«Los cuidados sostienen los mercados pero no cuentan»
La economista burgalesa Amaia Pérez Orozco participa este lunes en León en el ciclo de la Universidad de León sobre crisis ecosocial y decrecimiento con la conferencia Politizar el bienestar: feminismos y decrecimiento para bienvivir . Activista en la colectiva XXK Feminismo, promueve una mirada revolucionaria sobre la economía tradicional que incorpora los cuidados, la idea de lo colectivo y comunitario y la generación de redes con otras regiones del mundo, en particular América Latina, para afrontar los procesos de precarización del sistema capitalista. La charla es de 12.00 a 14.00 horas en el salón de actos de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales y se puede seguir en streaming (https://youtu.be/nZjgg9Ko4Gg).
—¿Qué aporta el feminismo a las teorías del decrecimiento?
—Dos principalmente. Hay que mirar desde lo que el feminismo llama la sostenibilidad de la vida. Desde esta mirada, los trabajos más esenciales que sostienen la vida no son considerados trabajos en una sociedad que gira en torno a los mercados capitalistas y se replantea también la idea misma de bienestar, no como un proceso de consumo sino de hacer posibles vidas que nos resulten satisfactorias y significativas. En segundo lugar, el sistema que está en crisis es capitalista y heteropatriarcal y se construye sobre las desigualdades entre mujeres y hombres sobre la división sexual del trabajo y formas desiguales de entender el bienestar construidas en torno a nociones de feminidad y masculinidad. Hacer propuestas que permitan superar esa desigualdad es el otro eje de contribución de los feminismos, teniendo en cuenta que el feminismo está en conexión con otras clases de opresión como la racialización y orientación sexual.
—¿El decrecimiento supone perder bienestar en sociedades ‘avanzadas’ como la europea?
—Todo lo contrario. Pero tenemos que reconstruir la idea de bienestar que está basada en el acaparamiento. Nuestra forma de bienestar en términos de consumo energético, de generación de basura, implica que no hay planeta para que todo el mundo alcance esa noción de bienestar. En el mismo sentido, la acumulación y acaparamiento de bienes y servicios de mercado que solo es posible si se genera de manera barata por otra gente para entrar sin fin en ese proceso; y también en el acaparamiento del tiempo de vida ajeno (para tener éxito en el mercado laboral necesitas externalizar un montón de tareas de cuidado de la vida y que se las derivas a gente que las hace gratis o más barato). La idea de bienestar actual no es universalizable y es inalcanzable en el marco de este sistema. Los países del norte global viven cada vez más problemas que correspondían a otros lugares del mundo: desde familias enteras que viven en la calle a niños que pasan hambre; o gente mayor que no puede dejar de trabajar porque no tiene una pensión digna y chavaladas que no pueden estudiar. Estamos viviendo el fin del sueño del desarrollo y la periferización de los países que nos creíamos que éramos el centro. El decrecimiento no significa vivir peor, al revés, significa poder enfrentar este proceso de precarización de la vida, de malestares crecientes y significa responder juntas la pregunta de qué otra vida queremos vivir en colectivo. Qué bienestar queremos. Esta idea es tirar del hilo de cosas que vivimos durante la pandemia, cuando vimos que no necesitábamos viajar muy lejos, sino más tiempo de calidad o la importancia de la relaciones con el vecindario.
—¿Cómo transformar el malestar en un asunto político cuando el remedio del tranquimazim se ve como la salida?
—Hoy vivimos los malestares de manera individual, como fracasos individuales. Y las salidas que se ofrecen son individuales, ya sea el tranquimazin, las terapias de coaching u otras vías de escape. Politizar el malestar significa nombrarlo. No es que sea mi caso particular que voy a vivir peor que mis padres o que he estudiado y el mercado laboral no me quiere... No son temas individuales, sino colectivos. Hay que ponerlos en común y entender qué tienen que ver con un sistema que se construye sobre un profundo ataque a la vida del planeta y también a la vida de la gente porque no construye la vida como una responsabilidad colectiva, una responsabilidad compartida en hacer posible eso de cuidar nuestras vidas que son siempre vulnerables. Este sistema nos hace vivir cada vez más solas. Y solas no podemos construir el bienestar ni afrontar el malestar. Hay que hacer esto intentando construir esperanza colectiva. Cuando vemos las raíces sistémicas del cambio climático o, el colapso ecológico, nos entra muchísimo miedo y nos paraliza. Hay que nombrar el malestar, nombrarlo en colectivo, entender sus raíces sistémicas e intentar desde ahí construir esperanza en construir un mundo en que todas las vidas en su diversidad tengan espacio y todos los sueños de otro bienestar puedan ser cumplidos.
—¿Qué medidas propone para recuperar la idea de lo comunitario?
—Es fundamental actuar en tres líneas. Una, reforzar las redes económicas de cotidianidad en torno a lo común. Cuestionar los modos de funcionamiento de las familias cuando se basan en la distribución desigual e injusta de los trabajos internamente. A partir de las familias, familias diversas, construir redes en común con otros hogares. En segundo lugar necesitamos fomentar espacios económicos que se construyen desde una filosofía de lo común y lo compartido. Una forma de mercado alternativa que no se basa en el ánimo de lucro sino en ofrecer a lo colectivo servicios necesarios para vivir con modos de producción justos y equitativos con cooperativas de pequeña escala. Por ejemplo, cooperativas de trabajadoras de hogar y cuidados con familias que necesitan ese trabajo de cuidados con instituciones locales; o comunidades energéticas, de energía producida a nivel local. Y por último, la apuesta por lo público-comunitario, cuestionando algunas lógicas verticales y poco transparentes vigentes. Un servicio público más en cercanía con la gente como servicios de ayuda a domicilio de manera barrial o centros de salud comunitarios.
—¿Están incorporados los cuidados como una variable económica del bienestar?
—No. ¿Están los cuidados incorporados teniendo en cuenta que sin cuidados no hay gente que pueda salir a trabajar, ni población consumidora? Los cuidados, como suceden fuera de los mercados, siguen sin verse como la base de los mismos, en la economía entendida en sentido tradicional. Desde nuestra mirada cambiamos la idea economía. Y llamamos economía no a lo que mueve dinero y producen los mercados, sino a los procesos que sostienen la vida. Desde esta mirada cuestionamos el carácter económico de actividades como la industria del armamento o de la publicidad. ¿En qué medida contribuyen a los procesos de sostenimiento de la vida? ¿En qué medida procesos de generación de alimentos que se basan en la generación de productos que contaminan la Tierra? Un ejemplo de que no están incorporados es que no tenemos herramientas estadísticas para medirlo. El INE mide todo lo que sucede en los mercados, pero la última encuesta de uso del tiempo es de 2009. Esto impide ver en momentos de crisis cuando se sustituye el trabajo por cuidados no remunerados.
—Es experta en sostenibilidad de la vida. ¿Cuáles son las claves (económicas) de esta sostenibilidad?
—Hay que transformar la idea de economía. Hay que quitar los recursos que tiene en su mano el poder corporativo, el capital, que se convierten en medios de generación de beneficio individual y privado. Hay que ponerlo a circular en esos espacios económicos de lo comunitario y lo compartido para poder generar otra noción de bienestar. Necesitamos una reforma fiscal progresiva y profunda, perseguir el gran fraude fiscal y los paraísos fiscales, paralizar el proceso de financialización de la economía con mercados cada vez más especulativos; que las instituciones públicas recuperen el control dinero. A las empresas hay que quitarles tiempo de vida con una reducción drástica de la jornada laboral sin pérdida de salario y una apuesta fuerte por los derechos de la conciliación, para con ese tiempo construir otras cosas. Necesitamos quitarle vivienda, por qué construir más viviendas para que la gente se hipoteque cuando hay cientos de viviendas vacías. Hace falta una expropiación de la vivienda vacía y generación de parques de viviendas de alquiler y atrevernos a ocupar. Quitarles infraestructuras, las carreteras no pueden estar al servicio de las empresas; recuperar la idea de una reforma agraria; cuestionar las leyes de propiedad intelectual con las vacunas, que no sean otro nicho de negocio; quitarle los bigdata, que son otro gran recurso para la generación de beneficio monetario. Estamos regalando big data al poder corporativo: las escuelas usan herramientas de Google, hay empresas que se están quedando con todos los datos biomédicos de la gente. Los big data deben ser un monopolio público. Hay que quitarle recursos al capital y enriquecer esos espacios alternativos que puedan sostener otra noción de bienestar. Esto necesita mucho apoyo político y social y solo lo podemos construir si entendemos la gravedad de lo que está sucediendo.