Historia
Los disparos del 23-F tuvieron autoría berciana
Gonzalo Díaz fue uno de los guardias civiles que entró en el Congreso y quedó inmortalizado en la foto con Tejero del «¡Quieto todo el mundo!»
El 23-F se ha contado en muchos libros pero Gonzalo Díaz es de los pocos que lo ha escrito en primera persona, desde dentro y desde el otro lado de los escaños. Este berciano, uno de los 200 guardias civiles que entró en el Congreso de los Diputados aquella tarde del 23 de febrero de 1981, escribió hace unos años «Testimonio de un golpista» y su imagen quedó inmortalizada para la historia junto a Tejero cuando el teniente coronel dijo aquello de «¡Quieto todo el mundo!». Gonzalo Díaz es quien, metralleta en mano, apunta a sus señorías y quien disparó al techo del hemiciclo, uno de los momentos más tensos de aquella tarde histórica. «Casi todas las balas son mías. Disparé 17 y muchas más no se tiraron; creo que fueron en total 20, 22»
Destinado en el Departamento Especial de Tráfico de Madrid, aquel día fue al trabajo como un día más. Conocía a Tejero de vista, «pero no era jefe mío», explica. Sobre las cinco, recibieron la orden de salir. «Saber, saber no; lo que sí es verdad es que cuando salimos del cuartel ya sabíamos que íbamos a ir a algo muy gordo. Ni a los toros, ni al fútbol. Algo muy raro y muy grave». Llegaron a la Carrera de San Jerónimo poco antes de las seis. «Empezamos a entrar, unos se fueron a los garajes... La mayoría entramos al edificio y unos pocos al hemiciclo, entre ellos yo, que fui uno de los diez que dio la cara. Cuando bajábamos por Neptuno ya sabíamos dónde íbamos, porque ya sabíamos que a las seis y media se votaba la investidura de Calvo Sotelo», sigue contando.
En el hemiciclo, vio a Tejero subir al estrado. «Exactamente. Yo iba con una metralleta Z-72. Lo recuerdo como aquel día, ver a toda aquella gente tan importante en aquel momento. Ya no te decían nada. Casi estaban a tus órdenes. Es una imagen real, muy fuerte». Disparó al aire y también fue el que rompió las cámaras de televisión. «Tejero me miró como diciendo, pero qué has hecho, pero formaba parte de lo que había que hacer en una situación así», insiste.
El momento más tenso fue con Gutiérrez Mellado. «El resto se hacían los valientes pero les entró la razón y se escondieron», dice recordando el momento en el que se escucharon los disparos.
Suárez y el teniente general, entonces ministro de Defensa, «hicieron su labor», dice Gonzalo. «Es de elogiar; no se tiraron como conejos. También vieron que las metralletas no les apuntaban a ellos sino al techo».
Aquellas horas, añade, apenas se han contado en las decenas de libros que se han escrito salvo en el que relató este berciano. Sus recuerdos siguen presentes, como cuando se llevaron a algunos diputados. «Se los llevaron de madrugada. Le llamaba el cabo Burgo Núñez, que tenía un hermano árbitro de fútbol que no arbitró más. Llevaron a Felipe González, Carrillo, Suárez, Fraga Iribarne... Los llevaron para dejar descabezados a los que se quedaban».
Nunca pensó que aquello iba a acabar en un baño de sangre. «Nunca lo pensé; ni cuando Tejero hizo algún farol, como que iba a disparar si se iba la luz. Pienso que no lo iba a hacer. Era una bravucada». Durante aquellas largas horas hizo hasta de camarero en el bar del Congreso, hasta sirvió «vinos afrancesados». Así transcurrieron la tarde y la noche del 23-F en el interior del Congreso mientras Milans del Bosch sacaba los tanques a las calles de Valencia y el rey Juan Carlos hablaba en televisión a los españoles. Dentro, sigue explicado este berciano, los acontecimientos se seguían por los teletipos de la agencia Efe. «Sobre las 12 y media de la noche se dejaron de recibir buenas noticias. Sabíamos también lo que decían fuera y empezamos a pensar que aquello había fracasado».
En su opinión, se sigue sin contar todo lo que pasó aquella tarde en el Congreso. «No ha habido interés», afirma con rotundidad.Gonzalo Díaz es de los que piensa que el rey Juan Carlos lo sabía y lo justifica con un argumento muy claro: «Fue el más beneficiado. No fue por azar; estaba metido».
Tejero, añade, fue convencido esa tarde al Congreso. «Es de cascos calientes y le jodía lo que estaba pasando con tantos asesinatos de ETA. Fue muy de gana, pero él se dedicaba a hacer ese trabajillo hasta que alguien se hiciera cargo de aquello». Recuerda a media mañana del día siguiente, cuando todo acabó, que Tejero les fue dando la mano uno a uno a la puerta del Congreso. «Nos la dio a todos salvo a los que marcharon por las ventanas». Gonzalo Díaz fue juzgado y condenado. Pasó dos meses en el calabozo.
Después de aquello ha tenido relación con apenas otro guardia civil, Eduardo Muñoz Rojo, que también fue de los que entró al Congreso. El 23-F lo ve cada vez «más desangelado». «Yo también me hago mayor y dentro de cuatro días la gente no se acordará. Nadie quiere saber nada», se lamenta sobre los hechos ocurridos hace 39 años. De aquella tarde, el Diario de Sesiones del Congreso recogió apenas un párrafo, disparos incluidos. «En este momento -se refiere cuando se estaba votando la investidura-, y cuando eran aproximadamente las dieciocho horas y veinte minutos, tras escucharse en el pasillo algunos disparos y gritos de «¡Fuego. fuego!. y «¡Al suelo todo el mundo!» irrumpe en el hemiciclo un número elevado de gente armada y con uniforme de la Guardia Civil, que se sitúa en lugares estratégicos, amenaza por la fuerza a la Presidencia y, tras un altercado con el vicepresidente primero del Gobierno, teniente general Gutiérrez Mellado, conmina a todos a tirarse al suelo, sonando ráfagas de metralleta. Queda interrumpida la sesión».