Juan de Dios
Silla baja | josé á. de paz
Conocí al actual presidente de la Unión Romaní cuando hace varias décadas le entregué una sentencia de la Audiencia Provincial de León donde por primera vez se reconocía la aplicación de la ley gitana en un supuesto caso de hurto después de una reyerta gitana en Cacabelos: no existía ánimo de lucro porque la ley gitana autorizaba tomar los bienes necesarios para curar al agredido. Luego compartimos grupo parlamentario en Madrid y Estrasburgo, fraguando una sólida amistad. Juan de Dios Ramírez Heredia es un gitano elegante, inteligente y combativo allí donde se produce cualquier tipo de discriminación racial. «Europa contra el racismo» es una publicación coordinada por él en la que se recoge cumplidamente mi pensamiento sobre la evolución del racismo y sus consecuencias políticas, económicas y sociales en la comunidad. Gusta mucho Juan de Dios de apelar a su condición de gitano, poniendo a prueba la capacidad de trabajo de los traductores simultáneos en aquel parlamento multilingüe donde, replicando a un diputado de la extrema derecha francesa, decía: «Su intervención me viene como anillo al dedo porque soy gitano», lo que fue automáticamente traducido: «Yo, que soy titiritero y tengo los dedos llenos de anillos...»
Sirva todo ello de introducción a la barrida de gitanos protagonizada por Sarkozy que ha logrado unir a sindicatos de comisarios, al Papa, gobierno rumano, al Consejo de Europa, con la única voz discordante del ministro italiano del Interior, miembro de la xenófoba Liga Norte, la Comisión Europea y tres ex primeros ministros de Francia, que han valorardo la expulsión como una deriva derechizante del gobierno francés. También la ONU ha sido contundente, aunque no tanto como la declaración impulsada por Juan de Dios, anunciando que llevarán a los responsables ante el Tribunal Penal de Estrasburgo. Leyendo el comunicado compruebo que el veterano luchador por los derechos de las minorías no ha perdido combatividad y brío. Una trayectoria admirable en tiempos de vacas flacas, donde todas las pulgas se adhieren a los más débiles, mientras en los medios de comunicación crecen imparables las voces que cargan el debe de la crisis sobre las espaldas de los inmigrantes y otros perdedores crónicos en las sociedades postopulentas.