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El hombre que plantó cara a Zapatero

Canedo forjó su leyenda de duro en el 95 con una lista alternativa a la Diputación a la del secretario general.

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r. arias | ponferrada
Ponferrada

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En casi todos los mítines y actos de Zapatero en el Bierzo, tanto como candidato a la presidencia del Gobierno como siendo ya jefe del Ejecutivo, una de las primeras manos que estrechaba cariñosamente era la de Antonio Canedo. Nada que ver con el crudo desencuentro que ambos vivieron en el verano del 95 cuando Zapatero era el prometedor secretario general del PSOE leonés y el ya alcalde de Camponaraya empezaba a dejar claro que no aceptaría muchas imposiciones en su carrera y menos aún en su «feudo».

«Zapatero se tuvo que pasar tres días en el Bierzo, durmiendo en mi casa de Corullón y haciendo horas extras para desarmar la que había liado Canedo», recuerda nostálgico el ex senador José Jiménez. La dirección provincial, con el respaldo del sector encabezado en Ponferrada por Conrado Alonso Buitrón, intentaba presentar una lista a la Diputación liderada por Celso López Gavela, junto a Demetrio Alfonso, Josefina Blanco y un Jesús Esteban aún no afiliado al partido. Canedo no se lo pensó dos veces. Ejerciendo siempre como zapador en sus batallas partidarias; tendiendo unas veces puentes y volándolos otras, se alió con el que era entonces su gran enemigo, José Antonio Morete; con Laudino García y Pedro Fernández, entre otros, para hacer valer una nómina alternativa integrada inicialmente además de por él por su fiel escudero Eduardo Morán y por Pedro Fernández.

Al final Canedo no ganó. «Pero siempre recordaré a Zapatero conmigo en la fiesta de Toral de los Vados, con la orquesta a tope, convenciendo a Pedro el de Toral de que los suyos no le apoyaran», prosigue rememorando Jiménez como ejemplo de la intensiva faena que costó al aparato la desarticulación de la lista díscola. Canedo perdió la batalla. Pero ganó mucho más. El respeto, entre otros, del propio Rodríguez Zapatero, y el de muchos de los históricos de los PSOE leonés y berciano, que como amigo y como enemigo siempre le han tenido que tener luego muy en cuenta llegado el momento de las contiendas electorales o del reparto de cargos. «De hecho, al final no hubo ni expedientes ni nada», sentencia inconsolable Eduardo Morán, su número dos durante los últimos 16 años y una especie de hermano pequeño.

En aquella refriega el alcalde de Camponaraya se forjó definitivamente su leyenda de hombre duro de partido y de amigo de sus amigos por encima de todo. Su pérdida se inscribe en una especie de espiral maldita bajo la que el Partido Socialista también ha visto desaparecer en los últimos años a algunos de sus barones de más fuste, curtidos en batallas similares a la del 95. Alcaldes y diputados como Antonio Cuende, Emilio Sierra, Carlos Álvarez o el propio Morete.