Alcuetas: más que un castillo restaurado, una puesta en valor del patrimonio rural
Para Jaime Fernández Riol,
In memoriam, que luchó por
el mundo rural cuando no se llevaba.
Hace unos días fue noticia en este medio de comunicación la finalización de las obras de restauración del castillo de Alcuetas. Están a la espera de la recepción oficial por parte de la Diputación Provincial que ha colaborado generosamente en la tarea. Aunque las cosas se debieron hacer unos años antes, con lo que se hubiera evitado la ruina de uno de los lienzos, sin embargo, bien está lo que bien acaba y en este caso el resultado es envidiable. El empeño del alcalde del Ayuntamiento, de la Junta Vecinal, la Asociación Cultural El Cerro y Promonumenta, se vieron acompañados por la experiencia y buen hacer de la empresa de restauraciones Decolesa que remató con maestría la gran faena arqueológica de otra empresa señera en Castilla y León Strato. Jesús Misiego, responsable de Strato, y sus colaboradores unen a su experiencia en el trabajo sobre patrimonio, el dominio de las técnicas más novedosas de excavación, interpretación y rehabilitación patrimonial. Además, son generosos hasta límites insospechados cuando, como en este caso, se encuentran con una joya excepcional.
Los que visitan Alcuetas, se sorprenden de que los nativos llamen, llamemos castillo a un edificio de mampostería de gruesos muros con dos cubos abovedados en ángulos alternos (uno de ellos casi desaparecido) situado en la parte más baja de la localidad. En realidad, según cuentan los expertos, es una casa fuerte del s. XVI, porque los cubos, doblados en origen, como el resto del edificio, con grandes y robustas vigas de roble, están preparados con una serie de saeteras para defender a los moradores de dentro. Es un ejemplo de fortificación de esa época que no abunda en España. No se levantó tanto para defenderse de los lugareños, pocos y que apenas podían blandir débiles instrumentos de labranza contra las picas y armas de fuego de los señores, como una mansión segura donde se retiraban los feudales, propietarios de grandes extensiones de terreno en las comarcas adyacentes. Los propietarios crearon aquí un lugar apacible y seguro para vivir tranquilos.
La primera Señora de Alcuetas emparentó con un hijo del III conde de Valencia de Don Juan. Ella era descendiente de las dos familias más poderosas del viejo reino, los Osorio de Astorga y los Quiñones de León. Lo sabemos por documentos escritos y por la referencia que se hace en la lápida sepulcral que, aunque deteriorada, aún es legible en buena parte y alude al enterramiento de una descendiente de los antiguos señores, sepultada a comienzos del siglo XVII. Se colocó la tumba justo delante del presbiterio, elevada, sobresaliendo del pavimento, destacándose por encima de todas las demás. Esta posición la consiguió porque dejó varias propiedades al templo. Las conocidas como «tierras de palacio» que están delante del edificio. Pero cuando, un siglo más tarde, soplaron vientos de igualitarismo en la Iglesia, y los obispos predicaban que todos eran iguales ante la muerte, mandaron rebajar la losa, ya que, según informaron a los propietarios, el cura no se revolvía al oficiar la misa, sobre todo si era de asistencia, con tres sacerdotes. Los responsables no hicieron caso a la primera ni a la segunda amonestación, pero a la tercera se plegaron, porque el obispo les amenazó con la excomunión.
Para entonces, las propiedades, señorío y títulos nobiliarios estaban en poder del Marqués de Villasinda. El nuevo señor no tuvo interés en ocupar la antigua fortaleza y mandó construir un palacio de dos plantas, con amplios ventanales fuertemente enrejados los de la planta inferior, entrada en arco de medio punto recercada, como las ventanas, con buena sillería. Colocó además dos escudos uno a cada lado de la portada. De esta construcción apenas quedan algunos restos y uno de los escudos nobiliarios. El marqués de Villasinda se hizo cargo de cobrar los diezmos de la iglesia y atender a sus necesidades. Por ejemplo, en 1701 encargó en León el retablo del altar mayor, pero no debía andar muy bien de dinero porque tardó varios años en pagarlo. Además, lo trajo y lo colocó en madera desnuda, con gran disgusto del obispo que le mandó dorarlo y pintarlo a la mayor brevedad posible.
El palacio sirvió de iglesia a comienzos del s. XX mientras se restauró la oficial por amenaza de ruina. Como anécdota señalamos que coincidió con la peste de 1918, por lo que fue un referente de la memoria local en generaciones pasadas. Sirvió de teatro improvisado durante los inviernos en los que los niños y niñas, unas veces y los jóvenes otras «echaban las comedias» a las que acudían también los vecinos de los pueblos de alrededor. En la casa grande, otro nombre dado al palacio del Marqués de Villasinda se hacía los «hilorios», las reuniones nocturnas de los vecinos para hilar, arreglar aperos de labranza o simplemente contar cuentos e historias acaecidas en el lugar, o sucedidas a personas conocidas de la comarca. La leyenda que nunca faltaba era la de Las ánimas de Alcuetas que hizo famoso al pueblo en todo el Páramo Leonés.
Ambos edificios formaban un conjunto notable y atractivo en la grande y espaciosa plaza, crearon hitos que han funcionado como base y amarre de recuerdos señeros que se construyeron en un espacio excepcional. No es muy común encontrar una casona del s. XVI y un palacio del s. XVIII en un pueblo con menos de 30 vecinos en su época de esplendor. Es un ejemplo original, casi único en la Península Ibérica, de un mundo de relaciones entre los señores y los campesinos durante cuatro siglos. La plaza se llama «El Cortejo», para distinguirla de la principal, más pequeña, pero céntrica y por lo tanto simbólicamente más importante. El nombre se debe a que ha sido el centro de diversión de los diferentes grupos de edad durante generaciones. Era el lugar para los juegos infantiles, de las partidas de pelota en la mocedad, pero según la tradición que recogí en trabajo de campo hace más de cuarenta años a personas ancianas que ya no están con nosotros, era el lugar donde se hacía le baile las tardes del domingo y días de fiesta cuando el trabajo del campo no apuraba. Eran bailes de pandereta, una o dos mozas cantaban y tocaban la pandereta y el resto bailaba «al son que tocaban». Entonces la pandereta formaba parte del ajuar doméstico de las mozas, como los mozos tenían las carracas para hacer ruido en el Oficio de Tinieblas en Semana Santa. Era de rigor, así lo había establecido la costumbre, hacer baile con merienda para todo el pueblo cuando se cantaba un «Ramo», ofrecido generalmente al Cristo de la Vera Cruz para pedir agua en años de sequía o dar gracias a Dios por las buenas cosechas.
Lo que estoy comentando no son solo datos históricos y recuerdos olvidados de personas que se han ido, es la intrahistoria de una plaza, la memoria de un pueblo, es la vida y la cultura, el amarre identitario de generaciones y generaciones. No hay nadie, niño o mayor, que no tenga sus propios recuerdos unidos a este espacio y que no recupere los días de estancia en Alcuetas con la evocación de El cortejo. Nadie que no hay diseñado el futuro de la plaza desde su propia perspectiva con el castillo como monumento casi totémico. Alcuetas, lo digo también como observador desde fuera, es un pueblo rico en historia, abundante en religiosidad popular, de amplias y profusas tradiciones que los que viven en él conservan a flor de piel
Alcuetas es más que un castillo acertadamente restaurado porque posee una ingente cantidad de patrimonio inmaterial que emana de las ruinas recuperadas, a las que la memoria colectiva tiene mucho que añadir. Es un ejemplo documentado del mundo rural, de sus cambios y transformaciones durante siglos. Por eso se debe seguir trabajando para completar la restauración y, sobre todo, para que esta pueda servir de escenario en el que revalorizar la cultura de los pueblos, la autoestima de los grupos que siguen luchando por conservar sus tradiciones. Es un candidato perfecto para crear un punto importante de exposición, de centro de interpretación y parque temático del mundo rural desde el castillo y protegido por este. Es un espacio en el que los hijos de la ruralía admiremos con orgullo la cultura de nuestros antepasados y la fijemos para futuras generaciones.
Me cuentan que dicen por ahí que las fuerzas vivas, una manera de no nombrar a nadie porque en los pueblos no están bien vistos los personalismos, que después del éxito de la primera restauración, están trabajando para continuar con el gran proyecto del que no dan muchos detalles. Están trabajando para conseguir una segunda subvención que les ayude a cubrir la fortaleza, y a partir de aquí trabajar por el proyecto integral de hacer un parque temático del mundo rural del sur de León y norte de Castilla, que es tanto como decir del mundo rural del occidente europeo. Exponer al visitante los modelos de vida de los núcleos rurales desde su origen histórico (unos cuantos campesinos repobladores en el siglo X) hasta el presente cuando el mundo rural se mantiene por el cariño de los hijos, nietos y nuevos vecinos del pueblo que se sienten identificados con este modelo de vida, denso en relaciones humanas e identitarias asociadas a un territorio que todos, incluso los no nativos, sentimos como nuestro. Estoy seguro, alcalde, junta vecinal, Asociación Cultural El Cerro, y Promonumenta, de que lo conseguiréis y que los responsables comarcales, provinciales y regionales del mundo de la cultura y el turismo apoyarán vuestros proyectos que, como diría el poeta ya muestran en esperanza el fruto cierto. Los demás procuraremos «emburriar» un poco según nuestras fuerzas.