LAS CUENCAS VACÍAS: EL BIERZO ALTO
El pueblo que se borró del mapa...
Santibáñez de Montes desapareció legalmente en 2010 tras décadas de abandono Devorado por la maleza, sus antiguos vecinos aún esparcen sus cenizas en las ruinas La lápida del último difunto llegó en septiembre.
carlos fidalgo | ponferrada
Lo que queda de la iglesia de Santibáñez de Montes aparece detrás de unos matorrales. Si alguna vez hubo algo de valor allí, y estamos hablando de uno de los templos de la Tebaida Berciana, edificado en torno al siglo X o finales del XI, hace mucho tiempo que se lo llevaron, como ocurrió en el año 2000 con el pórtico de entrada con sus dos rosetones, el arco de la sacristía y el arco triunfal que separaba el presbiterio de la nave, trasplantados a la iglesia hermana de Santa Marina de Torre para evitar que el monte, la maleza que crece salvaje en los pueblos abandonados, y la nieve, que lo desdibuja todo en invierno borraran por completo los últimos vestigios del edificio desacralizado.
Y es entonces cuando salta la sorpresa. El sendero bordea las piedras caídas de la iglesia, el vientre abierto de la nave, el arranque de la espadaña decapitada, y desemboca en un claro donde se distingue alguna cruz herrumbrosa, algunas flores de plástico, descoloridas en el tronco de un árbol, y, milagro, una lápida nueva, una pieza de mármol negro que sobresale unos centímetros del suelo con un nombre grabado; Manuel Moreno Viloria, y una fecha reciente, 24-9-2018, apenas hace dos meses.
Y los dos vecinos de Santa Marina que nos han llevado hasta allí después de recorrer cinco kilómetros por un camino bacheado, solo apto para vehículos todoterreno con tracción a las cuatro ruedas y un conductor templado, son los primeros en mostrar su asombro.
—¡Pero quién ha limpiado las zarzas! –exclama Melchor Moreno, ex alcalde de Torre del Bierzo y pedáneo de Santa Marina, antes de descubrir la lápida también, plantada en el centro de lo que fue el cementerio del primer pueblo minero que literalmente desapareció del mapa; Santibáñez de Montes, hay que escribir su nombre otra vez para no olvidarse de que hemos entrado en una aldea fantasma con todas las de la ley.
Porque Santibáñez no existe desde el año 2010. Dejó de ser un lugar en los mapas del Bierzo Alto, dejó de ser incluso un pueblo deshabitado en los montes que conducen al Alto de Manzanal, a los pies del cielo abierto que Antracitas de Brañuelas explotó en los años noventa, para no ser nada. Pero en sus mejores años, cuando la mina estaba tan cerca que en la bodega de algunas casas afloraban las capas de carbón, llegó a tener ciento ochenta vecinos, tres bares y una panadería que subía las hogazas desde Torre del Bierzo. A Santibáñez solo se llegaba a pie o a caballo como hacía Ramiro Cabo, el pedáneo que tras la Guerra Civil consiguió que llevaran la luz eléctrica a la aldea donde en 1944 nacería su hija Rosario. «Teníamos una escuela chulísima, con ventanas muy grandes y un vestíbulo», rememora desde su casa de Bembibre mientras se acuerda de su maestra, doña Vicentita, y de los niños que llenaban el aula. «Pero en cuanto se fue mi padre, el pueblo se echó a perder», añade. Y eso fue en los años cincuenta.
Julio Viloria, que también nació en Santibáñez, cuenta en el restaurante de Manolo Viloria (apellido muy común en la zona) en Montealegre que el día que arreglaron la senda para que entrara al menos un Land Rover, lo que debía ser un acceso al pueblo se convirtió en el camino de salida de sus habitantes. Un camino que en 2010, el mismo año en el que el Ayuntamiento de Torre tramitó la supresión de la entidad local menor por falta de vecinos, de órganos de gobierno y edificaciones, recorrieron las cenizas de Constantino, el padre de Manolo. El mismo camino que ha traído de vuelta la lápida de Manuel Moreno Viloria —que por edad tuvo que compartir escuela con Rosario, y murió en septiembre en Baracaldo, según dice su esquela— y quien sabe si también algo de él.