Diario de León

NUEVO MAZAZO A LA INDUSTRIA COMARCAL. auge y desplome de una cristalera puntera

La cristalería de Isaac valía 90 millones

El pequeño negocio familiar de los Prado en los años 60 se convirtió en Cristalglass en los 80 y década y media después sedujo a una de las familias más potentadas de México, los Sada, que la unieron a Vitro .

La plana mayor mexicana de la multinacional desembarcó en el 2007 para inaugurar la potenciación de la macroplanta de La Rozada, en Toral de los Vados.

La plana mayor mexicana de la multinacional desembarcó en el 2007 para inaugurar la potenciación de la macroplanta de La Rozada, en Toral de los Vados.

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r. arias | ponferrada
Ponferrada

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Al viejo Isaac Prado, que aún vive, le ordenaron un día acristalar una galería cuando cumplía el servicio militar y adivinó que ese podía ser su futuro profesional. La pequeña cristalería-ferretería que poseía en Camponaraya en los años 60 comenzó a vender también cristales para marcos de ventanas, cuadros... Le fue bien. A finales de los 70 se trasladó al barrio ponferradino de Cuatrovientos y empezó a ceder el testigo del negocio a sus hijos. Especialmente al mayor, Javier, que decidió abandonar los estudios y ponerse a trabajar en la venta y el acristalado.

La inquietud de Javier Prado y su pasión un tanto inexplicable entonces por el mundo del vidrio fue lo que le llevó a viajar por diversos países europeos y descubrir el doble acristalamiento, inédito entonces en España. Cristalglass vio la luz en 1982, en un taller de Camponaraya adosado a un pub que hacía fortuna entre la juventud noctámbula de todo el Bierzo, El Chevrolet . Aunque su expansión era ya fulgurante al filo de los noventa, nadie podía presagiar sin embargo que se convertiría en poco tiempo en una pieza codiciada para muchas multinacionales y «un grano en el culo» para otras. Así lo recuerda muy gráfico uno de los ejecutivos más leales a los Prado, ahora al mando de la cristalera Tvitec.

En el 92, Cristalglass —ya sólo dedicada a la fabricación de productos de doble acristalamiento— acometió una gran ampliación en la planta que hoy sigue albergando las oficinas de Vitro en Camponaraya. A partir de ese instante, con una facturación de mil millones de las viejas pesetas y una plantilla de algo más de 60 operarios, se produjo un auténtico «boom» que en buena medida se atribuye a la personalísima gestión y modo de comercialización directa que implantó el hijo mayor de los Prado Ovalle.

Cristalglass empezó a convertirse en un quebradero de cabeza para gigantes de la producción y la distribución como Saint Gobain o Guardian, que a la vez tenían en un puño a los bercianos porque eran sus clientes en la compra de materia prima. Ese conflicto de intereses fue lo que empujó a la familia a cruzar el charco y llamar a la puerta de los mexicanos de Vitro, productores también de vidrio, para garantizarse el suministro en plena escalada de ventas.

En el 2001, la firma empleaba ya en el Bierzo a 586 trabajadores y facturaba más de cien millones de euros —166.000 millones de la viejas pesetas—.

A la familia Sada, una de las más potentadas de México, al timón de Vitro, el negocio de Cristalglass terminó por seducirle de tal modo que lo que se planteó fue pasar de la relación proveedor-cliente a su adquisición para el desembarco en Europa. Pagó por el 60% de las acciones alrededor de 60 millones de euros, y hace poco más de tres años completó —por exigencias de la operación— la compra del cien por cien por otros 24 millones más.

Del milagro a la pesadilla

Los dos primeros ejercicios de convivencia de los mexicanos y la antigua propiedad resultaron muy satisfactorios para las cuentas de Vitro, que alcanzó en el 2003 una facturación tope de 120 millones de euros. El enturbiamiento de las relaciones y la desconfianza de los de Monterrey con los Prado alejaron a estos de la gestión. Al principio, al socaire de la burbuja inmobiliaria y de la edificación pública monumental, a Vitro le fue casi tan bonito como con los fundadores. Se reinauguró la macroplanta de La Rozada (Toral) y se acometieron notables inversiones. Pero cuando la situación económica comenzó a torcerse todas las fuentes consultadas concluyen que los aztecas no dieron muestras de demasiada pericia. «Saben producir vidrio y también fabricar para la automoción o para el sector del consumo, pero el negocio de la construcción nunca lo han entendido», se lamenta un ejecutivo del sector muy próximo a los Prado.

Si un «milagro» no lo impide, los regiomontanos, que es el gentilicio mexicano de los nativos de Monterrey, abandonarán la comarca después de once años, dejando un rastro de pérdida de empleo y de músculo industrial, que sume al Bierzo en una situación casi de emergencia socieconómica.

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