España quiere ser la entrada del gas a Europa y dejar de depender de Rusia
Quiere usar su potente red de regasificación para liderar el nuevo mapa de distribución energético
España no es un país productor de gas, pero está llamado a ser un pilar del nuevo sistema de distribución que consumen los europeos. Hasta ahora, Rusia controlaba el tablero, con países de la talla de Alemania dependiendo en más de un 50% de sus envíos, una relación comercial que a raíz de la invasión de Ucrania se ha dinamitado. El objetivo principal es reducir al máximo la dependencia energética. Un plan que conllevaría años de trabajo pero que, dado el escenario actual, necesita implementarse urgentemente ante el próximo invierno. Y aquí es donde España podría jugar un papel clave como salvavidas energético de la región, más allá de contribuir al objetivo de Bruselas de reducir en un 15% su consumo de gas de aquí a la próxima primavera.
La gran baza de España en el nuevo mapa de distribución que se avecina es su enorme capacidad de almacenamiento, gracias sobre todo a las seis plantas regasificadoras de gas natural licuado (GNL) que actualmente operan en el país. De hecho, España es el país con mayor número de regasificadoras de la UE. Y el tercero del mundo, sólo por detrás de Japón y Corea.
En total, representa el 44% de la capacidad de almacenamiento de toda la región, sin contar todavía con la planta de El Musel, cuya puesta en marcha se espera para principios de 2023. Sumará otros 300.000 metros cúbicos de GNL al sistema.
Actualmente, y según datos de Enagás, la planta con mayor capacidad de almacenamiento es la de Barcelona, con seis tanques que se reparten 760.000 metros cúbicos, aunque las que más aportan al sistema son las de Bilbao y Cartagena, copando un 21% y un 20%.
Aunque las cifras varían día a día, las existencias totales en los 20 tanques que conforman estas plantas rondan ya el 84% (a lo que habría que sumar los almacenamientos subterráneos). Es decir, España ya supera el objetivo del 80% de almacenamiento que Bruselas se había marcado alcanzar antes del 1 de noviembre.
El suministro nacional está garantizado. Pero la clave está en el uso de las plantas para aumentar la potencia exportadora del país. Hay que tener en cuenta que el camino que recorre el GNL hasta llegar a nuestras fronteras es complejo. Se transporta en enormes buques metaneros que cuentan con una flexibilidad casi absoluta. Incluso pueden cambiar de rumbo en plena travesía para descargar en otro lugar si así lo consideran.
De líquido a gas
España recibe ese gas en estado líquido de 14 países diferentes. EE UU es nuestro principal proveedor, suponiendo un 32,9% del total entre enero y junio, según datos de Enagás. Ese gas que llega en los metaneros a 160 grados centígrados bajo cero en estado líquido, se descarga en las plantas de regasificación y, mediante un proceso físico para el que se utilizan vaporizadores con agua de mar, se aumenta su temperatura.
Así, se transforma de nuevo en gaseoso para poder inyectarlo y transportarlo por la red de gasoductos. Y aquí llega el gran reto para España. Para poder funcionar como alternativa a los gasoductos Nord Stream I y II procedentes de Rusia, debería haber una buena conexión, reactivando el proyecto Midcat, a través de Francia.
Hace sólo una semana, el canciller alemán, Olaf Scholz, defendió su puesta en marcha para aumentar el envío de gas desde la península ibérica a Europa central. A sabiendas de su capacidad de almacenamiento, la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, aseguró que el tramo español podría estar listo en solo «ocho o nueve meses».
Actualmente, la única conexión que tiene España con Francia es un doble gasoducto que transcurre bajo la parte occidental de los Pirineos, uno en Irún y otro en Navarra. Entre ambos apenas pueden exportar 8.000 millones de metros cúbicos al año, mientras que el Midcat podría doblar ese volumen. Además, el transporte por estas infraestructuras es mucho más económico.
«Con el metanero el gasto de transporte es entre un 20% y un 30% mayor porque conlleva más procesos que no son necesarios con un gasoducto», explica el responsable de inversión de UBS en España, Roberto Scholtes.
Desde el Ministerio de Transición Ecológica recuerdan que esta infraestructura lleva encima de la mesa de la Comisión «desde hace décadas». Pero el proyecto se paralizó en 2019 después de haber invertido en él 440 millones de euros. Entre las razones, por su elevado coste y la apuesta por las energías renovables.
Ahora, España plantea que Europa ayude a financiar la construcción de los 200 kilómetros que quedan sin finalizar entre Hostalric (Girona) y la localidad francesa de Barbaira. Pero el gran obstáculo para el Midcat vuelve a ser Francia, que argumenta que un proyecto así conllevaría «varios años» para estar operativo, con lo que no solucionaría la actual crisis. Ante esta situación, Ribera pidió esta semana a la Comisión Europea su «máxima implicación». «Las interconexiones entre Estados son una cuestión de política europea», señaló. Recordó que Francia está pidiendo energía a sus vecinos, por lo que el país debería entender que «construir Europa pasa por la apuesta común de las políticas en energía e infraestructuras».