UN ÁNGEL DE LA GUARDA
Guardián en la sombra a diez minutos de la amenaza
El ponferradino Luis Miguel Jato ha dedicado el último año a escoltar a más de una decena de mujeres víctimas de violencia de género en el País Vasco
Tiene 33 años y ha vivido tan de cerca la amenaza de la violencia de género que conoce bien el estado de tensión y de miedo con el que conviven, a diario, las víctimas. Ni es el maltratado ni el maltratador. Es el ángel de la guarda de las mujeres amenazadas que tienen que recurrir a un escolta para poder continuar con su vida.
El simple hecho de salir de casa para ir a trabajar, a hacer la compra o a respirar se convierte en una amenaza que genera en ellas un estado de pánico y desprotección capaz de bloquearlas por completo. Ahí es donde entra en juego la figura de Luis Miguel Jato.
Este ponferradino ha dedicado el último año de su vida a proteger a más de una decena de mujeres maltratadas. Lo ha hecho en el País Vasco, donde existe la figura del escolta privado amparada por el propio Gobierno autonómico para complementar la labor que, en este sentido, realiza La Ertzaintza.
Luis Miguel Jato es vigilante de seguridad, ha trabajado en centros penitenciarios y de menores y fue esa labor la que le llevó al contacto directo con las víctimas de violencia de género. «Estaba trabajando en un centro de menores de máxima seguridad y surgió la posibilidad de incorporarme a la plantilla de escoltas. Es la empresa de seguridad para la que trabajas la que te asigna a las protegidas y los servicios, pero no son ellas quienes los contratan. Un juez determina si una mujer necesita o no protección en función de su caso y hasta cuándo», explica.
Su trabajo se basa en ser la sombra de la víctima, pero no las 24 horas del día, sino cuando se pueden dar situaciones de peligro y la mujer puede estar expuesta a que su agresor o amenazador haga algo en su contra. «Estamos con ellas en los momentos en los que son más vulnerables.
En su casa no. Si, por ejemplo, la protegida está en su trabajo y es un sitio cerrado y, en principio, seguro; nos podemos alejar un radio de diez minutos de acción. Es decir, si nos llamara porque pasa algo, tenemos que llegar a donde está en un máximo de diez minutos. Si se da el caso de que tiene un trabajo de cara al público, en un lugar de fácil acceso, como un bar o un restaurante, tenemos que estar dentro del establecimiento o en la puerta», detalla Luis Miguel Jato.
Una vida calculada al minuto para que ningún movimiento sea casual y el escolta esté siempre prevenido. Así tienen que vivir las mujeres amenazadas. «Una vez que se van a casa y deciden que no van a salir más, ahí se termina el servicio por ese día y se vuelve a abrir al día siguiente, cuando nos dé la previsión de a qué hora va a salir de casa», afirma este joven ponferradino que ha tenido que hacer frente a alguna que otra situación complicada por la cercanía del agresor a la víctima y protegida.
«Normalmente, los agresores son personas bastante cobardes que no se acercan cuando la mujer esta acompañada; pero sí se dan situaciones complicadas. En mi caso, digamos que lo más delicado que he tenido enfrentar es ver llegar en bicicleta al agresor de la chica a la que protegida antes de un juicio y llevar consigo una barra de hierro. Lo que hice fue avisar a La Ertzaintza, que es lo que se hace en estos casos. Algún compañero mío sí ha tenido que intervenir y reducir al agresor, hasta la llegada de la policía, tras presentarse en el trabajo de la víctima».
La relación que se establece entre protegida y escolta depende mucho de la primera. «Algunas quieren más intimidad, que estés alejado toda la distancia posible dentro del perímetro de seguridad. Otras, más asustadas, están todo el rato pendientes de dónde estás, de si estás cerca. Y otras te quieren cerca, relacionándote con su entorno para que parezcas un amigo más y no se note que están con protección. Cada protegida es distinta», afirma.
Sentir que, gracias a su trabajo, las víctimas de violencia de género pueden empezar a rehacer su vida es la principal compensación de quienes dedican su día a día a la protección de mujeres agredidas por sus parejas o exparejas. «He aprendido a estar pendiente de los detalles, a fijarme en todo sin que se note que lo estoy haciendo, a saber mantener las distancias... He aprendido muchas cosas, pero también he tenido que renunciar a otras. Lo más difícil quizás sea tener que adaptar tu horario a su vida. No tienes horarios concretos, no tienes días concretos. Es cuando ella te necesite y de un día para otro puede variar todo», desgrana Luis Miguel Jato.
Proteger, dar seguridad y tranquilizar a las víctimas es el papel de los escoltas privados de mujeres maltratadas. Disuadir al agresor es parte de su trabajo en comunidades como el País Vasco, Valencia y Navarra. Todo parte de la denuncia previa de la mujer que ha sufrido violencia de género y no puede seguir con su vida.