Ángeles de la guarda en la lucha contra el cáncer
La AECC ha iniciado ya el proceso de selección de nuevos voluntarios para poder poner en marcha la asistencia domiciliaria. Hay 20 candidatos dispuestos a afrontar un reto que ha cambiado la vida de sus antecesores
levan bata blanca y no son médicos, pero sí curan. Los voluntarios de la Asociación Española Contra el Cáncer no van provistos de estetoscopio pero, de igual manera, son capaces de escuchar el corazón de los pacientes y competentes para ayudar a tratar su alma. Un ejército blanco de trece personas conforma el equipo de voluntarios de hospital de la AECC en Ponferrada. Son testigos diarios de que la vida no siempre es bonita y tratan de convertirse en un vehículo de desahogo, no sólo para el enfermo, sino también para su familia. Muchos han sufrido antes la enfermedad y la han superado. Por ello, quieren ser un espejo en el que se puedan mirar quienes están en plena lucha.
El proyecto de la Junta Local de la asociación para extender la asistencia al domicilio del enfermo y crear la figura del voluntario de bienestar y confort, que presta un apoyo más humano al paciente en el propio hospital, obliga a incrementar el número de efectivos de voluntariado. Tras varias semanas de recepción de candidaturas, el viernes comenzaron las entrevistas, que continuarán mañana y el martes. Son 20 los candidatos que quieren participar en el cuarto curso de formación de voluntarios que imparte la AECC en Ponferrada tras varios años sin hacerlo. «En los últimos diez años, se han hecho tres cursos de voluntariado y sigue la misma gente. Son personas muy comprometidas», asegura la coordinadora de todos ellos, Tatiana Carballo.
Ángelica Rodríguez es voluntaria desde que el programa echó a andar en el Hospital del Bierzo. Lleva diez años apoyando a enfermos de cáncer durante sus ingresos o en el hospital de día, donde se ponen los tratamientos de quimioterapia. También en paliativos. Ella misma y su esposo sufrieron la enfermedad hace años. Ese fue el detonante para querer ayudar a quienes afrontan ahora el trance.
«Yo intento transmitir positivismo e ilusión, hacerles ver que la curación es posible, que hay que tener fortaleza. Cuando empecé estaba un poco asustada porque te encuentras con personas que no conoces de nada y no sabes cómo te van a recibir, pero la gran mayoría lo hace con una sonrisa», asegura Angélica. Eso sí, ella nunca pierde de vista la realidad de la muerte. Y como ella, ningún voluntario.
«Aprendes a convivir con ella y acabas perdiéndole el miedo», afirma Agustín Martínez. Él lleva siete años y medio como voluntario en el hospital. En su caso, fue la prejubilación lo que le llevó hasta la AECC.
«Al año de prejubilarme, me hice voluntario. Lo veo, también, como una forma de devolverle a la sociedad lo que me da. Lo mejor de lo que hacemos es el agradecimiento de la gente y las enseñanzas personales que tienes. Los viernes, cuando salgo del hospital, lo hago con las pilas cargadas, en el sentido de que te das cuenta de lo que es la vida y de que hay que aprovecharla. Eso sí, una vez fuera, olvido todo. Si eres voluntario tienes que aprender a asimilar las situaciones», explica Agustín.
A Irene Carrera le cuesta más no empatizar, pero igualmente mantiene el tipo ante cualquier circunstancia. Ella también lleva más de siete años de voluntariado y, como Angélica, sabe lo que es tener cáncer. De lo que hace —dice— «no hay parte mala». Para ella, coger la mano de un paciente y tratar de transmitirle «confianza» es el mayor de los regalos. «No hay dinero que pueda pagar lo que se siente cuando ayudas a alguien», garantiza.
Por delante vaya que al igual que los voluntarios amparan al paciente emocionalmente, también ellos están protegidos. Siempre van en pareja, por si a uno de los dos le flaquean las fuerzas, y si tienen algún vínculo emocional con cualquiera de los enfermos, pueden seguir adelante o no. Ellos deciden.
La que ya ha tomado una decisión es Rosa María Nistal. Ella es una de las candidatas que ha respondido a la llamada de la AECC para ampliar el número de voluntarios y poder implantar el programa de atención domiciliaria. Rosa María tuvo cáncer hace cinco años y fue durante su ingreso cuando conoció a los voluntarios. «Aparecieron en mi habitación como una especie de luz, como unos ángeles, para animarme. Entonces me dije que si alguna vez salía, yo también quería ser voluntaria. Y aquí estoy. Vengo para ayudar a los demás y para ayudarme a mí. Puedo afrontarlo, soy bastante dura», garantiza.
Todos ellos garantizan un apoyo incondicional a la AECC, pero hacen falta más y, sobre todo, gente joven, ágil con las nuevas tecnologías para respaldar los nuevos retos de la asociación.