Diario de León

OBITUARIO | ÁNGEL FERNÁNDEZ GONZÁLEZ. OFTALMÓLOGO

En memoria del médico de Faro

El oftalmólogo pasaba buena parte del verano en Faro

El oftalmólogo pasaba buena parte del verano en Faro

Publicado por
Daniel Gavela
León

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n Sobre la primavera de Fornela, a punto de estalllar, ha caído un manto de luto al saberse la noticia del fallecimiento ayer en Barcelona —donde será enterrado esta tarde— del doctor Ángel Fernández González, hijo predilecto de esa tierra berciana, un héroe en tierra de esforzados en tiempos de penuria, como fue el siglo XX en la montaña de León. Se sabe poco de Fornela, el valle más a occidente de nuestra provincia, pero bien podría ser recordada en el futuro como la cuna de Ángel Fernández, un hombre admirado y respetado por cuantos le trataron y del que todos los leoneses, le hayan conocido o no, pueden sentirse orgullosos con la seguridad de que, donde quiera que su brillante carrera profesional le haya llevado, habrá dejado el nombre de León en lo más alto: ejercía de leonés tanto o más que de oftalmólogo. Antes de que Luis del Olmo abriera la vía leonesa en Cataluña, el doctor Fernández ya paseaba por las sierras y los valles bercianos a ilustres catalanes, en los tiempos en que el caballo era todo cuanto había como método de transporte. Sus éxitos profesionales en el campo de la cirugía ocular son tan significativos como sus cualidades humanas y su mérito no reside solo en haber llegado a ser uno de los grandes oftalmólogos de Barcelona, la capital de la especialidad, sino de haberlo logrado desde el entorno económico y social en que nació. Vio la luz en 1917 en Faro, una pequeña aldea colgada en las montañas en la cuenca del río Cúa, lejos de todas partes, a varias leguas de Fabero y otras tantas de Corbón del Sil, pues así se medían las distancias en aquellos tiempos en que todo se hacía a pie o a caballo. Allí no había escuela, pero aprendió a leer con la ayuda de un vecino del pueblo de Peranzanes, lo que no le cambió el destino de sus paisanos: a los quince años, en 1932, estaba trabajando en la mina, en Corbón, circunstancia que aprovechó para soltarse en la lectura en los ratos libres. Su tesón y su férrea voluntad autodidacta le llevaron en 1942 a Barcelona donde compaginó una vez más el trabajo con los estudios, lo que le permitió cinco años más tarde ingresar en la Facultad de Medicina para especializarse en Oftalmología y doctorarse en Medicina y Cirujía en 1952. Ejerció casi hasta el final de sus días e impartió su saber como articulista y ponente en foros nacionales e internacionales. Siempre admiré en él su capacidad para ver más allá del horizonte estrecho y limitado en que el destino lo quiso encajar: trabajar en la mina, en la agricultura y la ganadería de subsistencia o, en su caso, en la venta ambulante que, desde varios siglos atrás, venían practicando los fornelos en el Noroeste de España. Fue el primer estudiante de Faro desde su fundación en el siglo IX, y gracias a su ejemplo y a su estímulo, en ocasiones económico, su pueblecito cuenta hoy con una sorprendente nómina de titulados superiores entre los que se cuentan ingenieros de Caminos, de Minas, arquitectos, médicos y profesores. La autoridad y el ejemplo del Médico de Faro —así era conocido— dejan larga huella entre los fornelos y ancareses y en parte importante del Bierzo, pero también en el territorio asturiano del Ibias y zonas de Lugo, pues su señorío y su benevolencia se extendían por todos los territorios que bendice la Virgen de Trascastro, a la que todos los días 15 de agosto rendía visita con toda su familia. Viajar desde el analfabetismo hacia la excelencia profesional dice mucho de su inteligencia; que no haya olvidado ni un sólo día de su vida el camino de regreso a Faro y que haya inculcado a sus descendientes el amor por la tierra originaria y la atención a sus gentes demuestran su categoría humana. Su amplia mirada vital abarcó campos de escasez y de penuria, y amplios territorios de logros profesionales y éxito social. Tal vez por eso su mano siempre estuvo tendida para curar o para abrazar sin distinciones, con la generosidad que sólo se da entre los humildes y los sabios, entre aquellos pocos que cuando llegan a la cima siguen teniendo memoria. Así será recordado.

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