Diario de León
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Opinión | wenceslao orallo

licenciado en ciencias del trabajo. ex-secretario psoe ponferrada

El Bierzo trabajador, el productivo, cuyo espíritu emprendedor ha sido reconocido, no solo por su capital administrativa provincial sino desde toda la geografía nacional, está dando paso a un Bierzo decadente, ocioso y sin capacidad de reacción; el vicio engendrado en los últimos veinte años de política clientelar a los partidos se ha aposentado definitivamente en la conducta de este territorio, y no solo por culpa de esa profesionalizada actividad, mal común a toda la geografía nacional, sino, lo que es peor, ha hecho mella en el espíritu reivindicativo de la clase trabajadora y empresarial berciana que, en clara simbiosis durante la última transición económica, con un modelo de desarrollo basado en la productividad de sus recursos y en su equilibrio, se ha enquistado en una lógica resignada, contraria al sentido común y a la naturaleza singular de la que hasta hace bien poco se hacía gala.

El sindicato, que ha tenido siempre por montera la cuestión de los recursos energéticos y su empleo como activo fundamental de la economía comarcal, guía de los sectores inducidos por aquella, ha reducido su perspectiva de clase a poco más que a una protesta coyuntural por impago de salarios de trabajadores, convirtiéndose definitivamente en un órgano parasitario, apoltronado y filial de la política.

Los ayuntamientos, que medían con escrupulosidad el equilibrio entre los gastos de personal y los servicios que prestaba a los ciudadanos, ha venido engordando sus plantillas hasta el extremo de que, ante la crisis, declaran su impotencia para reducirlas y, a falta de valentía para sanear el dislate, optan por mantenerlas semiociosas, elevando la deuda financiera de los administrados.

Cualquier idea de racionalización administrativa, por ejemplo, la de fusión de aquellos municipios que carecen de posibilidad inversora o de inversión testimonial, queda ahogada al instante en la defensa numantina de prebendas localistas bajo la falacia de la mejor gestión de unos recursos que no tienen.

La inercia económica producida por el sector de la construcción, que desembocó en el anunciado desbarajuste actual y, con él, la liberalidad en el gasto corriente, no encuentra ahora respuestas de salida en nuestros munícipes, algunos de los cuales, como ocurre en Ponferrada, siguen el rebufo de aquella burbuja, olvidando el desarrollo de nuevos sectores productivos a pesar de tenerlos a la puerta de casa, pues su pensamiento ordenador se mantiene ensimismado en la política del suelo. Adoptan, a la espera de tiempos mejores, la solución del endeudamiento y la venta de los recursos de próximas generaciones.

Su sofisticado pensamiento consiste, ni más ni menos, en que quien venga después que lo arregle; mientras tanto, esconden la cabeza bajo el ala y declaran culpable de la situación hasta al toro que mató a Manolete. La identidad comarcal en general ha caído en la trampa del servilismo de los partidos y de las instituciones; ya no produce más que ideas adheridas al terreno de las ambiciones personales, pero corrupto en lo social.

El anuncio del retraso en grandes obras de infraestructura nacional que iban a ayudar a vertebrar nuestro territorio, junto con la apatía en el cumplimiento de parecidos compromisos del nivel autonómico, nos coloca, más y más, en una situación de inferioridad en los mercados.

Hace falta, pues, una nueva reflexión de carácter colectivo que devuelva a este territorio el paradigma económico y geográfico que siempre tuvo. Pero para ello debe ser eliminado todo posible lastre ideológico y apuntar, como decía Ortega, a las cosas. De esta falta de acción son responsables nuestros alcaldes, nuestros órganos empresariales y los sindicatos comarcales pues son, en definitiva, quienes administran nuestro presente y los que pueden y deben formular acciones reivindicativas.

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