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León

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El resplandor Fermín lópez costero

Nadie duda que El Bierzo es una comarca jacobea. Desde la Cruz de Ferro hasta la Laguna de Castilla -”a un paso del Cebreiro-” discurre el llamado Camino Francés, unos 60 kilómetros de Este a Oeste que dividen en dos mitades, una superior mucho más extensa y otra inferior, el actual territorio bergidense. A excepción de Bembibre, las poblaciones más «prósperas» del Bierzo de hoy en día, las que crecen en número de habitantes, se localizan en este singular trazado. Porque, cuanto más se alejan nuestros pueblos de la autovía A-6 y del Camino de Santiago, más parece que languidecen. De esto ni siquiera se salvan las poblaciones que cuentan con importantes reclamos turísticos. Ni Candín, en medio de los Ancares, ni Fornela con el castro de Chano, ni Noceda con la Sierra de Gistredo, ni mucho menos Borrenes o Carucedo, con Las Médulas y todo su fantástico entorno de castros, canales, lago, castillo-¦ (¡Ah, Las Médulas! Un patrimonio de la humanidad al que apenas se le saca provecho, en el que ni siquiera cree la Junta, que este año sólo piensa invertir en el paraje 144.000 euros, una cagada de mosca al lado de los más de 21 millones que irán a parar al yacimiento burgalés de Atapuerca).

Debido a esta pujanza de lo jacobeo, otras poblaciones bercianas están poniendo en valor antiguas variantes del Camino. Es el caso del llamado Camino de Invierno, una ruta alternativa que, a lo largo de 35 kilómetros, discurre por Ponferrada, Priaranza, Borrenes, Carucedo y Puente de Domingo Flórez. También en el Bierzo Alto llevan tiempo tratando de recuperar las rutas jacobeas del puerto de Manzanal y de La Cepeda, que, tal y como refiere el profesor Jovino Andina, autor de un esclarecedor libro sobre estos dos itinerarios, cuentan con más de 500 años de historia. Incluso Carracedelo ha conseguido habilitar un antiguo atajo que comunicaba Camponaraya con el monasterio de Carracedo.

Está visto que si no se es jacobeo no se es nada. Y eso que la mayoría de los peregrinos pasan como almas que lleva el diablo, sin detenerse a observar el paisaje ni los monumentos, como si estuviesen participando en una competición deportiva. Y sin gastar más que lo justo.