«La 31»
La gaveta | césar gavela
Amuchos ponferradinos de cierta edad nos resulta muy extraño pasear por la Puebla Sur, la nueva zona urbana situada donde antaño estuvieron las vastas instalaciones de la MSP. A mí me pasa que cuando voy por allí tengo la sensación de que todo lo que hay ahora es falso. Que es una escenografía temporal, una impostura; una estafa sentimental.
¿Dónde está aquel distrito de carbón? ¿Dónde la playa de raíles que se perdía en horizontes negros y húmedos? ¿Dónde los hangares en los que se reparaban las locomotoras? ¿Dónde los lavaderos entre la bruma? ¿Dónde los hombres secretos que caminaban por aquellas salinas de agua y antracita?
¿Dónde, en fin, el tren mixto de Villablino con sus vagones verdes, de madera, con sus revisores de corbata y sueño? ¿Dónde aquellos curas comunistas del alto Sil que viajaban en tercera clase? ¿Dónde los niños de Laciana, con sus padres expectantes que venían al médico, al abogado o a las compras en aquel pequeño puerto interior, de ventanas y tiempo, que era Ponferrada entonces?
No existe nada de eso. No existe el tren minero, que era el rey de ese mundo. Con su estación de juguete, sus vendedores de bollos suizos, el kiosco y las acacias. Con los ferroviarios que organizaban una rueda de silbatos antes de que las locomotoras del Oeste iniciaran su viaje a la lejanísima Laciana de entonces.
No existe. Bueno sí, perdura en la memoria. La mía, como la de muchos, guarda ese tesoro sencillo. Porque fui muy feliz allí, en los bordes de las vías. Por el camino de grava, que tenía eucaliptus al este, y huertos rodeados de empalizadas de madera blanca a poniente. Al fondo, volando sobre los manzanos, quedaba el talud de los trenes. Su estruendo feliz, su marcha lenta, su humo blanco.
Los niños de aquel barrio conocíamos todas las máquinas y todos los maquinistas y fogoneros. «La 31» era una locomotora bien querida, y que bien recuerdo. Como sus hermanas de hierro, avanzaba raspando las zarzas, entre un revuelo de vapor y de mariposas. En aquel tiempo nítido y solar. El de la niñez. Por eso no puedo evitar mi pequeña emoción al saber que «la 31», ese elefante de hierro de la infancia, ese trasto prodigioso que fabricaron en Munich en 1913, anda por ahí. La están reparando en Ardoncino y pronto volverá a casa. Para que todo esté en orden. Porque mientras las viejas locomotoras que nos vieron crecer vivan, también estará vivo aquel mundo de Ponferrada.