Diario de León

ENTREVISTA

"No creo en las transiciones justas prometidas desde el Gobierno"

Sergio del Molino es periodista y escritor, autor del libro 'La España vacía'

El periodista y escritor Sergio del Molino.

El periodista y escritor Sergio del Molino.

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CARLOS FIDALGO | PONFERRADA
Ponferrada

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El autor de La España vacía, el libro que ha puesto nombre al fenómeno de la despoblación rural, participará el próximo jueves 5 de julio a las 16.30 horas en el curso de verano sobre Periodismo Narrativo en Tiempos de Noticias Falsas en el centro asociado de la Uned en Ponferrada que también se retransmitirá on line para los alumnos matriculados fuera del Bierzo. Sergio del Molino afirma en este cuestionario para Diario de León que «pintan bastos» para el carbón y alerta del riesgo del turismo masivo para Las Médulas.

—Villablino, Fabero, Igüeña, Torre del Bierzo, son lugares del oeste de León que buscan su sitio con el fin de la minería del carbón. Hay un Ministerio de Transición Energética que ha prometido «una transición justa» en las cuencas mineras. Pero van camino de ser ‘cuencas vacías’.

—Y antes hubo un Plan Miner, que ya sabemos en qué acabó. No han faltado inversiones para intentar paliar el desastre y plantear un modelo económico que sustituya al carbón y a la industria. Lo que ha faltado ha sido voluntad política y ganas de hacer cumplir la ley. Hubo muchas empresas que se aprovecharon de las ventajas fiscales y financieras del Plan Miner que cerraron en cuanto se acabó el período de subvenciones y trasladaron su actividad a otro sitio. La administración nunca ha tenido la fuerza para obligar a las empresas a hacer honor a su compromiso ni la capacidad de hacer atractivas esas zonas deprimidas. No creo en las transiciones justas prometidas desde el gobierno. Pintan bastos.

—Con su ensayo La España vacía, uno de los más influyentes de los últimos años, ha puesto nombre al fenómeno de la despoblación rural. Pero hay quien prefiere denominarla la España vaciada, porque la pérdida de población ha ocurrido por culpa del hombre no de la naturaleza. Alex Grijelmo se lamentaba recientemente en El País que la duplicidad de términos «separan y debilitan a quienes en realidad están de acuerdo». ¿También lo cree así?

—Utilizar «La España vaciada» con el propósito de no citar mi libro (vaya usted a saber por qué) no sólo es una hipercorrección fea que desarma de fuerza la expresión vacía, sino que tiende a atribuirme una asepsia política que cualquiera que me haya leído sabe que estoy lejos de tener y, además, con el énfasis en la acción de vaciar, devuelven el movimiento de lucha contra la despoblación a unos planteamientos victimistas y casi mendicantes que han sido precisamente los que le condenaban a la marginalidad política. Además, si les molestaba la expresión «La España vacía» y querían distanciarse de ella, lo elegante era inventarse otra, no añadir una sílaba. Hasta en eso revelan una imaginación paupérrima. Dicho todo esto, el problema del movimiento contra la despoblación no es nominativo, sino de fondo. Aún le queda mucho camino para definirse políticamente. Me da la sensación de que, más allá de la reacción de enfado y resentimiento, no hay un proyecto sólido ni un programa de lucha política.

—¿Se ve como un catalizador de conciencias?

—Inconsciente, pero supongo que algo de eso ha ocurrido. Yo escribí La España vacía casi en la clandestinidad, lo consideraba incluso un libro menor en mi trayectoria, un desvío de mis obsesiones narrativas, por eso salió en una editorial donde no había publicado nada. Quería motivar una discusión, claro que sí, pero no esperaba que fuera a desbordarse de los cauces intelectuales ni que importara a alguien más allá de los cuatro locos que leemos estas cosas. Supongo que el libro llegó en el momento justo, cuando el país estaba echando de menos una mirada a esa parte agonizante del mismo, y supongo que influyó también que esa mirada se saliese de la nostalgia costumbrista y del paseo etnológico y apuntara a otras inquietudes, refrescando el panorama. Pero eso lo pienso ahora. Cuando lo escribía, simplemente, escribía.

—Ha dicho que el éxodo rural, al que califica de trauma, aún no ha terminado y que con el sistema económico actual es imposible plantearse una vuelta al campo. ¿Por qué? ¿Hay mucho de Arcadia en esa idea de regresar a los orígenes?

—Claro que continúa, no hay más que ver las series de población del INE. Y, en el plano europeo, las de Eurostat. Es imposible que se reactive el campo porque el campo sólo tiene sentido si hay una agricultura fuerte que lo sostiene y, salvo algunas excepciones y algunas zonas muy prósperas, las explotaciones ganaderas y agrarias del interior de España, como las de muchas partes de Europa, son deficitarias. No porque ya no comamos cereales ni bebamos leche, sino porque el modelo económico diseñado en la UE las ha vuelto obsoletas, incapaces de competir con los precios bajísimos de las agriculturas extensivas de los países emergentes. Mientras sea mucho más barato comprar espárragos de Perú que de Navarra (y muchos de los espárragos que se venden con marcas de Navarra han sido cultivados en Perú por empresas de capital chileno, por eso los productores navarros que siguen cultivando su producto han creado un sello, para que el consumidor sepa distinguirlos: por supuesto, los que llevan sello son más caros, pero están más ricos), la repoblación del campo es una utopía.

—En el Bierzo, casi es un mantra que la agroalimentación y el turismo tienen que ser dos pilares económicos. Usted ha dicho que el turismo de masas destruye lugares. Y aquí tenemos un espacio declarado Patrimonio de la Humanidad, Las Médulas, del que llevamos 20 años hablando porque demasiadas entidades no se ponen de acuerdo a la hora de gestionar las visitas.

—El turismo arrasa con todo. No sólo destruye lugares, los aplana, los convierte en banales, destruye toda su idiosincrasia y toda su magia. No podemos ser ingenuos, ya hemos visto sobradamente qué sucede cuando un paraje o una ciudad se masifican. Los primeros se destrozan y las segundas se vuelven invivibles. Cualquier sociedad que aprecie su patrimonio natural y artístico debería blindarse contra el turismo de masas e imponer cupos, poner diques a la marea humana. Gestionar Las Médulas para que no se llene de gente es primordial. Entiendo ese deseo de exprimir a los turistas, pero debemos preguntarnos si queremos contribuir a esa depredación.

—Hace poco decía que hay un paralelismo entre la España vacía y la España que no tiene fútbol en Primera División o en Segunda. La Deportiva Ponferradina aspira a volver a Segunda. ¿Hasta qué punto puede cambiar el fútbol a una ciudad pequeña?

—?No creo que mucho. El paralelismo es más bien un reflejo del poder económico de unas ciudades u otras. Creo que el fútbol actúa más bien sobre lo simbólico, sobre la autoestima tribal, pero no parece que sea por sí mismo un motor de cambio. Ciudades como Getafe no han cambiado por tener un equipo en primera. Más bien, han tenido un equipo en primera porque se convirtió en una ciudad de primera. El fútbol indica el estatus de la ciudad, no al revés. Las ciudades en decadencia van viendo decaer a sus equipos.

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