Los presos de Franco que picaron carbón en las minas de León
Más de un millar de prisioneros del franquismo fueron explotados en minas leonesas entre 1940 y 1944
La historiadora leonesa Beatriz Rueda Rodríguez ha seguido el rastro de estos destacamentos mineros a través del Archivo General de Alcalá de Henares (Madrid) y las Memorias del Patronato de Redención de Penas. En el XI Encuentro Internacional sobre Investigaciones del Franquismo presentó las conclusiones.
A partir de los expedientes gubernativos abiertos a funcionarios para depurar responsabilidades sobre evasiones o denuncias de irregularidades planteadas por los prisioneros, la investigadora ha reconstruido las condiciones de vida en los destacamentos penales mineros, a los que añadió el de Villamanín, promovido por Regiones Devastadas para la reconstrucción de este pueblo destruido durante la Guerra Civil.
El destacamento de Fabero fue creado a mediados de 1940 por Minas Moro y llegó a tener hasta 800 reclusos, con una media de 250 en los cuatro años de su existencia. Los mineros trabajaban en el interior de la mina y eran alojados en tres pabellones de cemento que construyó la empresa para tal efecto y de los que apenas quedan rastro. Hubo nueve fugas.
Los funcionarios expedientados se quejaban de las dificultades para llevar a cabo la vigilancia, debido a que no había alambradas y estaban al lado del monte. Además, en el interior la falta de luz hacía más difícil el control efectivo de los reclusos. «Dos bombillas de luz de diez a quince bujías apenas permiten ver a cuatro pasos de distancia, pues su poca iluminación es absorbida por las paredes, camastros, mantas, jergones, todo en fin ennegrecido por el polvo del carbón. Aquellos pabellones parecen una prolongación del túnel de la mina», según uno de los expedientes estudiados por Beatriz Rueda.
En la mina había dos turnos de trabajo, uno de mañana y otro de tarde que finalizaba a las 0.30 horas. A veces los prisioneros eran obligados a hacer «tajos extraordinarios» o se ampliaba la jornada de trabajo. Los recuentos de vigilancia se realizaban a partir de las 18.00 horas y se intensificaban por la noche y de madrugada a las 21.00, 23.00, 1, 3, 6 y 7.
Los presos eran números. Los vigilantes tenían listas nominales y a cada uno se le asignaba un número que correspondía con el de la chapa que llevaban en la mina.
Una de las evasiones más célebres fue la que protagonizaron Amadeo Ramón, G. Canedo y D. Villar el 26 de diciembre de 1942. Un plano que obra en el expediente traza el posible recorrido de los fugados y de paso deja constancia de cómo era exactamente el pabellón, que contaba con un dormitorio de día, un dormitorio de noche, una enfermería, espacio más pequeño que la capilla, una habitación para los funcionarios y otra para los agentes de la Guardia Civil. Separadas del edificio principal, de unos 50 metros de largo, estaban las cocinas y el lavabo. En el exterior había dos garitas en dos esquinas, otro pabellón para la Guardia Civil y un WC a la entrada de la alambrada que rodeaba el pabellón.
Un arroyo hacía de límite natural de este edificio por uno de los costados, que en el lado contrario daba al monte comunal bajo el que estaba la mina y la bocamina. El plano señala que los fugados escaparon del dormitorio de día pasando por la capilla, que tenía dos puertas, una interior y otra exterior.
Se sabe que algunos de los presos fugados se incorporaron a la Federación de Guerrillas de León-Galicia, como ha recogido Secundino Serrano en sus trabajos sobre maquis y guerrilleros antifranquistas.
Otro expediente de los manejados por Beatriz Rueda desvela que los presos fugados del destacamento de Fabero en 1944 fueron detenidos. En sus declaraciones alegaron que «no estaban contentos con el trato que se les daba por el Sr Jefe del destacamento a los penados que allí trabajaban, que la comida era deficiente y el trabajo pesado y que enfermos y todo tienen que salir al trabajo. (…) que desde el primer momento no le gustaron las condiciones del Destacamento por ser la mina muy baja y el trabajo muy difícil y sucio (...)».
«Que esto unido (…) al trabajo de la mina con pésimas condiciones de humedad y la incomodidad de los dos Barracones destinados a dormir que eran húmedos y mal acondicionados llevó a su ánimo la idea de marcharse por no poder soportar aquello (..) Que los demás resisten porque están cerca de sus familias y reciben ayuda de estas».
Los expedientes desvelan también quejas de los prisioneros por mala alimentación y anomalías en la cantidad y calidad de la comida que se les proporcionaba. «En 1943, un preso denunció que se incautaba comida de la cocina «kilos y más kilos de alubias, arroz, garbanzos y litros de aceite»», explica Beatriz Rueda Rodríguez.
La rebeldía de los mineros presos y los castigos correspondientes quedan plasmados en otro hecho que recogen los archivos. En 1943 los mineros de Fabero se negaron a hacerse una foto para la memoria del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo. Como consecuencia de ello se les retiró del programa de redención de penas y fueron devueltos a la prisión provincial y posteriormente trasladados a la de Santiago de Compostela.
El destacamento de Orallo, gestionado por la Minero Siderúrgica de Ponferrada (MSP), estuvo en funcionamiento entre 1941 y 1944 y tuvo una media de cien penados, según la investigadora leonesa. Entre los documentos que ha recabado incluye la carta de tres folios firmada por 17 prisioneros con la que acusan al jefe del destacamento de «coger comida de la cocina de los recursos», así como de «vender vinos y sidras» a los mismos. «Más que un oficial de prisiones parece un simple tabernero», señalan los presos.
El funcionario se defendió y alegó que pagaba la comida que sacaba del economato de la empresa, a través de su cartilla de racionamiento «pues en aquel lugar no hay vecindario ni otra manera de salir adelante» y que «el pequeño beneficio que se obtenía (de la venta de vino) lo empleaba el Jefe en pequeños extraordinarios con los trabajadores». En aquellos lugares recónditos, también para un penal, ocurrían cosas tan chocantes como que un preso fue obligado a pasar por guardián, vistiendo su uniforme, al llegar una inspección y encontrarse el guardián de permiso «indebido», según la denuncia encontrada por Beatriz Rueda Rodríguez.
El destacamento de Matarrosa del Sil fue una «colonia de pequeñas dimensiones» de unos 10 por 50 metros. «Carecía de guardia exterior y estaba protegido por una sencilla alambrada», comenta la investigadora. En el interior había dos guardianes, uno de los cuales era auxiliar y acompañaba a los reclusos al interior de la mina y los vigilaba de 2 a 6 de la mañana. Contó con una media de 60 a 80 prisioneros. Ante las fugas, los vigilantes se quejaban de la falta de medios para llevar a cabo su misión,
La historiadora concluye que hubo «malas condiciones de seguridad en todos los destacamentos, con escasez de vallas, alumbrado, rejas, falta de vigilancia exterior y pocos guardianes». También abunda en la «deficiente alimentación y el posible desvío de comida y otros productos al mercado negro», así como en las deficientes medidas de higiene y ventilación. Otro aspecto que destaca es la organización de redes políticas dentro de los destacamentos, como se ve en la incorporación de algunos de los penados a la guerrilla antifranquista.
Más obras con reclusos en León
Los cuatro destacamentos penales estudiados por Beatriz Rueda Rodríguez son una parte de los trabajos y obras que se hicieron con mano reclusa represaliada por el franquismo en León.
Existe constancia de al menos otras tres obras en la provincia en las que se sirvieron de la Redención de Penas para su ejecución. Se trata del canal bajo del Bierzo, realizado en 1944, el pantano de Villameca, cuya presa fue finalizada en 1946, y el pantano de Luna que empezó a construirse en 1941 y se terminó en 1951.
En 1943 había 27.844 penados ‘redimiendo’ condena en trabajos civiles, como fue también la construcción del monumento del Valle de los Caídos, ahora Cuelgamuros.
Tres evasiones exitosas en el penal de Villamanín
El destacamento penal de Villamanín se creó en 1943 por la Dirección de Regiones Devastadas que tenía la misión de reconstruir pueblos y ciudades destruidos durante la Guerra Civil. Según la historiadora Beatriz Rueda Rodríguez, su existencia se prolongó hasta 1945 y constan cinco fugas, de las cuales cinco tuvieron éxito.
Uno de los documentos que aporta de los recuentos que se realizaban deja constancia de la fuga de dos presos, Daniel Santamaría de Castro e Hilario López Ramos, ocurrida el 6 de noviembre de 1944. Este destacamento de Villamanín no tenía alambradas ni rejas y la vigilancia la hacían tres funcionarios. En verano en el exterior, pero en invierno no aguantaban por el frío y era «más difícil».