Sierra-Pambley: la educación como herencia para los leoneses 1397124194
Francisco Fernández Blanco de Sierra y Pambley destinó su cuantiosa herencia a la educación de los pobres, influido por las ideas ilustradas de su tiempo
Francisco Fernández Blanco de Sierra y Pambley, nació en Villablino el 24 de Abril de 1927. Fue el fundador, financiador y creador de las Escuelas Sierra-Pambley. Este hidalgo leonés, que por circustancias familiares e históricas, se encontró con una cuantiosa herencia recibida de sus mayores, soltero, de avanzada edad y sin descendencia directa, influido por la ilustración, por una larga tradición liberal y laica, unido a la amistad familiar y personal con los Azcárate y con los institucionistas Giner y Cossío, decidió fundar las mencionadas escuelas que llevan su nombre y a las que imprimió características propias y singulares en función del contexto. Todas ellas impulsaron en la provincia de León, durante más de un siglo, la educación de los más pobres, mediante la dotación de becas para los necesitados; además de la enseñanza, también el material era gratuito. Nos encontramos ante una egregia, pero humilde figura de la historia leonesa, que los avatares y circunstancias históricas han sepultado casi en el olvido del gran público. Este singular hidalgo leonés era el primogénito del matrimonio formado por María de Sierra y Pambley, natural de Villablino, y Marcos Fernández Blanco, natural de Hospital de Órbigo. Era el mayor de tres hermanos: Victorina, nacida el 28 de Noviembre de 1829, y Pedro, nacido el 13 de Mayo de 1832. Pasó Paco, así le llamaban en vida, sus primeros años en la casona familiar de Villablino; más tarde la familia se instaló en Hospital, en el domicilio paterno desde donde se trasladó a estudiar en Astorga, Valladolid y Madrid; aquí se graduó como abogado, aunque nunca ejercería su título, excepto para administrar su cuantiosa hacienda. Huérfano de ambos padres a los veinte años, sería la tutela de su tío materno, el senador Segundo Sierra y Pambley, quien ejercería sobre él una poderosa influencia. Heredó también de éste una fuerte misoginia tras un fracaso amoroso de Segundo con su sobrina, la hermana de Paco, que le conduciría a una soltería empedernida. La muerte de su hermano Pedro en Hospital, también soltero, tras una caída de un caballo, y posteriormente la de su tío el senador, hicieron revertir en Paco Sierra ambas herencias, que le hicieron pensar un destino filantrópico, concretamente la enseñanza, por lo que dedicará a su tío y a su hermano las dos primeras escuelas. La vida del Fundador era, como no podía ser menos en una persona tan cabal como él, profundamente reglada. Con profundo respeto a la tradición heredada de sus mayores, estaba dedicado a la administración de sus fincas y de la herencia, y estableció un calendario agrícola-escolar que recogen los pocos testimonios que de él nos quedan. Pasaba Paco Sierra el invierno en su casa de Madrid, desde la que se relacionaba con sus amigos y conocidos. Desde 1886, año en que fundó las escuelas, invitaba puntualmente a comer el primer domingo de cada mes al Patronato rector de las mismas, compuesto por Gumersindo de Azcárate, Cossío y Ricardo Rubio y Germán Flórez y durante la misma abordaban las informaciones que llegaban de las escuelas y la marcha de la enseñanza. Durante la primavera se trasladaba a las Dehesas de Zamora, en Moreruela de Tábara, y pasaba cuatro semanas instalado en una habitación de la casa de los guarda, «más austera y desnuda que la celda de un cartujo», en expresión de Pablo de Azcárate. Luego Paco hacía un fatigoso viaje en coche de caballos y se instalaba en su casa de Hospital de Órbigo, adonde llegaba «tieso y jadeante» para esperar el paso de sus rebaños hacia la montaña leonesa. En su despacho de la casona de Hospital recibía las rentas y despachaba los asuntos administrativos de su hacienda. Veía las siembras de primavera y principios de verano en la «Huerta de la Escuela» o en la finca «La Campaza», a la vez que dedicaba un par de días a Villameca, en La Cepeda, y su escuela. Posteriormente seguía su camino hacia la capital. El mes de Junio lo pasaba Paco en León, en la casa heredada de Segundo, frente a la catedral. Allí se instalaba en el primer piso y su vida transcurría entre el despacho, el dormitorio y el aseo. Los meses de Julio y Agosto los dedicaba a Villablino. Desde la fundación de las escuelas, allí viajaron los miembros del Patronato: al menos Azcárate y Cossío, para celebrar in situ las reuniones destinadas a analizar la marcha escolar y dar las pertinentes instrucciones. Azcárate informaba de cuestiones jurídico-legales, Cossío de la línea pedagógica, Germán Flórez, si asistía, de la economía. Además de la cosmopolita colonia madrileña, Paco compartía su mesa en Villablino con varios vecinos, amigos de su tío o de sus padres. Cuando llegaba el otoño, Paco hacía el camino inverso al realizado en la primavera: de León a Hospital, donde esperaba el paso de sus rebaños a los zamoranos pastos de invierno. Pasaba después por las Dehesas del Requejo y Quintanilla y a primeros de noviembre ya estaba en su casa de Madrid coincidiendo con la temporada de ópera en el Teatro Real, que seguía fielmente. Pero quizá quede incompleta la imagen de Paco si no añadimos algunos otros aspectos que le caracterizan: la idea de «castigar al cuerpo», más propia de un monje que de un ilustrado y rico filántropo del XIX; la idea de liberalidad de pensamiento e ideología, muy cercano a su amigo y paisano Gumersindo de Azcárate, ya que el liberalismo decimonónico, ilustrado y progresista, se oponía al oscurantismo de la época. Cossío afirmó de él: «Más liberal cuanto más viejo». Además, se debe destacar la idea social que regirá el destino de su fortuna; la austeridad hasta la exageración; la generosidad, de forma personal heredada de los patriotas de Cádiz, cree que su deber es devolver al pueblo para su provecho los recursos que por herencia posee; tampoco debemos olvidar su misoginia y soltería, aunque fue respetuoso con las mujeres a las que daría enormes oportunidades mediante la educación y las becas en sus escuelas: De infinita modestia, buscó asesores competentes para emprender la magna obra fundacional, Cossío se referirá al sempiterno pudor del festejado, en uno de sus homenajes. El afán de continuidad o de perpetuarse a través de las Escuelas, el fomento a la igualdad de oportunidades, dando un carácter de opción preferencial por los pobres a sus escuelas: en igualdad de circunstancias deben de preferirse los más pobres. Además estaba afiliado al Partido Republicano de Ruiz Zorrilla, un líder idealista y romántico que tenía un programa educativo muy avanzado. Estas características son pinceladas que caracterizan a la persona que decidió dedicar su fortuna a la educación, convencido del poder regenerador de la misma formulado Giner o Cossío y compartido por Costa. Sierra Pambley murió en Madrid a la edad de 88 años, el 26 de Enero de 1915. Comparte la tumba con su venerado tío Segundo, a quién había dedicado la primera escuela, la de Villablino. Dejó tres testamentos: uno de 1910, otro de 1914 y el hológrafo del día anterior a su muerte. Esta circunstancia hará que la Fundación se vea envuelta en pleitos judiciales que no terminarán hasta 1922, declarando válido únicamente el testamento de 1914 en el que deja la mayoría de los bienes a la Fundación. Los familiares de Paco de Hospital siempre consideraron que se les había hurtado la herencia de su familiar. La Fundación de Escuelas Su admiración por el ideal de vida regeneracionista y el convencimiento del poder de la educación incidieron para que destinara las rentas de su fortuna personal, a la plasmación de un proyecto educativo y escolar impulsado desde el cenáculo institucionista. Con la decisión de fundar una escuela madurada en Madrid, en su casa de la calle de Ferraz, se traslada con el Sanedrín institucionista a Villablino, constituyendo el viaje y la fundación el momento más entrañable de las epopeyas de las Escuelas Sierra-Pambley, tal como recogería cincuenta años más tarde Cossío. Así nacía la primera de las Escuelas Sierra-Pambley en Villablino, año 1886. Era una Escuela Mercantil y Agrícola. La fundación de la esta Escuela dio tan buenos resultados que se legaliza por medio de la Escritura Fundacional el 21 de Abril de 1887 ante el notario de Madrid José Gonzalo de las Casas y Quijano, decano del Colegio de Notarios de Madrid, siendo aprobada por el Ministerio de Fomento R.O de 11-1-1888 (Gaceta del 3 de Febrero); en dicha escritura se reconoce la Fundación y se otorga al Patronato Rector personalidad jurídica en cumplimiento de los requisitos legales. En las diferentes cláusulas dota a la escuela de bienes muebles e inmuebles y un gran capital en Deuda Perpetua Interior depositado en el Banco de España. La Escuela formaba parte de una Fundación cuyo órgano de Gobierno Colegiado era el Patronato, compuesto por el propio Francisco Fernández Blanco de Sierra y Pambley, Gumersindo de Azcárate y Manuel Bartolomé Cossío, quedando como suplente Francisco Giner de los Ríos. Los Patronos pueden cambiar o modificar los fines a que está dedicada la Fundación, pero con dos importantes condiciones: dedicarla a la enseñanza, y que ésta sea en la provincia de León. Más adelante, a la vista del éxito obtenido con la Escuela de Villablino, Paco Sierra fue ampliando el número de sus Escuelas: en 1890 se inicia la Escuela de Hospital de Órbigo con dos secciones, de niños y niñas dedicadas a enseñar Agricultura y ampliación de la instrucción Primaria y para honrar la memoria de Pedro Fernández Blanco de Sierra y Pambley, hermano del fundador; otra en Villameca, dedicada la ampliación de la Primaria sólo para niños; la siguiente en Moreruela de Tábara (Zamora) también destinada a la ampliación de la Educación Primaria y para niños; y finalmente, en 1903, en León funda otra dedicada a Escuela Industrial de Obreros, con una sección de ampliación de Primaria para niñas. Entre las características de las Escuelas Sierra-Pambley sobresale como más importante la adaptación de cada una al contexto en el que se encuentra inmersa. El sistema organizativo de todas las Escuelas Sierra-Pambley era muy específico: cada tres o cuatro años se convocaban exámenes de ingreso en las que se pedía a los aspirantes saber leer, escribir y las cuatro reglas. El número de plazas convocadas oscilaba entre veinticuatro y treinta y ocho, según las escuelas. No se podría ingresar en medio de la promoción por el desfase que supondría la heterogeneidad del grupo, que progresaba junto en sus conocimientos. Para poder concurrir al examen de ingreso era preciso haber nacido en la localidad donde radicaba la escuela o en determinados pueblos limítrofes; los alumnos debían tener una edad, según las épocas y las escuelas, entre 10 y 14 años cumplidos. Los últimos años estaban dedicados a la enseñanza específicamente profesional a la que se dedicaba cada Escuela: comercio, lechería, carpintería, cerrajería, agricultura... siempre desde una perspectiva aplicada, con talleres y demostraciones a cargo de los maestros. No se usaban libros en ninguna de las Escuelas Sierra-Pambley por indicación del Fundador en la Carta-Nombramiento que hacía a sus maestros: «Nada de libros de texto para los chicos: que escriban en sus cuadernos las ideas que recojan de las lecciones que Vd. les dé, a fin de que se desarrolle en ellos el entendimiento con preferencia a la memoria». Los niños escribían así las lecciones en sus cuadernos, que se llevaban a sus casas al terminar el período escolar y constituían un verdadero libro de la vida. Además, en todas las Escuelas se formó una biblioteca específica de aula para complementar esas enseñanzas y fomentar la lectura de los alumnos. Algunas de las bibliotecas permanecerán abiertas al público. Hay que señalar que la Fundación Sierra-Pambley fue la mayor institución educativa leonesa durante casi un siglo. Un modelo alternativo al modelo del sistema educativo imperante. Y su fundador, Don Paco, una gran manifestación de generosidad, pues no dudó en donar su patrimonio en la promoción de los humildes, toda vez que creía en el valor e la educación para la promoción de los pueblos. Don Paco, en definitiva, fue rara avis leonesa, de la que los efectos de su acción aún perviven. Basta con atisbar el número de personas que sobresalieron en diversos ámbitos profesionales y educados en sus escuelas, sin cuya ayuda no hubiera sido posible.