Los poblados del carbón
La barriada del cantero y el lagarto y el laurel mojado en agua bendita
Los nuevos dueños de las viviendas mineras de Tremor de Arriba crean comunidades para restaurar los edificios Una empresa planea un hotel rural y dos murales mineros cambian la fotografía del pueblo
El lagarto está en una pared, junto una libélula y un dinosaurio. El laurel cuelga de las puertas de algunos de los pisos levantados hace seis décadas en Tremor de Arriba, cuando la minería era el motor de crecimiento del pueblo, para alejar el mal fario. Y el cantero se llama Gerardo Touceda Pena y en el año 1957 vino al Bierzo Alto desde Galicia para participar en la construcción de los siete bloques de viviendas que promovían las empresas mineras de la cuenca porque no tenían donde alojar a sus trabajadores.
Y aquí se quedó. Aquí se casó y ha tenido hijos y nietos. Aquí dejó la albañilería por el carbón y se convirtió en barrenista hasta que se jubiló, enfermo de silicosis. Y aquí juega todas las semanas cien euros a la lotería —«es mi único vicio», decía el sábado a este periódico después de contar que hace algo más de cuarenta años le tocaron siete millones y medio de pesetas— hasta el punto de que no se pierde ningún sorteo por la radio desde su finca en las afueras. Casi es algo sagrado, dicen dos de sus hijas mientras Gerardo —que está a punto de cumplir los 86 años, se apoya en un bastón y a pesar de su silicosis no deja de cubrirse la boca y la nariz con una mascarilla—se despide del periodista un poco apurado y se sube a su furgoneta para conducir un kilómetro hasta la finca porque faltan unos minutos para el sorteo semanal que radian a la una de la tarde. Y no quiere perdérselo.
Gerardo Touceda, en el centro, posa con sus hijas, su yerno y el alcalde de Igüeña, Alider Presa, derecha, a los pies del mural de Asier Vera y Víctor Aka_mus en el bloque donde vive. L. DE LA MATA
De todas las formas posibles de contar la historia de una barriada minera que a diferencia de otros poblados de su entorno ha esquivado la ruina y la piqueta para renacer con nuevos propietarios, el hilo del que tira el periodista empieza otra vez con una vieja fotografía en blanco y negro, tomada en torno a 1960 y donde se aprecia un cementerio que ya no existe al pie de las nuevas viviendas; sigue con el ‘vicio’ de un jubilado que terminó viviendo en la misma casa que construyó; continúa a los pies de dos murales inmensos, dos lienzos mineros recién pintados a todo color por tres grafiteros de renombre —Asier Vera, Víctor Aka_mus y David Dadospuntocero —; y acaba con las ramas de laurel mojadas con agua bendita que cada Domingo de Ramos renuevan las mujeres en las puertas de algunos de los pisos de 65 metros cuadrados.
La fotografía en blanco y negro, una vista de Tremor rescatada por Vicente Crespo, el dueño del último bar abierto en el pueblo sin minas —y llegó a tener más de treinta locales, un cine, un salón de baile y dos discotecas— está a la venta por cinco euros al otro lado de la barra. Si uno se fija un poco se puede apreciar el cementerio y la iglesia antigua, medio tapados por una casa blanca. En pocos años los feligreses mudaron su devoción al salón parroquial del pueblo y a la iglesia actual de San Juan Bautista, se llevaron a los difuntos a otro camposanto y siendo alcalde de Igüeña Laudino García derribaron el templo antes de que se cayera solo, allá por los años ochenta, según cuentan Crespo y el sucesor del regidor, Alider Presa, en la terraza del Bar Eliseo junto a César Mato, yerno del ‘canteiro’ jubilado que a esas horas ya debe haber escuchado el sorteo de la lotería por la radio.
El lagarto y la libélula en el mural sobre el Carbonícero pintado por Dadospuntocero. L. DE LA MATA
Donde reposaban los muertos se erige desde hace unos años la estatua de un minero barrenando una roca. Y en el lugar donde Gerardo Touceda se casó con Felisa Fidalgo para echar raíces en Tremor, la plaza del Minero se ensancha hacia la plaza de la Libertad. El espacio, con un nombre tan simbólico, se ha convertido en un rincón para la memoria. En los muros de contención de la ladera afloran estructuras que recuerdan que la última Marcha Negra para salvar lo insalvable, la minería del carbón, pasó por aquí en 2012. También hay martillos de barrenar y cascos con linterna, tres placas que recuerdan al antiguo alcalde y a dos pedáneos, y un reloj de sol con una leyenda grabada en una pieza de pizarra que dice más de lo que parece. «Al salir del tajo eres alegría», se lee. Y no es difícil imaginar el ambiente callejero que tendría en los años setenta y ochenta ‘el pueblo de los mil mineros’ y los treinta bares.
Hoy, los tres mil quinientos habitantes con los que llegó a contar Tremor de Arriba se han quedado en no más de trescientos cincuenta censados, la mitad residentes reales. Pero hoy es sábado, el Bar Eliseo sigue abierto y Gerardo Touceda, que nació en la parroquia coruñesa de Zas, en Negreira, se juega ocho décimos de lotería. Hijo de un cantero, su padre falleció cuando tenía cinco años y aprendió el oficio de otro maestro. A los 12 ya trabajaba como un hombre. «Casi no podía con las piedras», recuerda en una mezcla de gallego y castellano. Y a los 22 llegó a Tremor para edificar las viviendas mineras junto a un grupo de obreros reclutados en Galicia.
César Mato, en el salón del piso que le ha comprado a una de sus hijas por 3.800 euros. L. DE LA MATA
Gerardo Touceda, en uno de los pisos todavía sin restaurar. L. DE LA MATA
«Hasta donde yo sé —cuenta Alider Presa—las empresas mineras pidieron un crédito al Instituto de la Vivienda para construir pisos con baño y agua corriente, que era un lujo, pero dejaron de pagarlo y los edificios nunca llegaron a existir administrativamente». Las empresas, cuenta el alcalde, alojaron a sus mineros en una barriada sin registrar. Y ahí nació el limbo legal en el que se mantuvieron durante décadas los seis bloques con 162 viviendas; el séptimo lo derribaron y ahora hay un parque infantil en su solar. Sin títulos de propiedad, la compra-venta de los pisos se hacía en dinero negro o en trueques, sin registro notarial. Hasta que en 2007, Presa accedió a la alcaldía y se propuso regularizar la situación de la barriada, que había quedado en manos de la Junta de Castilla y León y después en las del Ayuntamiento. «Yo me sentía como un okupa que quería pagar por su piso y no podía», cuenta César Mato, casado con Vicki Touceda, una de las hijas del cantero reconvertido en barrenista.
Los grafitis del carbón
El resto es la historia de un éxito. El Ayuntamiento inscribió los edificios como si fueran una obra nueva, tasó en 3.800 euros cada vivienda de 65 metros y ofreció a sus ocupantes la posibilidad de comprarlas. «Unos lo hicieron, otros se fueron voluntariamente, y otros consideraron que esas casas eran suyas y se negaron», narra el alcalde, que vio cómo los más descontentos, y pesar de que los tribunales le habían dado la razón al Ayuntamiento, destrozaban sus pisos antes de marcharse. «Tuvieron que pagar más de lo que valían las viviendas», añade Presa.
La siguiente fase fue anunciar la venta de los pisos que quedaban fuera de Tremor. La noticia saltó de los medios locales a las televisiones de ámbito nacional y la localidad comenzó a recibir a personas interesadas en comprar una segunda vivienda a bajo precio. En el verano de 2019 «el pueblo parecía el que fue en los años ochenta», cuenta Vicente Crespo. «Había un turismo inmobiliario», resume Presa. Así es como en pocos meses vendieron las últimas sesenta viviendas. «Hoy no queda ninguna libre y han comprado aquí gente de Madrid, del País Vasco, de Extremadura, de Galicia, de Baleares y Marbella», añade el alcalde. Y cuenta que entre los compradores hay una empresaria de turismo rural de Málaga que ha adquirido la mitad del bloque en la calle El Escobalón donde todavía se mantiene abierto un pequeño cuartel de la Guardia Civil y donde vive al menos una familia de la Benemérita.
Tremor de Arriba, hoy, con el mural de Asier Vera en el edificio del centro de la imagen . L. DE LA MATA
En ese bloque llama la atención un mural del artista Dadospuntocero que recrea una escena del Carbonífero. El lagarto, el dinosaurio y la libélula recuerdan al periodo en el que se formó la antracita que extraían de la cuenca. Y en el bloque del cantero en la calle Veiciellos, son Asier Vera y Aka_mus los que han pintado a un minero en la penumbra de una galería bajo una montaña donde se distingue uno de los teleféricos que llevaban el mineral hasta el cargadero ferroviario de Brañuelas. Los dos murales, cuenta Alider Presa, forman parte del plan del Ayuntamiento para adornar con escenas de la minería del carbón, ahora que solo es un recuerdo, cada uno de los ocho pueblos del municipio de Igüeña.
Felisa Fidalgo, asomada a la ventana de su casa en uno de los bloques de viviendas mineras. L. DE LA MATA
El milagro de Tremor de Arriba
Y llega el final. Asomada a la ventana de su casa, Felisa Fidalgo observa cómo el periodista entrevista a su marido, a punto de salir para la finca donde escucha la radio. ¿Y esas ramas de laurel en las puertas?, le pregunta el redactor. «Son para que no entre ningún mal en la casa», acierta a decir entre sonrisas, porque la ventana está lo suficientemente elevada como para no preocuparse por la mascarilla. Y viendo el tejado recién restaurado del edificio, donde se ha constituido una comunidad de vecinos que prepara una derrama para invertir cien mil euros en arreglar la fachada —se reunirán en agosto, cuando lleguen los ‘madrileños’— y viendo el esplendor del mural minero de Asier Vera, que ha cambiado la fotografía en blanco y negro del pueblo por una en color, le entra a uno la tentación de escribir que el agua bendita, más que la lotería, ha obrado un milagro en Tremor.