Diario de León

FRAGUA DE FURIL Manuel Cuenya

Hedningarna y el «Reinu de Llión»

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Los flautistas de Hamelín en la corte del Rey León. El León, los leones, en el circo de las músicas, nuevas músicas, músicas folclóricas... "célticas", según algunos. Los chicos nórdicos de Hedningarna en la plaza Mayor de la capital leonesa. La música como reino excelso cuyo cromatismo sigue permitiéndonos acariciar sonidos del color de las amapolas. Las amapolas líricas del amor y la belleza. El perfume melodioso de los colores. Sinestesia hecha realidad. Espectáculo grandioso. Busquemos la belleza, la belleza musical, en un mundo en que la fealdad y la perversión logran imponer sus gustos, su estética kitsch, su mal gusto. El pasado fin de semana se nos abrieron los poros del cuerpo -los poros de nuestro espíritu eufónico y/o polifónico- escuchando a los muchachos y muchachas de Hedningarna. Ahora, mientras escribo esta columna, escucho su música como fondo y forma, forma y timbre, acaso inspiradores. Al parecer, Schiller olía una manzana para ponerse a escribir. Y a otros les da por escuchar músicas nórdicas. Cada cual tiene sus obsesiones. Dolkaren (o el puñal) se me clava en las entrañas y me sume en un estado cuasihipnótico. La fuerza salvaje, mágica, embriagadora que se desprende de sus danzas tribales me eriza todos los pelitos. Qué delicia. Y es que uno, en el fondo de su esencia, es un mono, aunque no sea más que un mono vestido y amaestrado, acostumbrado incluso a convivir con el resto de los monos en un espacio que suponemos cultural, y por ende postizo. Uno, que vive embebido en este zoo humano, no debe salirse nunca de la raya. Ni siquiera pisarla. Es conveniente guardar las formas en todo momento. Pero, en realidad, sabemos que somos monos a los que nos entusiasma escuchar el tam-tam de la selva, la llamada musical de los montes sagrados. Y en cuanto podemos nos adentramos en el arboleda encantada de la música. La música como musa y amante en quien creemos y confiamos. La música como espacio selvático en el que uno puede llegar a ser lo que es. Sólo puedo creer en una diosa que sepa bailar, como bien nos anunciara Nietzsche. Sólo puedo creer en una diosa dionisíaca y apolínea, que no es sino la música. A los Hedningarna tuve la ocasión de escucharlos en un concierto que dieran hace algún tiempo, no recuerdo el año exacto, en el Teatro Emperador, y desde entonces quedé cautivado. Su música suena y huele a bosque habitado por walkirias atractivas, sensuales, hermosísimas. Esas walquirias, cuyos movimientos seductores y atrevidos, nos invitan a cometer los mayores desenfrenos.

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