Diario de León

FRAGUA DE FURIL Manuel Cuenya

Vivir en provincias

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León

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Vivir en provincias, amar en Madrid, morir en provincias, vivir en Madrid, amar en provincias, morir en Madrid. Vivir en provincias da como cierta serenidad al espíritu y relajación al cuerpo. Uno puede llegar a vivir toda una vida, incluso una vida centenaria, sin tener conciencia de haber vivido tanto tiempo, una vida sin grandes sobresaltos y sin grandes ilusiones, en medio de un espacio poco estimulante en muchas ocasiones, un espacio percibido, al menos, como tal. Vivir en provincias, a pesar de la tan cantada globalización, te deja como fuera de juego, o fuera de campo, y te sitúa en un espacio mítico, eterno, bucólico, en el que todo puede suceder y nada sucede. Como si el tiempo estuviera parado. Tiempo de relojes olvidados, abandonados a su suerte, como los que aún se pueden ver en la estación de autobuses de Ponferrada. Ponferrada, ciudad-pueblo, pueblo-ciudad que aspira a convertirse en una metrópoli con tintes poéticos, rítmicos, cinematográficos, más allá de cualquier duda. Vivir en el Bierzo no es grave ni difícil, siempre que te adaptes a las circunstancias, aunque a veces uno se siente como fuera del mundo, fuera de onda, alejado de la supuesta vorágine vertiginosa hacia los abismos de pasión. Da la impresión de que uno estuviera subido encima de una columna cual si se tratara de Simón del desierto de Buñuel o apartado como San Genadio en el Valle del Silencio, el silencio prolongado de la eternidad. El Bierzo, en realidad, no está alejado de Madrid. Mas no siempre resulta fácil viajar a la capital para darse una vueltecita o para pachanguear, nomás. La voluntad, dicen las lenguas, lo puede todo. Y el dinero aún más. Cuando uno es voluntarioso, cuenta con suficiente guita y dispone de tiempo, deliciosa sangre impagable, uno puede recorrer el corto y/o largo espacio que nos separa de la capital española, y ponernos allí en un momento. Este pasado fin de semana, al final, logré salir de la "olla" berciana en busca de estimulación musical. La música me tiene sorbido el cerebro. A uno, en verdad, le hubiera gustado ser músico. Yann Tiersen, conocido por la banda sonora de la película Amélie, nos entusiasmó con su virtuosismo de chavalín prodigio. Tiersen, tras un aspecto de tímido y joven rebelde, nos introdujo en el esplendor francés, en la "belle époque" parisina, aquel París que viviera Toulouse-Lautrec, ese Montmartre artístico en el que los enamorados, las putas y los turistillas conviven en un armónico delirio de sensaciones, en una perpetua convulsión de sentimientos. Hay días en los que a uno le gustaría vivir/amar en Madrid, y otros en los que darías cualquier cosa por volver a la ciudad de la luz.

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