Diario de León

EL PASADO DE UN PAÍS

Claudio cavó su tumba...

La ARMH exhuma en Villalibre los restos del miliciano que murió escondido en su casa y pidió a su familia que enterraran su cuerpo en la bodega. Claudio Macías cavó su propia fosa cuando se sintió morir

Voluntarios de la ARMH sacan a la luz la urna que contiene los restos de Claudio Macías

Voluntarios de la ARMH sacan a la luz la urna que contiene los restos de Claudio Macías

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CARLOS FIDALGO | PONFERRADA
Ponferrada

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Detrás del carbón y las patatas, Claudio Macías Fernández se metía en un arcón en la bodega de su casa cada vez que tocaban a la puerta. Era el invierno de 1937, o quizá los primeros meses de 1938, no había luz eléctrica ni ventanas en el sótano y nadie husmeaba nunca en el fondo de la estancia, oscura y lóbrega, donde el ex combatiente republicano acabó por cavar su propia tumba cuando enfermó de pulmonía y se sintió morir. Los restos de Claudio, que no quería meter en más problemas a su madre y sus hermanas después de que los falangistas asesinaran a su hermano de 16 años por no delatarle, aparecieron ayer bajo una chapa metálica y 70 centímetros de tierra blanda, en una nueva exhumación iniciada por los voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en Villalibre de la Jurisdicción.

Y todo bajo la mirada de la sobrina de Claudio y de Arsenio, la octogenaria Celia Fernández, que viajó desde Madrid para ser testigo de la exhumación y de paso, rellenar con su testimonio algunos huecos de la historia trágica de sus dos tíos, pero también de la soledad y el miedo de su tía Manuela, que durante cuatro décadas residió en la misma casa de la calle Falcón sin contarle a nadie que no fuera de su confianza que tenía a un hermano enterrado en una cuneta y a otro en la bodega.

Manuela, cuenta su sobrina, vivió toda su vida con una herida abierta por ello. «Ella le decía a mis hijos que lo desenterraran una noche y lo llevaran al cementerio. ‘Pero tía, cómo vamos a hacer eso, entonces sí que nos la cargamos», le respondían, según Celia.

Se escondía en el arcón

La anciana era una niña cuando su tío Claudio se ocultó en el sótano. «Porque no lo buscaran, se metía en el arcón para que nadie lo viera y como no había luz, ni agua, nadie pasaba de aquí, de donde guardaban el carbón y las patatas», relata Celia mientras al fondo de la bodega, los voluntarios de la ARMH están a punto de descubrir las rodillas y el cráneo del fallecido, rodeados de periodistas y familiares, algún vecino y algún curioso.

Pasadas las 12.30, el arqueólogo forense de la ARMH, René Pacheco, anuncia que han aparecido los restos y revela un detalle estremecedor. «Él mismo se excavó el agujero para meterse dentro. Las marcas del pico que usó están en la pared».

El cuerpo de Claudio se encuentra «en una especie de bañera», según la define Pacheco, en el mismo lugar, con los pies hacia la pared del fondo, donde hace tres cuartos de siglo lo había colocado su hermana Manuela, que por entonces servía en una casa de Ponferrada y todas las semanas acudía a ver a su madre y a su hermano escondido en la bodega. «Se lo encontró muerto y ella misma lo echó al hoyo», narraba minutos antes Celia, que a sus 83 años oye poco y se ayudaba ayer de su hija Raquel para responder a las preguntas del periodista.

El temor de Claudio, que aun enfermo encontró fuerzas para cavar su propia fosa, no era infundado. El ex miliciano había regresado a Villalibre en el otoño de 1937, tras la caída de Asturias en manos de las tropas de Franco, y se encontraba en la bodega cuando un grupo de falangistas llegó a la vivienda preguntando por él. Tuvo que oír cómo se llevaban a Arsenio. Es casi seguro que también escuchara los tiros que recibió su hermano pequeño, asesinado a poco más de quinientos metros de la vivienda, en la curva de Villalibre por donde hoy circula la N-536. Y sin duda vio las huellas del escarnio que sufrió su madre, María Fernández—viuda y con sus hijas casadas o sirviendo fuera de casa— cuando se atrevió a acercarse hasta el lugar donde habían matado a su hijo adolescente para cubrir el cadáver con una manta.

Rapada y humillada

Los asesinos todavía estaban allí y también la tomaron con ella. «Le cortaron el pelo y le pusieron lacitos de colores. Después le dijeron que no se lo contara a nadie o le pasaría lo mismo», cuenta Cecilia en la bodega, rodeada ahora sí, de otros periodistas. Entonces calla. Contiene el llanto.

Pero enseguida se oye la voz de René Pacheco, que anuncia que han dado con los restos de Claudio. «Están bien conservados», dice cuando ya asoman las rodillas y el cráneo.

Con espátula y paciencia, los voluntarios de la ARMH dedican el día a retirar la tierra del esqueleto. A las siete de la tarde, los restos están prácticamente listos para la exhumación, que la asociación completará hoy, según confirmó a última hora la familia.

Antes, Pacheco, —y a preguntas de dos activistas uruguayos que preparan un reportaje para un digital de su país y desconocen la falta de medios y de apoyo del Gobierno español con los que la ARMH lleva a cabo sus exhumaciones— había informado al pie de la fosa de que un forense portugués se ha ofrecido a examinar gratuitamente los restos en noviembre. «El Estado no interviene. No tenemos ningún tipo de ayuda, ni económica ni judicial, pero tratamos de hacer esto con una metodología científica para que, si algún día la Justicia se decide a hacer algo, que tenga un informe», se quejó. Y lo repitió de nuevo, por si los uruguayos, —Waldemar García y Iara Bermúdez, que escriben para elreporte.com.uy — no lo hubiera oído bien: «El Estado no hace absolutamente nada. Se desentiende y desampara a estas familias».

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