el territorio del nómada |
La furia del proscrito
EL JUEVES 29 CUMPLIRÍA 90 AÑOS EL ARTISTA BERCIANO AMABLE ARIAS (1927-1984), PERO LAS PENALIDADES DE SU VIDA NO LE DIERON PARA TANTO Y UN COMA RENAL SE LO LLEVÓ EN LA DÉCADA DE LOS EXCESOS. FUE EL LATIGAZO FINAL A UNA VIDA DE PRIVACIONES Y MALTRATO. divergente
A pesar de su memoria infantil «llena de escarnios», Amable Arias trenzó su estancia en San Sebastián, adonde lo llevaron los padres emigrantes con 15 años, con insistentes retornos a la vega del Boeza, donde un accidente infantil, jugando en la estación ferroviaria, destrozó su cuerpo de nueve años. Aquel 6 de diciembre de 1936 uno de los chavales empujó un vagón suelto en vía muerta que lo machacó contra un muro. La profesora Alonso-Pimentel, en la tesis que le dedicó en 1997, establece vínculos psicológicos con la mejicana Frida Khalo, quien después de una polio madrugadora padeció con quince años el accidente de autobús que le trizó la columna vertebral y varios órganos vitales. Los mecanismos de resarcimiento a través del arte y del compromiso político de Frida ilustran de forma sorprendente los arrebatos de Amable. Con el agravante añadido, en el caso del berciano, de tener que digerir el abandono y la secuencia de vejaciones y maltratos de su padre.
SALIENDO DEL ENCIERRO
Cuando sufrió el accidente, en el primer invierno de la guerra, el padre falangista se llamó andana y miró para otro lado, mientras su tío Dionisio Yebra lo lleva en taxi a León, para que lo operen de la fractura de pelvis y uretra. Con los médicos movilizados por la guerra, lo intervienen reiteradamente, hasta sumar catorce operaciones entre 1936 y 1941, que lo dejan postrado sin posibilidad de caminar. El padre, José Arias, había heredado en Bembibre el mesón de Rosalina, pero agobiado por las deudas del juego, lo liquida en 1932, trasladándose a vivir a una casa pobre de la Villa Vieja. Aquel pájaro azulete se casó con Pilar Yebra, que vivía con un tío cura en Molinaseca, movido por el interés económico y sin prescindir de su amante. En 1942, la familia se traslada a San Sebastián, donde el padre falangista recibe el empleo de calculador en el Servicio Nacional del Trigo, aunque el rencor hacia su hijo maltrecho lo lleva a excluirlo de la cartilla del Seguro de Enfermedad, de manera que Amable nunca fue atendido en la Seguridad Social. Son años de fiero maltrato doméstico y aviesa reclusión, durante los cuales Amable no salía de casa ni recibió enseñanza hasta que en 1948 una orden judicial de alejamiento obliga al padre a huir a Barcelona. Un año después, la madre entra a trabajar por las propinas y sin sueldo en el guardarropa del Teatro Principal, donde Amable descubre un mundo nuevo de relación con actores, vedettes, cantantes y cómicos, que a menudo posan para sus retratos. A partir de entonces, su vivencia se alivia y Amable recibe las primeras atenciones: clases de acuarela con el maestro Ascensio Martiarena, lecturas voraces y desordenadas en la biblioteca y penicilina de estraperlo, con la que empieza a mejorar su postración física.
PAISAJES DEL BOEZA
Mediados los cincuenta, vuelve a los paisajes familiares del Boeza, donde pervive la cálida memoria de su abuelo paterno y lo arropan los primos Yebra y amigos fieles, como Nisio Cueto. Sube con sus muletas a la Villa Vieja, donde capta las sombras del palacio, y desde el céntrico café de Mero desciende hasta la fuente y el barrio de la estación, donde fraguó su tragedia, al otro lado del Boeza. Luego extiende sus andanzas hasta Albares e Igüeña, Boeza arriba, o las prolonga a los miradores de Congosto y Montearenas, que pasan a sus lienzos o reposan en sus carpetas, como los apuntes infatigables de la clientela de Mero. Un día don Avelino le encomienda pintar su mina de Arlanza, un encargo por el que le paga tres mil pesetas de entonces. La acogida hospitalaria de Bembibre lo retiene hasta los magostos del otoño, cuando por fin vuelve a San Sebastián. Allí expone en salas municipales sus Espacios vacíos , que encabritan al alcalde Lasarte Arana, papelero de la Salvadora de Villabona aupado en su despedida hasta la dirección de la Caja de Ahorros. Aquel rebote intensifica su fama de artista marginal, con etiqueta de maldito, que para mayor irritación preside la Asociación Artística de Guipúzcoa. En 1964 expone en la galería Neblí de Madrid y en 1965, enviado por Chillida, en Maeght de París, antes de participar en el grupo Gaur junto a Sistiaga,Oteiza y Chillida. Los últimos sesenta contemplan su vínculo con el minimalismo americano, mientras se distancia de la gresca donostiarra entre afines a Oteiza y cofrades de Chillida. Se aleja del arte abstracto, poblando sus cuadros de seres imaginarios, dotados de una expresividad nueva y elocuente. Por entonces irrumpen en su vida las hermanas Rizo: Pili, Carmen (de la que se enamora locamente) y Maru, que lo recupera de una depresión con tentativas de suicidio y se convierte en su amor duradero. Junto a Maru, la pintura de Amable inicia una evolución hacia lo figurativo sin prescindir del humus abstracto.
Su apoyo y dedicación garantizan la pervivencia de su obra una vez fallecido el artista a los 56 años, de un coma renal. Sus últimos cuatro años, después de redactar su testamento espiritual en 1979, fueron de creciente deterioro físico, que incluso le impedía pintar al óleo. Pero también será el tramo de su obra plástica más personal, que convive con la aparición de sus primeros libros y de una obra sonora rasgada y evocativa. Como aventuró Juan Manuel Bonet, la obra plural y la pintura furtiva de Amable están destinadas a seguir creciendo en su valoración más allá del vaivén de los escarnios. Un respaldo decisivo supuso la muestra itinerante, pilotada por Javier Hernando en 2003, Lleno y vacío . A esa ola se suman la edición aumentada de La mano muerta , en 2012, y la reciente Encantamiento y desencantamiento , de 2016.