«Estaba el centeno más alto»
Los hijos de Antonio Fernández ‘El Cesterín’, asesinado en 1936, entierran sus restos en el cementerio de Villanueva de Valdueza tras exhumarlos de un campo de cereales. 1396927554.
El centeno estaba más alto y las patatas más verdes en el rincón donde enterraron a Antonio Fernández González, El Cesterín , a comienzos de octubre de 1936. Sus hijos Constantino y Antonio, que hoy tienen 76 y 75 años y a principios de mes viajaron desde Argentina para exhumar sus restos, trabajaban en aquel campo de Villanueva de Valdueza más de una vez. «Ahí está tu padre enterrado», tenían que escuchar cuando alguien les señalaba el lugar donde crecía más alto el centeno y la planta de la patata tenía un color más intenso.
A los dos les hubiera gustado sacar de allí los huesos de su padre, confesaban ayer en San Esteban de Valdueza —poco antes de recoger en el centro cívico los restos exhumados por la Asociación para la Recuperación de la Memoria (ARMH) para enterrarlos en el cementerio del pueblo, donde la familia tiene un nicho— pero sólo eran dos adolescentes. Y el miedo a los pistoleros falangistas que subieron a su padre al camión de la muerte, supuestamente por avisar al alcalde de que le iban a ir a buscar, seguía fresco. «Había mucho silencio y si los más grandes no lo hacían, qué íbamos a hacer nosotros», se lamentaba Constantino ayer.
Emigrados a Argentina tras quedarse huérfanos, con 17 y 16 años, Constantino y Antonio están de vuelta en España gracias al tesón de la hija del mayor de los hermanos, Adriana Fernández, activista en Buenos Aires por los derechos de los desaparecidos argentinos que un buen día descubrió que ella también era nieta de una víctima de la represión, pero en la tierra de sus padres. Gracias a Internet, Adriana conoció la historia de su abuelo El Cesterín , contactó con la ARMH y finalmente, el pasado 9 de octubre y justo el día en que se cumplían 75 años del asesinato, localizaban la fosa con ayuda de tres vecinas de la zona y exhumaban lo que quedaba del cuerpo; una osamenta y unos huesos, y una hebilla y un botón de nacar.
Perdida en Villanueva la tumba de la esposa de El Cesterín , el apodo cariñoso le conocía todo el mundo, la familia lo enterró ayer en la tumba de su hermano Primitivo y su cuñada Maximina en el pueblo vecino de San Esteban. En unos días, regresarán a Argentina con la tranquilidad de haber cerrado una herida de 75 años, pero la lucha, al menos para Adriana, que se ha sumado en su país a la querella contra el régimen de Franco por crímenes contra humanidad, no terminará «hasta que el Estado español reconozca estos crímenes», afirmaba ayer. «Yo llevaba en mi corazón el grito de mi abuelo. Trabajaba por los derechos humanos en mi país y en mi familia había un desaparecido», contaba en el centro cívico, emocionada, mientras daba las gracias a la ARMH. «Yo creo que mi abuelo me guió», añadía.
Víctimas de Franco y de ETA. La entrega de los restos del Cesterín en el centro cívico de San Esteban contó con la presencia del responsable de la ARMH, Marcos González, y del poeta leonés Abel Aparicio, que leyó dos poemas sobre los desaparecidos y no dejó de lamentar, ahora que ETA ha anunciado su renuncia a las armas, que en España haya dos clases de víctimas. «Las víctimas del franquismo valen menos que las víctimas de ETA», dijo. A su lado, González recordó que el de El Cesterín es el tercer caso que trae a hijos o nietos de víctimas de la Guerra Civil desde España hasta Argentina. «Se nos cae la cara de la vergüenza porque la Justicia española se hizo cargo de los crímenes de la dictadura argentina y en nuestro país está dándonos la espalda», se quejó.
Después le llegó el turno a una sobrina nieta de Antonio Fernández, que leyó sus propios versos y emocionó a su madre, Eduviges Fernández. La anciana estuvo toda la tarde con los ojos húmedos y en el cementerio, mientras abrían el panteón familiar y dejaban la urna con los huesos de El Cesterín , recordaba que en 1936 ella tenía ocho años y la muerte de su tío, apaleado y ejecutado con un tiro en la mandíbula y otro en el pecho, traumatizó a toda la familia. «Algo me acuerdo», decía. «Mi abuelo —el padre de El Cesterín — se volvió loco y estuvo tres días encerrado en casa». Y se acuerda, por su puesto, del lugar donde enterraron a Antonio Fernández, en un campo de patatas y cereales, a dos kilómetros de su casa en Villanueva. «Estaba el centeno más alto», decía.