Diario de León

Rito y tradición

Los leoneses acudieron en romería hasta La Virgen del Camino a cumplir todos los ritos: tirar tres veces de la nariz al santo, besar el manto de la patrona del Reino de León, comprar ‘perdones’ en los puestos de avellanas y comer roscas y morcilla. Es fiesta grande en León todos los 5 de octubre. Queda claro en las calles, con la presencia de los ayuntamientos del voto, los pendones leoneses y los carros que desde las comarcas llegan hasta el santuario. Engalanados todos en honor a san Froilán.

Carros engalanados desfilando ante el santuario de La Virgen del Camino.

Carros engalanados desfilando ante el santuario de La Virgen del Camino.

León

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Fue eremita, pero nunca estuvo solo. Peregrinaban en vida para escucharle, a él que aspiraba a la meditación y el silencio. Fue tanta su fama, que en romería iban a verle los fieles a las cuevas donde vivía.

San Froilán tampoco estuvo solo. Los leoneses acudieron  al santuario de La Virgen del Camino a tocarle las narices a pesar de las inclemencias del tiempo. Sólo faltaron los pendones que, por segundo día consecutivo, tuvieron que suspender su salida a causa de la lluvia.

Ya nadie recuerda de dónde nació la costumbre, pero es rito antiguo y de obligado cumplimiento cada 5 de octubre. En su puerta, la que da al sur, se consuma el rito. Hasta el Froilán espigado y asceta, con báculo de obispo y espíritu de santidad, el que cinceló en bronce el gran Subirach, van miles de fieles para acariciar su nariz, levemente desgastada ya por tanta devoción. Tres veces hay que tirar de ella si quiere verse cumplido el deseo, el que sea, que el Cielo no entra en eso. Y luego, ejecutar a pies juntillas el resto del ritual y besar el manto de la Virgen, la del Camino, la patrona del Reino de León, la que se le apareció al pastor Alvar Simón Gómez, de Velilla de la Reina, y le mandó aquel 2 de julio de 1505 tirar una piedra, y en el lugar que cayera levantar una ermita y que su talla se convirtiera en dueña del corazón de los leoneses. La ermita ya no está, la tiraron los hombres para levantar otro templo en su honor. Y a ese, al nuevo, al que se alzó en pleno desarrollismo, pagado con el dinero de un indiano al que el pueblo llano y las autoridades pusieron el don por delante, Pablo Díez, que hizo fortuna en México con la cerveza sin lúpulo leonés, a ese templo que es basílica menor, van en romería. Y en ese coloca el alcalde de León un collar con viandas y flores, a manera de la tradicional ‘cuelga’ leonesa con la que las madrinas, los padrinos, agasajan a sus ahijados en estas tierras el día de su cumpleaños. A la salida, se cumple el tercero de los ritos: comprar ‘perdones’ en los tenderetes instalados junto a la iglesia. Que cuenta la tradición que los mozos llevaban un puñado de buenas avellanas compradas en el mercado del santo para hacerse perdonar por llegar tarde a la romería, y quién sabe por qué mas, de ahí que los leoneses llamaran perdones a este fruto de otoño. Y con el apodo se ha quedado. Queda rendir culto a la cuarta de las costumbres: no acabará el día sin que un leonés haya probado una rosca de san Froilán y un bocado de morcilla extendida en buen pan de hogaza. Y no será pecado de gula, al menos ese día, que todo queda perdonado.

Van los leoneses como iban antaño, en carros y carretas, tirados por sus reses, adornados y engalanados, pues es fiesta grande. Y ha de notarse. Van los más atrevidos subidos en madreñas, último vestigio de cuando León era más que ciudad, un gran pueblón.

Todo por Froilán, el jovenzuelo descarriado que nació en una aldea de Lugo que hoy es barrio de la ciudad gallega en el 833 de nuestra era, que cuentan las crónicas que fue ladronzuelo en su juventud y luego estudiante tal como en la Edad Media se exigía a quienes se preparaban para el sacerdocio, y al que una crisis de fe condujo hacia otros caminos, los que en solitario llevaban al Bierzo, llenos de santuarios y monasterios, de monjes y eremitas.

En las cuevas se hizo asceta pero el poder de su palabra y el prodigio de su verbo no quedó oculto en las grutas. Quería vivir apartado del mundo pero el mundo no le dejó. Ansiaba escuchar su voz.

Y tanto como su prédica se extendieron entre el pueblo sus milagros. El más famoso el que lleva cada 1 de mayo a Valdorria, en lo alto de una montaña en la que el santo levantó la ermita carretando las piedras con la ayuda de un burro. Cuenta la leyenda que en el ascenso les salió al paso un lobo, que dio buena cuenta del asno pero no se desayunó al santo. Al contrario, cargó el serón lleno de piedras y no se separó de él nunca más. Hasta que le hicieron, a Froilán, obispo de León. En la Catedral tiene puerta, la del Sur, y tumba. Un sepulcro mandado construir en el altar mayor por un rey, Alfonso III. Para medio cuerpo, pues el otro medio reposa en el monasterio de Moreruela por orden de un Papa.

Tan grande fue su autoridad, que olvida la ciudad que Froilán es patrón de la diócesis y que su santo patrono es san Marcelo, el centurión romano que vivió en la calle Ancha, donde hoy está la capilla del Cristo de la Victoria, que fue ajusticiado con su esposa Nonia y sus hijos por profesar el cristianismo.

Y lo que León no lloró por Marcelo lo hizo sin consuelo la ciudad por Froilán. Fue un 5 de octubre, el día de su muerte. El adiós multitudinario de un santón solitario que siempre tuvo compañía. Hoy, como ayer, la de su pueblo. El que acude en ancestral romería a tocarle las narices. Todos los 5 de octubre.

Colocación de la ‘cuelga’ de san Froilán, Puesto de avellanas, que en León se conocen como ‘perdones’.

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