Diario de León

ISABEL SAN SEBASTIÁN PERIODISTA Y ESCRITORA

«La ruta jacobea nos integró, ahora sucede lo contrario»

Filandó n «Espero que el Camino no muera de éxito, que se le pongan límites, que requiera un auténtico esfuerzo» Conocida por su faceta de analista de la actualidad, Isabel San Sebastián estará mañana en León presentando la que es su última novela histórica, ‘El peregrino’, un relato sobre el hallazgo de uno de los lugares santos más célebres del mundo «El libro salda una deuda de gratitud: recordar el inicio de algo que ha llegado a ser muy importante para este país»

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e. gancedo
León

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¿ Quién fue el primer peregrino, la primera persona que se puso como objetivo llegar hasta Santiago de Compostela? ¿Por qué lo hizo, qué secreta pulsión le movió a ello y con qué escollos y desventuras se topó por el camino? Estas preguntas están en la línea de salida del proceso que llevó a la conocida periodista y escritora Isabel San Sebastián (Santiago de Chile, 1959) a completar La peregrina (Plaza & Janés), la última de las siete novelas que lleva publicadas, ésta en torno al descubrimiento de la tumba del apóstol, y que mañana lunes, a las 20.00 horas, da a conocer en el Palacio del Conde Luna de León acompañada por la concejala de Cultura, Margarita Torres, y por el presidente de la Federación de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago, Luis Gutiérrez Perrino. «Ahora andamos en dirección inversa a la que durante siglos nos enseñó el Camino», mantiene.

—¿Cómo y por qué decidió escribir una novela sobre el primer peregrino, sobre el origen mismo del Camino de Santiago?

—Me di cuenta de que no había ninguna novela que plantease ese asunto, y precisamente esa era mi primera opción de título, El primer peregrino . De acuerdo con los documentos, esa persona fue Alfonso II el Casto, rey de Asturias, que mandó levantar la primera basílica en Compostela y el primer monasterio encargado de custodiar las reliquias del apóstol. Es el coprotagonista de mi novela, la otra es Alana de Coaña, a quien mis lectores conocerán de La visigoda , encargada de redactar la crónica de ese viaje.

—En aquella época, Galicia no era precisamente el centro del mundo conocido...

—Sobre todo, Galicia era fuente de malas noticias. Cada verano llegaban al reino de Asturias devastadoras aceifas musulmanas que entraban por los pasos más transitables, el Oeste y el Este, Galicia y La Rioja. Pero también rebeliones de nobles locales que no aceptaban del todo bien el dominio del rey de Oviedo.

—¿Cómo recibiría Alfonso II la noticia de que en ese confín del mundo se habían encontrado los restos de Santiago el Mayor?

—Esa cuestión es una de las motivaciones centrales de la novela: cómo recibió el rey la noticia y cómo ese hecho afectó a su gobierno. La noticia de que se habían localizado los restos del ‘hijo del trueno’ debió de causarle una gran conmoció. Y decidió acudir personalmente al lugar. Está demostrado históricamente que, en el año 834, Alfonso II hizo una donación al monasterio encargado de custodiar las reliquias de Santiago, y se dice que el rey viajó en la época en que Teodomiro fue obispo de Iria Flavia. Sería aproximadamente entre el 820 y el 830 cuando se produjo el descubrimiento, yo sitúo el viaje del rey en el año 827. A partir de ese momento, de ese hecho histórico y de otros, y con ayuda de la topografía de las calzadas romanas y de los puentes, fui recreando la expedición de una gran comitiva formada por clérigos, soldados, nobles, damas, cautivos sarracenos... que van recorriendo el camino y, por supuesto, viviendo todo tipo de peripecias.

—Un recorrido que nada tendría que ver, claro, con una peregrinación actual...

—Sería durísimo. Incluso para una comitiva real, bien armada y pertrechada. También hay que tener en cuenta el contexto histórico; el reino de Asturias pasaba entonces por momentos muy difíciles, acorralado por enemigos poderosos. Aunque Alfonso II, por ejemplo, tuvo la habilidad de tejer una útil alianza con el poderoso emperador Carlomagno. Pero sí, debió de ser un viaje nada fácil. Incluso hoy, cubrir este camino primitivo es una prueba exigente: todo es cuesta arriba y cuesta abajo.

—Pero bellísimo...

—Sí, fascinante. De una belleza sobrecogedora. De hecho uno puede sentir, en determinados tramos, cuando uno está rodeado de bosques centenarios de robles y de hayas, que ha retrocedido al siglo IX. Quedan tramos de calzadas romanas, restos de antiguas minas... no es muy complicado ambientarse, la verdad. Te diré que, cuando en parte lo transité yo, me paraba a un lado del camino y no sólo tomaba notas, escribía párrafos enteros. La comitiva que yo describo pasó por lugares como estos en condiciones terribles y, claro, les suceden todo tipo de calamidades.

—Y hasta el día de hoy, desde entonces, ha permanecido vivo.

—Lo curioso es que no ha dejado de recorrerse nunca, a pesar de tantos siglos como han transcurrido. Tenemos constancia de un peregrino franco que viajó hasta Compostela en la década de los cincuenta del siglo IX, unos treinta años después de que se descubrieran las reliquias. Y así, los peregrinos se van multiplicando a partir de ese momento, se abren distintos caminos y se hace importante el que llega desde Francia atravesando zonas cada vez más seguras. Ahí es donde cobra importancia León, tributaria de ese legado cultural formidable. Porque el reino de Asturias crece hasta convertirse en el de León sin transición, se trata de una ampliación y un cambio de capitalidad, nada más que eso. Yo creo que no somos conscientes de tanto arte, de tanta belleza, de tanta leyenda, de tanta riqueza como le deben muchos lugares de España al Camino de Santiago. Hay pueblos que viven casi exclusivamente de esta arteria cultural. En ese sentido este libro puede entenderse también como una deuda de gratitud: recordar el comienzo de algo que ha llegado a ser muy importante para nosotros.

—¿Usted cree realmente que los restos que están en Compostela son los del apóstol Santiago?

—No, no lo sé, lo ignoro. Más allá de la fe y de la tradición, no se puede saber con exactitud al no habérseles efectuado análisis científicos. Por supuesto, no hay pruebas incontrovertibles de ello. Pero Alfonso II el Casto sí lo creyó, y de esa manera se hizo cargo de un patrimonio formidable para la cristiandad. No olvidemos que, de los doce apóstoles, está la tumba de san Pedro en Roma y no hay más. Los demás fueron martirizados y muertos, y sus reliquias han desaparecido.

—Y sin embargo, quizá eso no es lo más importante para los miles de peregrinos que acuden a la ciudad cada año...

—Exacto. Lo dice la misma Alana en el libro. Es algo que, en el fondo, carece de importancia porque ese itinerario se ha convertido en el camino hacia una meta que trae paz, fuerza y esperanza. Me atrevería a decir que de las diez personas que hacen el Camino de Santiago, pero de verdad, completo, nueve se ponen a llorar en cuanto llegan a la Plaza del Obradoiro. Se experimenta un auténtico desbordamiento emocional después de tanto esfuerzo y cansancio. Esos sentimientos experimentados, ese dar respuesta a las preguntas, forman parte de la magia del Camino. También he querido, en la novela, reproducir esas emociones. Quien haya recorrido la ruta o lo vaya a hacer descubrirá o identificará en ella muchas sensaciones vividas o por vivir.

—Y, sin embargo, hay quien dice que el Camino puede «morir de éxito»...

—Creo que eso es algo que nunca sucederá con los ramales primitivos. De hecho, el camino original es mágico... precisamente hasta que confluye con el Francés. Porque es cierto que éste se masifica sobre todo en verano, en épocas determinadas. Realmente espero que no muera de éxito, que se le ponga algún tipo de límite, que realmente requiera un auténtico esfuerzo. Mira, cuando llegué a Santiago me negué a que me sellaran la credencial porque yo había hecho algunos tramos para ambientarme para el libro y no todos, debido a un problema que me surgió en un pie. Me dije entonces que la sellaría cuando lo cubriese entero y a pie. Ese día sí que me consideraré peregrina.

—¿Fue complicado el proceso de documentación de la novela?

—Por fortuna recibí una ayuda inestimable. Desde la universidad me suministraron mucha documentación sobre el reinado de Alfonso II y además dispongo de una biblioteca bien nutrida. Además, ya había escrito dos novelas sobre esas épocas y sabía a lo que me enfrentaba. Pero sobre todo he tenido a mi lado gente que me ha asesorado, informado y acompañado muy bien. Otra cosa es digerir, asimilar toda esa información no precisamente divertida para transformarla en un relato de aventuras entretenido, vibrante. Más que inspiración esto de escribir novelas es una cuestión de transpiración; o sea, de trabajo.

—También adjunta una guía muy singular y aprovechable para el peregrino de hoy...

—Sí, es una guía que no puede encontrarse en Google precisamente. Habla de lugares mágicos, de auténticos tesoros que están al lado del camino pero que pocos conocen. Por eso decidí incluirla, para uso de los peregrinos actuales.

—Entiendo que no es casual que haya elegido a una mujer para coprotagonizar esta historia.

—No; las mujeres han sido pieza clave a lo largo de la historia pero sin visibilidad, sin reflejo en unas crónicas que solían ser escritas por hombres. Ana de Coaña, además, está inspirada en esa fuerte tradición matriarcal que aún hoy se aprecia en Asturias y en toda la cordillera cantábrica. En el siglo XI, cuando la cristianización era todavía reciente, tenía que ser mucho más palpable ese protagonismo cotidiano de la mujer.

—Usted lleva también muchos años analizando la actualidad desde un prisma periodístico. ¿Qué paralelismo ve entre aquella época lejana y la nuestra?

—Me fijo en el propio espíritu del Camino, que es el del intercambio, el del enriquecimiento mutuo. Esa vocación de unir, de acercar. Pensemos en cómo nace Asturias y cómo luego va integrando Galicia, León, Castilla... Bien, pues parece que ahora andamos el camino inverso, el de la desintegración, el de no encontrar una meta compartida ni un líder capaz de unirnos.

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