El rebaño trashumante que huye de la sequía
El extremeño José Sánchez enfila 35 días a pie con sus merinas por la Cañada Occidental Leonesa
Las dehesas extremeñas florecieron este año en enero. No hubo invierno y la primavera ya es verano. Las praderas están amarillas y secas y el alimento ya escasea para los rebaños y la ganadería extensiva .
La sequía y la ilusión que tiene desde crío de hacer la trashumancia con su padre han empujado al ganadero extremeño José Manuel Sánchez Miguel a caminar a pie con su rebaño de 1.700 ovejas rumbo a tierras leonesas.
El rebaño partió el 14 de mayo de la finca Las Hinojosas, en el pueblo de Huertas de Ánimas (Cáceres), y tiene previsto asentarse todo el verano en los puertos de Los Hoyos y Cuesta Rasa alquilados a la junta vecinal de Acebedo, en León, a los pies de Picos de Europa.
La salida fue todo un acontecimiento, por el revuelo y la polvareda que levantaron las ovejas , como si adivinaran el fresco y la hierba que les espera en León, y por la expectación de familiares y vecinos. El cura párroco les dio la bendición con un cruz que parecía un gancho de pastor.
Con seis jornadas andadas en la provincia de Cáceres, aún les queda un mes para alcanzar su destino. Son más de 600 kilómetros los que separan las dehesas extremeñas de la montaña de León.
«Nos llevará entre 35 y 40 días», dice el ganadero en un descanso de la jornada por la Cañada Occidental Leonesa, como hicieron tantos rebaños de merinas durante siglos, en los tiempos esplendorosos del Concejo de la Mesta.
El camino es duro . Duermen al raso o en tiendas de campaña, pero la necesidad obliga. «Hace 16 años que tengo el rebaño y viene esta sequía», apunta el ganadero. No quiere arriesgarse a perderlo por los gastos que supone darles alimento y agua.
Las ovejas de este ganadero de 43 años son todas de raza merina puro y el rebaño tiene su inscripción en el Libro Genealógico. Solo medio centenar, propiedad del pastor, son mezcladas. José Manuel Sánchez Miguel está cumpliendo un sueño.
Su padre, José Manuel Sánchez Higuera forma parte de la expedición y es uno de sus guías, junto con su tío, Florencio Sánchez Higuera. «Los dos han sido pastores y han hecho la trashumancia», apostilla. Su amigo Paco Morgado, que hizo la trashumancia a pie en 202 hasta Salamón y Lois, le ayuda en la distancia con sus conocimientos del camino y la experiencia.
Mary, su tía, es la encargada de la comida y les acompañan algunos amigos sobre todo en las primeras etapas del viaje. Llevan doce mastines, cuatro careas y un burro. Los mansos —carneros que guían al rebaño— sus mejores galas. Unos coloridos madroños adornan la cornamenta que los distingue con los cencerros más grandes y sonoros del rebaño.
El estado de los cordeles, «muy sucios y con mucha basura», y el papeleo para lograr todas las guías sanitarias —de momento les impiden pasar por Toledo por un brote de viruela ovina— son los únicos peros que pone. Las administraciones, responsables de estos cuidados, tampoco sacan buena nota en el apoyo a la ganadería extensiva. «Te pagan una ayuda hasta 800 cabezas y el resto, hasta las 1.700, como si no existieran», subraya.
Ninguno de estos inconvenientes le quitan la ilusión que tiene desde niño de hacer la trashumancia al ganadero extremeño. Ni tampoco la certeza de que pasará el verano en un chozo sin luz y con el agua más cercana en una fuente a 100 o 200 metros. «Será bonito pero duro», advierte. Pero lo que le importa es que «las ovejas tendrán de comer y bajarán gordas». Su esposa y hijos de 10 y 14 años le visitarán y harán más llevadera la vida en el monte.
La trashumancia es una actividad milenaria de la que apenas quedan ejemplos entre Extremadura y León y unos pocos más rebaños que practican la trasteminancia entre los páramos y riberas y puertos de montaña en León. Los rebaños transportan semillas, biodiversidad, y la limpieza de caminos y monte contribuye a evitar incendios. Con el cambio climático son cada vez más las ganaderías interesadas en recuperar la trashumancia. Faltan puertos y pastores.