EXCLUSIVA DEL DIARIO DE LEÓN
Objetivo: acabar con Juan Lozano
Salen a luz los papeles del expediente que se ordenó contra Juan Rodríguez Lozano por sus afinidades socialistas. Los documentos desvelan el espionaje que sufrió, las acusaciones y material confidencial sobre células fascistas en el Ejército
Hay instantes en la vida en los que el tiempo se detiene o, como en el caso del capitán Lozano, emprenden un camino cuyo destino es irrevocable. Esta es la historia de ese instante, un momento que comenzaba el 14 de febrero de 1934 con un acto de libertad: una carta. La firmaba Juan Rodríguez Lozano y el destinatario era el director del periódico El socialista , Julián Zugazagoitia. Esta es la historia de un proceso militar que se saldó con una condena de ocho meses sin empleo y sueldo y que sale a la luz con el descubrimiento de los documentos del archivo del capitán. Los papeles atesoran no sólo una porción de la vida del militar sino la vida misma: las sospechas, las mentiras, los deseos de venganza, las envidias larvadas, y, por supuesto, la valentía y la piedad. La vida pequeña y la grande, la de los juegos e intrigas de la política en León y la que se preparaba en los despachos de Madrid. La vida que se propagó a partir de una carta:
«Estimado Sr Mío: Soy capitán del Ejército y desde que comencé a discurrir por mi cuenta, socialista. Le sería fácil comprobarlo, preguntando a los obreros de la cuenca minera de Santa Lucía, de esta provincia, o a los compañeros de las organizaciones de León. Más cerca aún: tiene ahí, en Madrid, a un elemento destacado del partido, Valls, consejero de Instrucción Pública, que me conoce y sabe como pienso. Esta carta no es pues ni de un oficial monárquico ni de un oficial señorito. Es simplemente la carta de un militar que, a pesar de serlo, siente inquietudes espirituales y tiene la esperanza de una Humanidad mejor, de una más justa y más científica organización social…»
El archivo contra el capitán Lozano se encontró hace menos de un año. Se había traspapelado entre las páginas que dictaron el proceso contra uno de sus compañeros, el capitán Eduardo Rodríguez Calleja, también depurado por vía de las armas al poco del golpe del 36. El expediente se conforma a lo largo de más de doscientos folios en los que se desgrana la vida profesional del capitán Rodríguez Lozano. En él están sus hojas de servicio, sus calificaciones militares, los interrogatorios a testigos, las auditorías de guerra, su declaración ante el tribunal militar, la de los soplones... información sobresaliente y reveladora de la atmósfera política y militar de la época.
La noche del cinco de octubre de 1934 comienza a cambiar la vida del capitán Lozano. El estallido de la revolución de Asturias tiene uno de sus efectos en Madrid, cuando el Gobierno ordena el registro de El Socialista , uno de los periódicos más militantes en la defensa de la revolución. En el asalto al diario se encuentra la carta en la que Lozano proponía a Zugazagoitia comenzar a colaborar con pseudónimo en el diario.
El proceso se inicia el once de noviembre de 1934 y se hace tras la orden del juez instructor Emilio Aspe Bahamonde, que ordena que se inicien diligencias previas para el esclarecimiento de las posibles responsabilidades.
Y eso, que las hojas de servicio del capitán Lozano —que servía como capitán ayudante del Cuerpo y profesor de la Academia de suboficiales— son siempre intachables: Su valor, acreditado, su aplicación, mucha, su conducta, buena. El coronel del cuerpo escribe, de su puño y letra: «Este oficial es un dechado de pundonor. Tiene a su favor el concepto de los jefes y de todos sus compañeros. Su modestia corre pareja con su talento y discreción. Pueden confiársele todas las comisiones y trabajos que desempeñará a satisfacción». Lo firma el coronel Enrique Álvarez el 21 de febrero de 1929. Estas calificaciones se repiten hasta 1934, año en el que se produce el estallido de la revolución de Asturias. Entonces, todo cambia. El Juzgado Militar de León inicia diligencias previas para esclarecer las responsabilidades derivadas de la citada misiva.
Juan Rodríguez Lozano presta declaración el 17 de noviembre en el aeródromo de León. El capitán no reniega en ningún momento de sus ideas socialistas: «...Por haber vivido en la cuenca minera donde pudo apreciar de una parte la miseria en la que vivían unos y la exuberancia de riquezas de otros, comenzó a pensar en un sistema mejor, es decir, donde hubiera más igualdad, creyendo que esta utopía era verdaderamente los fundamentos del credo socialista...» Asimismo, añade que «nunca ha sido llamado la atención en su regimiento ni en sitio alguno sobre las ideas que profesa ni por las lecturas a que se dedicaba». Por último, declara tener el grado de aprendiz en la logia masónica de León. Por cierto, que su nombre para las tenidas era Rousseau.
Durante todo el tiempo que duró el proceso, Juan Rodríguez Lozano fue vigilado por la policía por orden del gobernador militar de León. En el expediente, éste ordena que se remitan oficios a la Guardia Civil y al comisario de vigilancia de la ciudad para que envíen cualquier antecedente que tenga de él. Además, se deja claro que tendrá que ser objeto de una «vigilancia continua y discreta». Precisamente, el comandante juez de León, Emilio Aspe emitía una carta en la que aseguraba lo siguiente: «Según me manifiesta el comisario de policía de esta plaza, por personal a sus órdenes se ha establecido una discreta y continua vigilancia que hasta el momento no ha dado resultado alguno».
El 22 de noviembre, el general Carlos Bosch y Bosch declara que su concepto de Juan Rodríguez Lozano en lo concerniente a su aspecto militar es favorable «tanto por mi propia observación como por la referencia de sus jefes». Sin embargo, no pierde la oportunidad de explicar que sustenta ideas socialistas y que, si bien por sí solas podrían no ser punibles, hay otras consideraciones a tener en cuenta: «Este capitán tiene un hermano que está complicado en los sucesos revolucionarios, siendo rumor público en esta plaza que simpatizaba o protegía las inclinaciones de su hermano». Además, Carlos Bosch aseguraba la conveniencia de su separación de la plaza de León, «ya que por llevar muchos años en esta plaza, goza de cierta influencia».
Poco a poco, las acusaciones van aumentando el tono. Las insidias y soplos se incrementan al tiempo que avanza el expediente. En uno de los documentos, el jefe de la Guardia Civil de León asegura que tanto Juan Lozano como Eduardo Rodríguez Calleja se distinguen por sus ideas socialistas, «habiendo hecho propaganda de ellas siempre que se les proporciona ocasión en las reuniones que tenían con elementos afines». El guardia civil hace un juicio de intenciones al decir que resulta peligroso que los capitanes citados se encuentren con mando de tropas, «toda vez que en más de una ocasión sostuvieron la teoría y propusieron a personas ajenas al Ejército la necesidad de que era indispensable una labor de captación cerca de las clases como elemento preciso para lograr el triunfo de sus ideas».
A favor de Lozano
El expediente también alberga la actuación valiente de algunos de los militares a los que se llamó a declarar. Es el caso del comandante Miguel Arredonda, que aseguró que Juan Rodríguez Lozano le merecía un buen concepto como militar y fiel cumplidor de sus deberes. «Tiene la seguridad el dicente de que en sus relaciones con la tropa no han vertido especies de sus ideas». Esta tónica se repite en varios capitanes, como Francisco Araújo o Federico Aller Alzaga. Singular resulta el testimonio dado por el teniente Antonio Cabañeros Otero que, tras asegurar que sus relaciones con Lozano eran cordiales, destaca que en los Consejos de Guerra, éste defiende siempre «quizá excediéndose» las ideas de los obreros humildes». Las declaraciones de la mayoría de los militares alaban la conducta militar del capitán y niegan que sus ideas políticas interfieran en su relación con la tropa, limitándose a cumplir con las explicaciones de las materias del programa reglamentario.
El enigma Mantecón
El expediente de Lozano se tramitó junto al del capitán Rodríguez Calleja. Y en este punto aparece uno de los capítulos más negros de toda esta historia, protagonizado por el teniente Mantecón. Sergio Martínez Mantecón denunció a Rodríguez Calleja y a Lozano por su defensa de los socialistas a raíz de un altercado que el teniente tuvo con Eduardo Martínez Calleja en el Cuartel del Cid de León. En su declaración ante el juez, Martínez Calleja aseguró que Mantecón le amenazó al decir: «Eso lo arreglaba yo enseguida matando a todos los socialistas porque son unos hijos de puta». Todos los interrogados coincidieron a la hora de asegurar que Mantecón pronunció estas palabras a sabiendas de que Calleja tenía dos hermanos socialistas, con lo que la frase de este militar tenía una clara intencionalidad contra él: «Entonces, yo dije que delante de mí no debía decir eso porque no lo consentía».
Sin embargo, en su declaración, Sergio Martínez Mantecón no pierde la oportunidad de verter veneno. Lo hace como un cobarde, denunciando gestos improbables: «Había notado a los capitanes Lozano y Martínez Calleja cierto aire de satisfacción cada vez que se comentaba la marcha de los sucesos políticos con motivo de la revuelta.
Uno de los papeles del expediente es la declaración de José Álvarez Nieto, un brigada del Regimiento de Infantería número 36. En ella, se refiere a elementos fascistas que realizaron labores de desestabilización con el fin de detectar la existencia en el cuartel de células revolucionarias. Entre los nombres que cita están el capitán Navas, Sergio Mantecón, Antonio Revuelta, José Bosch, Pedro Mellado, Pedro García, Cayo Valcuende, Luis R. de la Prada, Cesáreo Parra, entre otros: «Entonces, hizo su aparición la organización fascista en el cuartel... que tomó a su cargo la organización para la persecución sistemática de extremistas; realizó provocaciones más o menos estudiadas, ninguna de las cuales tuvo resultado aceptable»...
Con todo ello, resulta cuando menos posible que todo el expediente —tanto de Juan Rodríguez Lozano como de Eduardo Rodríguez Calleja— partiera de un intento de descubrir a los citados extremistas. Es probable que a partir del hallazgo de la carta que Juan Rodríguez Lozano envió al director de El Socialista se pusiera en marcha una estrategia dirigida a ‘depurar’ a dos militares que, aunque leales a la República —el propio Lozano fue uno de los protagonistas que sofocaron la revolución de Asturias— tenían filiación o simpatía con la izquierda. Y es que varios de los nombres que aparecen como destacados fascistas en la declaración de José Álvarez Nieto están presentes en los papeles que acabaron con la carrera (y la vida) de Lozano.
Esta tesis se refuerza con la historia que siguió a la condena del capitán. Juan Rodríguez Lozano fue condenado a ocho días de empleo y sueldo. En su declaración de descargos, el capitán sostiene que al estallar los sucesos revolucionarios de Asturias se le encomendaron servicios de tipo confidencial y reservado propios de Estado Mayor, que cuando su coronel marchó a Campomanes y Vega del Rey lo llevó consigo y en la delicada situación de aquellas fuerzas actuó como ayudante del jefe transmitiendo órdenes casi siempre reservadas a los jefes de Unidad, lo que acredita el concepto en que sus jefes le tenían.
Petición de amnistía
Nada sirvió para evitar su sentencia. Cuando meses después solicitó ser beneficiario de la ley de Amnistía aprobada por el Gobierno, también se le denegó. La carta, firmada por Emilio de Urizar Y Olazábal, tenía fecha de 30 de abril de 1936. Quedaban apenas tres meses para el golpe de Estado. En la misma, se le negaba acogerse a la amnistía porque «el capitán perseguía en los hechos culposos un fin político, no pudiendo por ello ser amnistiado». Moría asesinado tres meses y dieciocho días después.