FRAGUA DE FURIL Manuel Cuenya
Battiato, un gurú de la música
El mes de julio como tiempo musical, y espacio en el que recrear nuestras pasiones artísticas. La música como nutriente espiritual e instrumento que mueve el mundo. La música como arte sublime y todopoderoso. Arte de todas las artes. El azul celeste, el color dorado del estío, el perfume de la serranía berciana, el mar mediterráneo como canto y templo a la libertad, el recuerdo de aquel año en que visitara Sicilia, la isla infinita y cinematográfica. Aquella Sicilia que guardo en mi corazón como el más preciado tesoro. Aquel viaje liberador a una hospitalaria tierra de contrastes. La hospitalidad como virtud que ennoblece a los sicilianos. Te invitan a pizzas, a «birras», a lo que desees, te llevan a sus moradas en Siracusa, te pasean en sus carritos, y si es necesario te obsequian un paraguas para que no te llueva en el valle de los Templos de Agrigento. Qué más se puede pedir. La música sigue inventándonos un pasado, un pasado hermoso, que se nos muestra en todo su esplendor. Y Battiato, como resurgido del teatro antiguo de Taormina, nos despierta con sus ritmos tribales y su voz de gurú. Chamán en tierras leonesas. Franco Battiato, al que creíamos desaparecido del horizonte musical, nos deleitó con su directo potente y hechicero. Quienes tuvimos la ocasión de asistir a su concierto en el flamante Auditorio de León, recuperamos la memoria musical/ancestral de aquellos años ochenta en que danzábamos en torno a las melodías de este siciliano universal. Battiato, acompañado por una orquesta, dos guapas coristas, y un maestro de la lírica italiana, logró entusiasmarnos y en ocasiones nos metió la música en las entrañas. Basta escuchar alguna de sus canciones para que suba del fondo de los mares o del fondo de la memoria un tiempo dulce y melancólico, una dicha estremecedora. La felicidad no puede estar en el futuro -nos recuerda Umbral en Mortal y rosa-, porque la tomamos siempre del recuerdo, llevamos su imagen en la memoria. La felicidad siempre es algo que ocurrió una vez. La vida, nuestra vida, se inicia como pulsión musical, como un latido. La música es, en definitiva, como nuestra madre, una mamá amorosa y tierna que nos conmueve y persuade con sus sentimientos. Battiato, que tiene hechura de sacerdote y gasta coronilla de obispo, se movía en ocasiones por el escenario como un derviche giróvago, uno de esos santones mahometanos que giran como peonzas en su «viaje» ascético. Y esto hizo que entráramos en un trance místico-terapéutico. Qué todo sea por la mística y el año Gaudí.