Diario de León

LA GAVETA César Gavela

María, Felicidad, Josefa

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León

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Este año de 2002 ha sido muy duro para mi familia. El año de las muertes. Del final de la memoria de un tiempo que ya era nuestro incluso cuando nosotros, hijos y nietos, no existíamos. Quiero evocar ahora a tres tías de mi sangre, las tres nonagenarias, que fallecieron en este año y con quienes tuve un trato más bien remoto, ya desde la niñez, y que fueron para mí un territorio difuminado pero también confortable. Yo sabía que estaban por ahí, que no morían nunca, que vivían lejos y que cada una de ellas era el centro de un clan familiar. Mis tres tías María Gavela Gavela, Josefa Gavela Gavela y Felicidad Rodríguez Gavela nacieron en El Bao, una arriscada aldea del sur de Asturias rodeada de bosques, arroyos y prados formidables. A partir de ahí sus vidas fueron algo diferentes. María Gavela resistió en la aldea muchos años, y regentó allí un comercio-bar con su esposo, hoy felizmente vivo, donde buena parte de los clientes acudían a caballo. Era un recinto del Far West donde se vendía de todo un poco y se jugaba a la baraja. Ya mayor, mi tía María bajó a Ponferrada, y aquí tuteló los pasos de su prole. En la avenida de Valdés. En la misma avenida, más al centro de su curso, vivió casi toda su vida mi tía Felicidad, que llegó a Ponferrada hacia 1930 y que se casó con un hombre republicano y comerciante que era hermano de unos personajes fabulosos, exiliados o emigrantes en la Argentina, a quienes tuve la gran suerte de conocer en Valencia en 1976: Manolo y Floro. Uno de ellos -Manolo- había sido el secretario del líder sindical asturiano Belarmino Tomás. De mi tía Felicidad guardo unas pocas imágenes dispersas y todas son de luto y de sosiego. De una ternura de montaña. También en la avenida de Valdés, muy cerca de mi tía Felicidad, vivía mi tía Josefa, fallecida en las pasadas fiestas de la Encina. Mi tía Josefa lo era por partida doble: tía carnal y tía abuela. Fue la más urbana de las tres tías venerables que se han ido, la más moderna, y la traté más que a las otras porque era la madre de mi madrina amén de la suegra de dos yernos de bien. Del abogado Luis Soto, que también murió este año, y que era un hombre muy cordial y afectuoso; y de Roberto Freijo, una persona muy noble y para mí mítica porque era el que contrataba las películas de todos los cines de Ponferrada cuando yo era niño. Descansen en paz mis tías. Con ellas también han muerto muchos recuerdos, dibujos, risas, ilusiones y noticias de mis padres, de mis abuelos. Mientras ellas estaban aquí, esa memoria continuaba viva aunque yo no la supiera. Y sentía que con eso me bastaba.

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