Diario de León

MOLÍN AMPUERO Manuel Cuenya

Después de un largo viaje

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León

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Después de un largo viaje por diversos países de nuestra Europa desarrollada queda la nostalgia, porque el regreso a la morada, a la rutina, al trabajo, siempre resulta difícil. Pero afortunadamente queda la morriña cual valor preciado y la sensación de haber estado viviendo durante un mes en otra realidad, acaso extraterrestre. «Al fin, la mejor manera de viajar es sentir,/ ...porque todas las cosas son, en verdad, excesivas/y toda la realidad es un exceso,/... una alucinación extraordinariamente nítida» (Pessoa). Después de un largo, intenso y terapéutico viaje por la Gran Bretaña y algunos países nórdicos el viajero arriba a la estación de tren de Bembibre con el ánimo por los suelos. Es como si uno llegara a otro mundo, irreconocible, espectral, sombrío. Como si el viajero fuera incapaz de reconocer su propia tierra. Luego de haber estado en varias estaciones, y haber cogido trenes miles (Eurostar, Thalys, TGV, Eurocity, X2000...) uno tiene la impresión de que seguimos viviendo en el quinto mundo. La estación de Bembibre bien podría servir como punto de arranque de una novela de García Márquez, o aparecer como escenario central en un cuento de Rulfo. La estación de trenes de Bembibre era entonces un lugar desolado, descorazonador. Cuando se atraviesa Los Pirineos y se ingresa en España se tiene siempre la impresión de que se llega a un país atrasado. Esto es más o menos lo que nos cuenta Ortega y Gasset en La España Invertebrada. Libro que, por otra parte, deberían leer muchos mindundis empeñados en chulearnos con que España va bien, y que como en España no se vive en ningún lugar del mundo. Que cada cual se crea la trola que quiera. Mas uno sigue pensando que aquí hay gato encerrado. Y no es yelmo de Mambrino todo lo que reluce, sino bacía de barbero. «-Ya te he dicho, Sancho, que, cuando faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca». Sabio consejo quijotesco. No hay más que darse una vuelta, en bici a ser posible, por la maravillosa ciudad de Copenhague. O acercarse, ya de paso, a Estocolmo. «Can I help you», te dicen los suecos, con su educación proverbial, cuando te ven mirando un mapa. Estocolmo es como un Estambul protestante, carnal y festivo, donde las mujeres, que están como trenes X2000, pasean por la Drottinggatan con aires saludables, hermosos y monumentales. Aristócratas de la elegancia que son ellas. Y no nos miran por encima del hombro como algunas de nuestras engreídas españolitas. España, además de ser un país brutalmente clasista, sigue mostrándonos su jeta más ruin y subdesarrollada. El viaje continúa. Hasta la próxima parada.

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