Raquel Dávila, apicultora en Filiel: "Nací en Madrid pero siempre quise criar a mis hijos aquí"
-Apostó por esta localidad a los pies del Teleno para formar una familia, criar a sus dos hijos y, pese al rechazo inicial, convertirse en apicultora
Raquel Dávila Alonso tiene 40 años y es apicultora en Filiel, donde vive desde hace veinte. Madrileña de nacimiento pero con raíces en esta localidad tilenense en la que decidió vivir por amor a la tierra y a José Luis, al que conoce desde niña por sus múltiples visitas y veranos en el pueblo.
La madre y la abuela de Raquel nacieron en esta localidad a los pies del Teleno, en el que viven actualmente un centenar de personas .
La despoblación no es un problema nuevo. Los pueblos soportan el éxodo de sus hijos desde hace años y la madre de Raquel decidió emprender otro camino al de la ganadería, que daba de comer a la familia, y en los años 70 del siglo pasado decidió buscarse nuevos horizontes en Madrid. Allí conoció al que se convirtió en su marido y padre de Raquel, también emigrado a la capital desde Badajoz. «En Madrid nacimos mi dos hermanas y yo y allí viví hasta el año 2004». Hace 19 años decidió emprender el camino inverso al de su madre y volver para formar una familia y criar a sus hijos en un entorno rural. «Vivía en Madrid con mis padres, pero me pasaba los meses de vacaciones en Filiel, me encantaba estar aquí, me gusta mucho el pueblo a pesar de no haber nacido aquí, pero tengo aquí todas mis raíces».
Con el tiempo, el número de habitantes ha caído al mismo ritmo que aumenta la edad de las personas que se quedan. «La gente mayor se ha ido muriendo y la gente joven no viene, aquí no hay trabajo ni oportunidades para los jóvenes. Se van a la universidad y ya no vuelven, aquí no hay oportunidades». Ella, sin embargo, encontró su camino en el pueblo. de hecho, a sus 40 años, es la más joven de los que permanecen en el pueblo todo el año. «Me vine con 21 años. Me enamoré de Filiel desde pequeña. El pueblo me gustaba tanto que cuando me saqué el carné de conducir y tuve coche venía casi todos los fines de semana. La opción de venir a vivir al pueblo me gustaba». La decisión final llegó por José Luis, natural también del pueblo, que trabajaba en la construcción, con el que se casó. «Siempre tuve claro que si tenía un hijo me gustaría criarlo en el pueblo». Nacieron dos y, de momento, según cuenta Raquel, ninguno quiere ni oír la posibilidad de vivir en otro lugar que no sea Filiel.
Pero el pueblo no fue la primera parada de los recién casados. «Estuvimos viviendo un año y medio en Astorga. Mi marido trabaja en la construcción y nos hicimos una casa en Filiel». En el pueblo nacieron sus hijos, uno en 2008 y el segundo dos años después, en 2010. «Aquí no hay posibilidades de trabajo a no ser que sea en la ganadería o la agricultura. Si yo quería trabajar me tenía que ir a Astorga, que está a 30 kilómetros, las condiciones no son buenas y las carreteras tampoco, tenía que ir y venir, gastos de gasolina, criar a los hijos. No me compensaba, así que decidí quedarme en el pueblo».
La oportunidad laboral para Raquel llegó con las colmenas. «Unos familiares de mi marido se jubilaron y las dejaban. Lo animaron a que se quedara con ellas. Cuando me contó que quería cogerlas le dije que conmigo no contara, que yo no quería saber nada de abejas, que no yo quería ir a las colmenas porque en la vida había visto nada de eso y no me gustaba. Yo me he criado en la ciudad. Recuerdo que cuando era pequeña mi abuelo tenía colmenas y era un trabajo manual, pero yo nunca había visto en mi casa nada relacionado con las abejas». De esa contundente negativa a que su marido la involucrara en el trabajo en trabajo de apicultura con las cuarenta colmenas que adquirió a sus primos, con el paso del tiempo Raquel se ha convertido en la titular de una explotación de 350 colmenas y una actividad que le apasiona. «Fue un flechazo», admite. Así nació Telenomiel.
«Pese a mi negativa a venir a los paneles, mi marido me compró un traje y me dijo que lo acompañara un día. Le acompañé y así nació todo. Él me enseñó lo que era la miel, cómo se hacía, lo que era el polen, las crías, los zánganos, la abeja reina... Me puse unos guantes y las cogía con la mano y ellas seguían trabajando. Me quedé enamorada».
Y ahí empezó un proceso de aprendizaje sobre un mundo totalmente desconocido para ella hasta ese momento. Llegaron las lecturas de todo tipo, los cursos, los estudios para sacarse el carné apicultora, más cursos. «Todo ella aprender y aprender, es estupendo».
Ahora tiene seis colmenares y más de 350 colmenas. «Registré el nombre de Telenomiel y diseñé la etiqueta. El diseño es mío. Me gusta crear».
La producción de miel depende mucho del tiempo meteorológico. «No todos los años viene igual, influye mucho si las primaveras viene secas o hay heladas tardías». Este año no ha sido de los mejores. «La producción ha sido de 5.000 kilos, que es la mitad de lo habitual».
Una parte de la producción de miel se vende envasada a particulares y el resto de los bidones, de 300 kilos, se vende a distribuidores. «Cada vez se vende más a particulares».
El futuro
Con trece y quince años, los hijos de Raquel quieren seguir en el pueblo. Desde que tienen tres años se desplazan todos los días a Astorga para estudiar. «Cogen el autobús a las ocho y media de la mañana y vuelven después de las cuatro. Cuando eran pequeños también los llevaba a extraescolares a Astorga, no han dejado de hacer actividades pese a estar lejos. Todos los días los llevaba a fútbol, natación, lo que hicieran. Con tanto viaje les decía de broma que íbamos a alquilar un piso en Astorga, para evitarnos tantos traslados, y me decían que de ninguna manera, que querían estar en el pueblo».
Sin embargo, el futuro para ellos en este pueblo no está claro. «No veo aquí su futuro. Los hijos de los demás se han marchado, aquí hay poco futuro. La gente mayor se muere y los jóvenes no vienen. Los pueblos se acaban».
Y se acaba un modo de vida y convivencia que ya no existe en las ciudades. «Yo tengo toda la familia en Madrid, pero aquí somos como una familia. Nos ayudamos mucho entre todos los vecinos. No sé como será en otros pueblos, pero aquí creo que todo el mundo se lleva bien. La asociación cultural organiza una cena benéfica todos los años a favor de la Asociación Contra el Cáncer y todo el mundo lleva comida preparada de casa».
Raquel recuerda que cuando uno de sus hijos era más pequeños viajaron a Madrid. «Él estaba acostumbrado a saludar a todo el mundo por la calle y a que todo el mundo le saludara y le dijera cosas. En Madrid ni le respondían. Me dijo que si la gente no le oía. No estaba acostumbrado a esas relaciones».
Los inconvenientes
Pese a las relaciones más cercanas y la vida más tranquila del pueblo, permanecer en la zona rural es un reto no sólo para el futuro. El presente «tiene también sus inconvenientes». Y como en todas las experiencias manifestadas por las personas que apuestan por la repoblación del medio rural, la sanidad es lo que más se ha deteriorado con el paso del tiempo. «Antes veían el médico a Filiel, pero después de la pandemia del covid sólo va a Lucillo, que es el Ayuntamiento, y esta semana sólo el miércoles. La sanidad en los pueblos está fatal. Dependemos de Astorga, pero las carreteras no son buenas».
Los vecinos de Filiel tienen la suerte de contar todavía con un bar «pero sólo es bar, no es tienda» y para ir a la farmacia hay que desplazarse a Lucillo, que está a cinco kilómetros, un viaje que se puede aprovechar para hacer alguna compra en la tienda del pueblo. «En Lucillo hay una pequeña tienda, pero todo lo demás hay que ir a comprarlo a Astorga».
«Ya no están los que eran niños cuando yo vine, porque se han ido a estudiar fuera, aunque suelen venir en verano».
Los pueblos son ya sólo para el verano.