González de Lama en el recuerdo
Un adelantado a su tiempo: periodista, pensador, divulgador, crítico literario, animador de la escena cultural y director de Diario de León, visto a un siglo de su nacimiento
Con el recuerdo vivo de la profunda figura de don Antonio, visible peatón de nuestras calles leonesas, y visible fumador impenitente, viene a mi memoria un bello párrafo que leí en Tierras de León , hace 36 años, con ocasión de su muerte: «El primer crítico de la España de posguerra, el poeta secreto, el consejero que todo lo hacía transparente, fue quedando a la orilla del camino que él mismo señalaba; prefirió contemplar las huellas de sus amigos a marcar las suyas. Para hombres como el que se ha muerto, no basta con el recuerdo. Hay que recuperar a don Antonio. Aún le necesitamos». Nuestro Retablo , que no quiere pasar de puntillas en este año de su centenario, recuerda también en nombre propio las vivencias personales relacionadas con don Antonio, cuando en mi propia casa, en la calle de La Bañeza, en León, pocos meses antes de morir, tuvimos un encuentro a tres bandas, en el que destacaba su presencia y el buen tono y acogimiento de la controvertida secularización que se vivía en aquellos tiempos, que aprobaba, y hasta envidiaba, hablando con su otro interlocutor, José María Conejo Azcona, su entrañable amigo, del que siempre fue consejero y admirador por su valentía y tesón en romper moldes, todavía en tiempos muy revueltos. Él, remataba sus consideraciones con la reflexión de que «su tren ya estaba en vía muerta». De León para el mundo La proyección del permanente magisterio de don Antonio nos hizo discípulos suyos directa o indirectamente. Su intensa labor periodística, y su fecunda producción literaria, llenaron 30 años de la más exquisita y dorada oportunidad en la cultura leonesa. El complemento de una larga y sistemática dedicación bibliotecaria, desde cuyo foro pudo don Antonio extender sus tareas docentes y de orientación, influyeron de forma decisiva en los más diversos sectores del espectro social leonés. La indiscutible universalidad de la obra de nuestro querido cura valderense, y el reflejo captado allende las fronteras provincianas, pueden muy bien estar centrados en la dedicatoria que La Estafeta Literaria de Madrid publicaba el primero de mayo en su número 419: «En León falleció don Antonio González de Lama. Había nacido en Valderas, y en esa misma villa hizo sus estudios eclesiásticos. Luego arraigó en la capital provincial y diocesana, en una casa humilde, cerca de una de las más bellas catedrales del mundo. Hizo periodismo, docencia, filosofía. Dio conferencias innumerables. Pero su labor más relevante -al menos para estas páginas de crónica literaria- fue la animación que prestó al ambiente poético leonés. Su nombre está vinculado a aquella aventura que se llamó Espadaña . En las páginas de la recordada revista fue vertiendo trabajos de crítica y análisis, fundamentales para el conocimiento de unos lustros apasionantes de la poesía española. León se ha conmovido con la súbita pérdida de don Antonio». Un sacerdote del pueblo Procedía del seminario San Mateo; fue sin duda el más destacado miembro de la Escuela de Valderas , que alumbró en sus aulas toda una generación de intelectuales, tanto clérigos como seglares. La propia villa de Valderas le vio nacer un día de San Antonio, el 17 de enero de 1905, y la costumbre cristiana de aquellos tiempos, seguida fielmente por su familia, le adjudicó el nombre que marcaba el santoral. Su padre, un humilde obrero de la fábrica de harinas de aquella localidad, sacrificó hasta el último de sus ahorros familiares para mandar a su hijo al seminario. Otro leonés, cuyo nombre figura en el callejero de nuestra capital -como el del mismo don Antonio- sería quien le ordenaría sacerdote, el obispo don José Álvarez Miranda, de Miñera de Luna. Los felices años veinte fueron testigos de la ilusión, la entrega y la gran labor pastoral que nuestro joven ecónomo desarrolló en la comunidad parroquial de Antimio de Abajo. Años más tarde, en 1932, para servir la parroquia de San José de las Ventas, también en calidad de ecónomo, desde la cual vivió la dolorosa experiencia de una España enfrentada, de un pueblo dividido y de un absurdo millón de muertos. A los 32 años, reconocida en su justa medida la serena sabiduría de don Antonio, producto de una inteligencia poco común, es nombrado director de Diario de León y bibliotecario de la Fundación Sierra Pambley. Librepensador insólito Ambos cargos se debían sin duda a sus muchos méritos intelectuales, pues los que tuvimos la fortuna de conocer y tratar a don Antonio, hombre liberal por excelencia y muy lejano al aplauso de los modos dictatoriales del año 1937, sabemos que estos nombramientos no pudieron estar nunca en función de agradecer ningún servicio prestado. La categoría moral y ética del buen clérigo valderense, y el enorme dominio del campo filosófico y literario, unidos a la solidez de sus convicciones religiosas, no tuvieron el respaldo y aliento del Ordinario correspondiente. La simple concesión de un Beneficio en la Catedral fue un raquítico reconocimiento a sus muchos saberes. Quizá la agudeza de sus críticas y la poca afición de adular a nadie, propiciaron la decisión del obispo Almarcha, de privarle del disfrute de una canonjía. Es muy probable que los sesentones de hoy, cuyos estudios e inquietudes culturales transcurrieron entre los años cuarenta y cincuenta, podamos dar fe muy directa del influjo que don Antonio supo reflejar en nosotros, su media vida justa -desde 1937 hasta su muerte en 1969- al frente de la popular «Biblioteca Azcárate», nos dio ocasión de frecuentar aquella cátedra llena de la presencia y sabio consejo de un hombre irrepetible. El legado bibliográfico de la antigua Institución Libre de Enseñanza, patrocinada en León por la familia Azcárate, fue debidamente depurado y apartadas las obras consideradas «perniciosas» por su posible repercusión librepensadora. Sin embargo, don Antonio supo administrar convenientemente aquel reservado fondo, que con las debidas precauciones prestaba a quienes él sabía que podían ser de provecho. Eugenio de Nora, Victoriano Crémer, Castro Ovejero, López Anglada, Antonio Gamoneda, José María Conejo... fueron asiduos visitantes y lectores de aquella entrañable biblioteca, enaltecida siempre por la figura de un clérigo, poco agraciado físicamente, pero lleno de las virtudes que a uno le gustaría encontrar adornando a sus amigos. Hoy, 36 años después de su muerte, don Antonio González de Lama merece que León y los leoneses le recuerden no sólo para llorar su ausencia, sino para procurar que la recopilación de su extensa obra nos devuelva el beneficio de su presencia.