento Nacional para el castillo de Ponferrada. Y a la tercera fue la vencida. El 7 de febrero de 1924, el Estado concedía el reconocimiento que espantaba la amenaza del fútbol. Y había dejado de ser alcalde un hombre como Cayetano Fernández Morán, que no le tenía ninguna estima al castillo. «Lo mejor es que se lleven lo que sirva y el resto lo derriben», había llegado a decir. Así que es posible que el día en que Testera tomó la imagen que después reproduciría la Guía Artística de León, con la rampa y sin uno de los arcos de entrada, el castillo ya estuviera a salvo.
La ‘bola’ templaria
Por delante le quedaban, eso sí, décadas de ruina hasta la restauración y reconstrucción emprendida entre 1995 y 2007 con fondos europeos y bajo la dirección del arquitecto Fernando Cobos. Décadas en las que el Estado apenas invirtió en la fortaleza, más allá de la intervención de 1982 a cargo del arquitecto Marco Antonio Garcés y el arqueólogo Fernando de Miguel Hernando. Los dos llegaron a la conclusión de que las actuales estructuras del castillo que hoy más que nunca se vincula popularmente con la Orden del Temple nada tienen que ver con los monjes caballeros. «En Ponferrada nada puede atribuirse a los templarios», decía Fernando de Miguel. Pero esa historia nada tiene que ver tampoco con los almendros que una vez crecieron en el patio de armas, ni con las coces, sino con el nombre con el que se conoce al castillo que hace cien años estuvo a punto de convertirse en estadio de fútbol.