crónica bajo la lluvia
Batucada para el Barquillero
Los tambores de la agrupación Battucadoos de Valladolid abrieron la marcha desde la plaza de Lazúrtegui hasta la del Ayuntamiento, donde la popular estatua de Pepe Cortés se confundió con los manifestantes.
CARLOS FIDALGO | PONFERRADA
El Bierzo hizo ruido ayer. Y buena parte del mérito se lo llevaron 16 tambores de Valladolid. A ritmo de batucada, bajo una lluvia molesta que humedecía los instrumentos de percusión, el grupo de sindicalistas de Comisiones Obreras que desde hace un lustro anima toda manifestación donde participa, marcó el paso de la protesta en Ponferrada pasados unos minutos del mediodía.
Imposible no mover los pies. Imposible no bailar bajo la lluvia. O al menos seguir el ritmo en la cabeza. «Empezamos hace cinco años con un taller de percusión en Valladolid y desde entonces nos ofrecemos para acompañar todas las reivindicaciones del sindicato», explicaba María Vallejo, vestida con camiseta roja y gorra en la cabeza, después del esfuerzo al que ayer sometió a sus brazos, y a su espalda, y a sus piernas, protegidas con rodilleras de plástico para evitar los roces del tambor.
Minutos antes del mediodía, con una hilera de paraguas ocupando las aceras de la avenida de la Puebla camino del punto de reunión en la plaza de Lazúrtegui, ya era evidente que la manifestación por el futuro del Bierzo, una de las más multitudinarias que se han visto en Ponferrada en los últimos años, no iba a pinchar por la lluvia. Y al colorido de los paraguas, aunque hubiera muchos negros como el carbón, y de los chubasqueros, pronto se unió la percusión y el ritmo acompasado de la agrupación Battucadoos.
Paso a paso
A los diez minutos llega el primer descanso cuando la marcha que encabezan los tambores se detiene a la altura de la primera farmacia de la avenida de la Puebla y del bazar oriental que ahora ocupa el local de la antigua Ferretería Villarejo. Toca parar y descansar los brazos, pero nadie se queda en silencio y los 16 tamborileros empiezan a elevar la voz como un coro. Un niño rubio que apenas levanta un palmo del suelo y se protege de la lluvia bajo un paraguas de los Minion junto a su padre los mira asombrado. Un niño que viste un abrigo con una grúa bordada en un lateral. La marcha es una fiesta.
Casi hemos llegado a la altura del puente sobre el río Sil, el viaducto que ocupa el lugar del primer paso de hierro que dio nombre a la ciudad, y ahora es otra niña de seis meses, Anaya se llama, la que descubre el sonido de los tambores en el regazo de su padre. Para Anaya todo es nuevo. La gente, los paraguas, la percusión y la lluvia, y enseguida desvía su atención hacia otra cosa.
La marcha sigue. Y un perro mestizo, empapado, observa desde la acera. Su dueño es Luis Ramón, que trabaja en los Campos de Fútbol Ramón Martínez, y acaba de sumarse a la protesta. Al perro mojado lo ha llamado Lucky (afortunado). No en vano lo rescató cuando era un cachorro de un contenedor en el pueblo de Tarragona donde trabajaba hace cinco años. «Era muy pequeño, lo metí en la mochila y lo traje en el Alsa. Nadie se dio cuenta», explica Luis Ramón. Quién sabe si un perro como Lucky, rescatado en el último momento y con un nombre tan prometedor, podría llegar a ser la metáfora de la manifestación. Lucky no parece asustado por los tambores. Y no se le ve demasiado incómodo entre tanta gente.
Pero la marcha no se detiene, enfila la glorieta de Correros, y no se puede escribir que la estatua del obispo Osmundo bendiga la protesta porque le da la espalda al recorrido de los manifestantes. Suenan silbatos cuando los tambores callan en un nuevo descanso. La protesta ocupa entonces toda la avenida de la Puebla, de glorieta a glorieta, y ya es un éxito.
En la calle General Vives, los fotógrafos busca el mejor lugar para tomar la imagen que resuma la manifestación; una larga hilera de gente bajo los paraguas. Si la expresión no estuviera desgastada por el lenguaje del ciclismo, podría decirse que los manifestantes formaban ayer una enorme serpiente multicolor. A ratos deja de llover, pero no asoma el sol, y la protesta desemboca en la plaza del Ayuntamiento, donde le esperan grupos de personas. Entre ellos sobresalen los de la asociación El Morredero Existe, que han llegado con sus tablas de snowboard a la espalda, o en algún caso, como su portavoz, con los esquís de cinco kilos al hombro, a modo de mástil improvisado de la bandera del Bierzo. «Llevamos seis años de espera», se quejan, porque a corto plazo no parece que vayan a darle vuelo a la estación de esquí.
La sonrisa del Barquillero
Y es entonces, con algunas de las pancartas formando un círculo a los pies del templete donde la poeta Edith Fernández y el locutor Luis del Olmo se disponen a dirigirse al público, cuando llega la imagen que este periodista lleva buscando toda la manifestación. Los trabajadores de la central térmica de Anllares se colocan a la altura de la estatua del Barquillero, aquel vendedor de obleas al que Ponferrada ha querido recordar con una escultura de tamaño natural a ras del suelo. Luis Santos, que también usa gafas, trabaja en el mantenimiento de la central condenada, y de niño le compró más de un barquillo en las fiestas, le pasa la mano por el hombro a Pepe Cortés. Y la escultura de sonrisa perpetua, plantada en la plaza como un manifestante más, se humaniza detrás de la pancarta. Ha dejado de llover.