Diario de León

70.º aniversario de la inauguración de la térmica de Compostilla

Girón sopesó matar a Franco... pero nunca se atrevió a tirotearle

Empleados de Compostilla contactaron con la guerrilla para que atentara contra el dictador el día de la inauguración hace ahora 70 años.

Franco, rodeado, en la inauguración de la térmica. FUNDACIÓN ENDESA.

Franco, rodeado, en la inauguración de la térmica. FUNDACIÓN ENDESA.

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CARLOS FIDALGO | PONFERRADA
Ponferrada

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Franco dijo «¡Amén!». Y El Caudillo de España—en «viaje triunfal por tierras leonesas» titularía al día siguiente el diario Proa— continuó su discurso con un elogio de «los hombres infatigables», «los hombres de espíritu nuevo» que «con trabajo y tenacidad» habían levantado la central térmica de Compostilla en la ribera del río Sil en solo tres años de trabajo. Era el 28 de julio de 1949, a Ponferrada se la conocía como la Ciudad del Dólar por la pujanza reciente del wolframio y el empuje de la industria del carbón, y el dictador, vestido con un pulcro uniforme blanco de almirante y recién nombrado alcalde honorario por la corporación municipal, que le había entregado además la medalla de oro del Ayuntamiento, alababa el coraje de quienes habían construido el complejo energético de la nueva Empresa Nacional de Electricidad que acababa de inaugurar. «El espíritu y la fe en España hace que se muevan montañas y que se superen obstáculos», llegó a decir Francisco Franco Bahamonde.

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Pero entre «esos hombres infatigables», esos hombres con coraje que trabajaban en la central, había más de uno que deseaba verle muerto.

Un deseo, inalcanzable también para la última docena de guerrilleros antifanquistas que aquel verano de hace ahora 70 años todavía se escondían en casas repartidas por el Bierzo, incluida la periferia de Ponferrada, y por los pueblos de montaña de la Cabrera, por las aldeas de las sierras de Lugo y de Orense. Guerrilleros liderados por Manuel Girón Bazán, el mítico León de la Cabrera, que se lamentaban, mientras Franco pronunciaba su discurso, de lo cerca que tenían al dictador, quizá tan cerca como para que alguno de ellos escuchara «las bombas y los cohetes», los vítores y las aclamaciones y el «fervor delirante» del gentío que, procedente de toda la comarca, se había echado a la calle y a las carreteras para recibir al Generalísimo, según la prensa de la época. Pero no podían hacer nada. El «viaje triunfal» del dictador a Ponferrada para inaugurar la central térmica de Compostilla y el embalse de la Fuente del Azufre, con una comitiva de ministros, obispos, jerarcas y personalidades del Movimiento, y protegido por una escolta que impresionaba, no les iba a dar la menor oportunidad de matarle.

 

Lo recuerda a sus 93 años el último guerrillero vivo que formó parte de aquella partida de Girón, Francisco Martínez Quico. Se lo cuenta a este periódico por teléfono, desde su casa de Alicante, y aquejado de una afección en la garganta que le ha tenido un poco enfermo estos días. «Sabíamos que íbamos a fracasar y que eso causaría una gran represión en toda la zona, empezando por los infiltrados en Compostilla. Así que aquello se quedó ahí y finalmente no se hizo», rememora para desmentir el que parece uno de los bulos más grandes que han crecido en los últimos años sobre la lucha antifranquista en el Bierzo, alimentado en internet hasta contaminar algunos medios de tirada nacional: que la guerrilla trató de matar a Franco en Ponferrada el mismo día que inauguraba, rodeado de una multitud, la primera central de Compostilla levantada por Endesa. «Eso nunca ocurrió. Se quedó en un deseo», dice Quico.

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Fue en los días anteriores a la llegada del dictador cuando parte del grupo Girón se reunió en una casa de Columbrianos con «tres o cuatro» trabajadores de la térmica por mediación de «un enlace de Renfe, hermano de Durruti» —el líder anarquista leonés fallecido en la Batalla de Madrid en noviembre de 1936 tuvo seis hermanos varones y dos sobrevivieron a la guerra— y del colaborador de la guerrilla en Cabañas Raras Alberto Marqués —asesinado por una contrapartida de guardias civiles disfrazados de guerrilleros al año siguiente, le contó Quico al historiador Secundino Serrano, que no ha encontrado la inscripción de su muerte—. Los trabajadores venían a proponerles un imposible; matar a Franco.

Girón, que apenas contaba entonces con una docena de hombres y venía de sufrir algunos reveses, no tenían armamento para plantear una operación de tanta envergadura. Quico asegura que los trabajadores de la térmica, muy concienciados, les reclamaron ayuda para poco menos que levantar a la central contra la comitiva del dictador. «No podíamos armar a veinte o treinta trabajadores como querían». Atreverse, añade, «hubiera sido una irresponsabilidad» porque se involucrarían en una operación «que iba a fracasar» y que provocaría una represión muy dura en la zona, empezando por los propios trabajadores de Compostilla . «Debían pensar que teníamos un ejército para ocupar Ponferrada, aquello no tenía sentido», cuenta Quico. «Al final les dimos largas».

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Así que Franco terminó su discurso, pronunciado después de visitar la térmica y después de la comida que le ofrecieron en una residencia próxima, en presencia del presidente del Consejo de Administración de Endesa, Esteban Terradas, de los ministros de Obras Públicas, Industria y Comercio, del arzobispo de Granada y del obispo de Astorga, entre otras fuerzas vivas. Franco, que había visto como Ponferrada se engalanaba con sendos arcos triunfales a la entrada y a la salida de la ciudad para recibirle, que había contemplado, satisfecho desde la plaza de la Encina, como la capital berciana era «un hervidero humano», escribía Diario de León en su edición de tarde, con gente que llegaba de todos los pueblos, «unos en autos, otros andando o caballo» para verle. Franco —que había dicho «¡Amén!» tras escuchar el discurso de Esteban Terradas sobre las oportunidades desarrollo que abría la térmica de 50.000 kilovatios— terminó su soflama con el habitual «¡Arriba España!». Y «las palabras finales de su Excelencia fueron acogidas con inenarrables gritos de «¡Franco!, ¡Franco!, ¡Franco!», contó Proa. A las cuatro de la tarde, y tras la actuación de los coros y danzas de Cacabelos y Astorga, el dictador se subió a su coche, desde el que saludó al gentío mientras salía de Ponferrada para regresar a León.

Franco en Compostilla. FUNDACIÓN ENDESA.

Y aquí es donde empieza la leyenda. El 6 de agosto, el periódico norteamericano Milwaukee Sentinel, que nunca ha estado entre los de mayor influencia y tirada de los Estados Unidos, publicaba unas líneas de una nota de la agencia de noticias International News Service firmada en Madrid donde se informaba de «un nuevo intento de matar a Franco» tras la inauguración en Ponferrada de «una planta de energía hidráulica», cuando emprendía viaje a San Sebastián.

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Y el 12 de agosto, el periódico España Libre, que editaba en Nueva York el exilio republicano a través de las Sociedades Hispanas Confederadas, incluía un titular aún más llamativo; «Guerrilleros del Bierzo tirotean a Franco». Y aseguraba que los combatientes «apostados en los montes a la salida de Ponferrada» alcanzaron al automóvil del dictador con un «nutrido fuego», «pero no le hizo daño alguno pues se trata de un coche blindado de marca Mercedes que Hitler le regaló durante la guerra». Añadía el periódico que dirigía el anarcosindicalista Jesús González Malo, exiliado en Brooklyn junto a su mujer Carmen Aldecoa, que «la policía y la guardia civil tomaron represalias con las familias de los guerrilleros y con los que se encuentran en libertad condicional, se dice ha sido detenido el socialista Antonio Trigo y quince más».

El texto, que confundía la térmica de Endesa con la de la Minero Siderúrgica de Ponferrada, decía tener «la seguridad de que nuestras fuerzas han causado alguna baja en la comitiva y la escolta de la guardia civil». Y daba a entender que el régimen se había «inventado» «un complot monárquico dirigido por militares» como el general Antonio Aranda que, «sin tener nada que ver con el atentado», había provocado nuevas detenciones. Aranda, decía España Libre, «estaba escondido, pero no tiene relación alguna con los guerrilleros del Bierzo». La realidad es que el general Aranda, héroe de guerra del bando sublevado en Oviedo y monárquico convencido, ya había sido detenido por conspiración en 1943. Liberado enseguida debido a su condición de icono de la sublevación, Franco no se fiaba de su filiación monárquica y de sus relaciones con los británicos y ese mismo año de 1949 le obligó a pasar a la reserva. Aranda vivió libre hasta su fallecimiento en Madrid en 1979 y a la muerte de Franco fue nombrado teniente general. «Si hubiera tenido algo que ver con un atentando contra Franco, le habrían pasado a la reserva, pero de verdad», ironiza el historiador leonés Secundino Serrano.

Francisco Martínez Quico piensa que «algún enlace» pudo inflar la historia del atentado que la guerrilla de Girón nunca llegó a cometer y la agencia INS, a la que también cita España Libre, la dio por buena. También descarta que los trabajadores de Compostilla actuaran por su cuenta, sin contar con apoyo de la guerrilla.

El periodista Antoni Batista, autor del libro Matar a Franco, Los atentados contra el dictador, editado en 2015, nunca ha hallado en sus investigaciones nada sobre el tiroteo en Ponferrada que niega Quico. «No me consta nada del intento de atentado en Compostilla. Me documenté mucho para hacer el libro y no tuve noticia de ese tema. A raíz de su interés, he consultado el capítulo que Pons Prades dedica a León en su libro sobre las guerrillas, y tampoco lo cita. Si además se lo desmiente una fuente testimonial tan buena, la cosa no parece verosímil», le cuenta a este periódico.

¿Estamos ante un acto de propaganda? La profesora de la Sam Houston State University Montserrat Feu, autora de varias publicaciones sobre las Sociedades Hispanas Confederadas, explica que Jesús González Malo «estableció un sistema de comunicación clandestino con los marineros que iban a España desde mercantes del muelle de Nueva York. La resistencia clandestina se carteaba con él usando nombres falsos y cambiando de direcciones constantemente». Feu, que ha facilitado a este periódico una copia legible de la portada del número de España Libre de agosto de 1949, asegura que «el contraste de la información venía por referencias personales de sindicalistas, anarquistas y socialistas, pero la infiltración comunista se produjo». Y recuerda que solo a través de los medios que se publicaban en el exilio era posible conocer las ejecuciones de la dictadura. «No se publicaban en otros medios que no fueran los del exilio».

Otra autora que ha escrito sobre las Sociedades Hispanas Confederadas y la vigilancia ocasional a la que eran sometidos sus responsables por parte del FBI, María Ángeles Ordaz Romay, reconoce que España Libre, además de publicar informaciones sobre violaciones de derechos humanos como cuenta Montserrat Feu, también era un medio de propaganda contra el régimen de Franco que podía «agrandar todo aquello que sucedía con la oposición en España». Y cuenta que en Nueva York, Malo, Aldecoa y quienes apoyaban a las Sociedades Hispanas «estaban muy aislados» en un momento en que el régimen comenzaba a romper su ostracismo internacional apoyándose en su anticomunismo, y les desesperaba comprobar que el final de la guerra mundial no había traído el final de la dictadura de Franco.

«La fiabilidad de los periódicos en el exilio es cero», asegura, por su parte, Secundino Serrano, especializado en la guerrilla antifranquista. «Muchas informaciones eran descabelladas, hablaban de oídas». Como Antoni Batista, Serrano nunca se ha encontrado con ningún documento que confirme que el atentado existió.

El resto de la historia ya se conoce. Girón moriría dos años después, traicionado por un infiltrado en las Puentes de Malpaso. Quico partió al exilio. González Malo falleció en un hospital de Nueva York en 1965 sin ver el final de la dictadura. España Libre siguió publicando, cada vez con menos periodicidad hasta la llegada de la democracia. Y Franco falleció en la cama y fue enterrado en el Valle de los Caídos. Y ahí sigue. De la frustración con la que a veces escribían los redactores de España Libre da una idea el comentario que le dedicaron al dictador cuando les informaron del supuesto atentado de Ponferrada: «Quisiéramos saber cómo llegó la ropa interior del generalísimo a San Sebastián, qué mal olor despediría en el momento de saludar al Cuerpo Diplomático allí reunido».

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