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EL MOLÍN AMPUERO Manuel Cuenya

Desarrollo rural, cebada al rabo

Publicado por
León

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Ni el Leader ni cristo bendito, en su excelencia de hombre justo y todopoderoso, lograrán salvar a algunos pueblos bercianos de su muerte. Esta bien podría ser la "Crónica de una muerte anunciada". Como el título de aquella archiconocida novela de García Márquez. Que a nadie nos pille por sorpresa, y que nadie se engañe ni pretenda engañarnos. Seamos realistas y veamos el mundo con ojos críticos, razonadores, verdaderos. En un período de veinte, quizá treinta años, nomás, muchos de nuestros pueblos se habrán convertido en fantasmas. Pura fantasmagoría literaria. Nostalgia de fotografía, sobre todo ahora que las exposiciones de fotos están de moda. Los viejecitos no paran de estirar la pata por estos altos pagos -así de cruel es esta vida/muerte- y no hay rapaces que nazcan y crezcan en las riberas bucólicas de nuestra infancia. Y los que hay ahuecan el ala en cuanto pueden, emprendiendo un vuelo dulce y apasionado, casi siempre en busca de nuevos y alentadores horizontes. Aunque las ilusiones y nuestros sueños sean muchos, también Santiago Nasar, el protagonista de la historia que nos relata García Márquez, había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. Algo parecido comienza a ocurrirnos a nosotros, personajes de cuento, seres que habitamos un espacio mágico, hiperrealista. Por el momento y por fortuna -demos gracias a nuestros papás y ancestros varios-, somos felices en el sueño o en el cuento, pero cuando nos despertemos, y algún día nos despertaremos, supongo, entonces nos sentiremos cagados. Quien con engañifas se acuesta cagao se levanta, se oye decir por ahí "alante". Hace tiempo que nos prometen el "morro" y luego el oro -la tan ansiada ínsula barataria-, pero nada se ha visto. Ni se llegará a ver. Una gran parte de los pueblos del Bierzo Alto, y muchos otros de los Ancares, están condenados a su desaparición. La globalización imperante aspira a tener controlado a todo el mundo. Que no se mueva ni la rama de un árbol. Tendemos hacia el control absoluto. Y eso de vivir en pueblos perdidos, entre cuatro o cinco vecinos, no tiene razón de ser, según algunos gerifaltes. Cuesta muy caro. Es mejor tener atado y bien atado al rebaño, mientras los corderitos pacen desconsolados en los parques urbanos. Lo más divertido y fascinante de este pretendido desarrollo rural tal vez sean esos viajes a Laponia, Suecia o la Provenza francesa que algunos alcaldes bercianos desean realizar. Que todo sea por el desarrollo.

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