Una muralla 'inédita'
La calle Era del Moro descubre sus secretos
El misterio del tesoro. Durante décadas la muralla ha estado engullida tras una tapia. Su demolición la semana pasada ha dejado a la vista una muralla ‘inédita’. La calle, ya denominada Era del Moro en el siglo XVII, está llena de secretos. Incluso una leyenda habla de un botín escondido.
Toda esta zona extramuros, en tiempos pasados, fue asentamiento de judíos conversos y familias moriscas. Eran algunos de los que regresaron después de la expulsión decretada por los Reyes Católicos en 1492 y por Felipe II en 1609. Aquí se dedicaban a la artesanía, a la labranza y al cambio. Era un paraje rural y romántico. Había huertas y molinos por donde discurrían presas de abundante caudal. Se llamaba la Huerta del Moro o la Era del Moro. Pero cuando el año 1966, el Ayuntamiento decidió abrir una calle para dar salida al tráfico desde el Espolón a Ramón y Cajal, desapareció el encanto de lo que entonces sólo era un camino vecinal y de tránsito de carruajes de tiro animal. Hasta esta semana quedaban, como vestigio, algunas casas de ladrillo de planta baja de aspecto abandonado y una tapia que ocultaba parte de los cubos de la muralla tardorromana. Sin embargo, gracias a ello quedaron a salvo de la polución de los humos de los coches, aunque no del musgo que se fue apoderando de los muros. Quizás ahora que se está recuperando este tramo, excavando más a fondo, pudieran aparecer por aquí restos del foso que rodeaba a la muralla y servía para abastecimiento de agua al recinto. Y al lado tenemos la fortaleza de Puerta Castillo, palacio que fue de condes, con mazmorras que a su vez sirvieron de cárcel para ellos mismos. Más tarde, Prisión Provincial, lugar de ajusticiamiento a garrote vil, y campo de concentración cuando la Guerra Civil.. Hoy es sede del Archivo Histórico Provincial.
Por aquí pasaba la presa de San Isidoro, que regaba las fincas monacales y huertas eclesiásticas, además de mover las piedras del Molino Sidrón. Circulan por ahí estampas donde se puede ver a mujeres lavando la ropa en esta presa, y a caballerías bebiendo en sus aguas. El molino Sidrón es uno de los vestigios de aquellas actividades del pasado, como era la molienda o molturación del grano del trigo, aunque últimamente se usara para la fabricación polvos de talco y que hoy se va a recuperar para instalar en él actividades culturales. Por fin ya podemos ver el futuro paseo que se abrirá desde esta calle Era del Moro con salida a Ramón y Cajal, al lado de ese molino.
La leyenda del tesoro
Cuenta una leyenda que, entre la muralla y el molino, hay enterrado un tesoro: un ajedrez de plata y oro. Había un judío y un moro a quienes les gustaba jugar al ajedrez. El judío, experto orfebre, construyó el ajedrez. Unas piezas eran de oro y otras de plata. El judío jugaba con las de plata y el moro con las de oro. Un día, cuando la diáspora del año 1492, ambos amigos tuvieron que separarse y, mientras pudieran encontrarse de nuevo, acordaron guardar el juego de ajedrez dentro de una alcancía de barro y enterrarla en un lugar secreto. Nunca volvieron a juntarse estos dos amigos, así que el tesoro debe seguir oculto por aquí, en algún lugar secreto donde lo enterraron, o puede que en el fondo del pozo que aún existe. Habría que explorar su fondo.
Las casas pueblerinas
Lástima que no podamos ver esta calle con el tipismo de antaño. Casas pueblerinas, huertas, rosaledas que asomaban por encima de las tapias de adobe, y transitada sólo por vecinos, carruajes y ganados, como decíamos. Recuerdo a un matrimonio que residía en esta calle. Tenían una bonita casa de planta baja con huerta y jardín y cultivaban plantas medicinales. Cuando tenían el portón abierto, detrás se veía la huerta llena de flores y variedad de plantas. Nos parecía una casa de duendes y hadas. Con una planta que se llamaba Ombligo de Venus hacían una especie de ungüento para curar las llagas difícil de cicatrizar.
La historia
Este enclave fue asentamiento de judíos conversos y moriscos. Era un paraje rural y romántico
Más arriba de la calle había otro que se dedicaba a la compraventa de trastos viejos. Era una casa también con huerta y un cobertizo trasero, que hacía las veces de almacén de antigüedades, con cantidad de cosas viejas que allí había acumuladas unas encima de otras. Tenía una buena clientela. Gente mayor que esperaba encontrar aquí el objeto valioso de su vida o el libro de una edición rara; esos tesoros esperados, en que el tiempo ha dejado su huella y son muy buscados. Nosotros, niños aún, íbamos a venderle algún trasto ya en desuso que encontrábamos en el desván de nuestra casa para sacarnos alguna pesetilla o unos céntimos y, seguidamente corriendo, a comprar manzanas bañadas en caramelo y pinchadas en una palillo que vendía una viejecita que tenía un puesto al lado del Arco de Puerta Castillo, que creo recordar se llamaba la Tía Munda.
Cosas que nos vienen a la memoria en este día, que podíamos llamar maravilloso, al ver con sorpresa este bello tramo de murallas que estaba oculto a los ciudadanos,y el recoleto paseo que surgirá a su alrededor, que ni imaginarnos podíamos.
Las murallas y el enorme espacio despejado que enlazará Era del Moro con Ramón y Cajal. J. CASARES