Diario de León

Los fantasmas de la despoblación en el Bierzo Oeste

El último hombre en la aldea de ‘As Bestas’

El ganadero Sergio Cela vive desde hace 27 años solo en Quintela, el pueblo de Barjas donde acaba de concluir el rodaje de la nueva película de Rodrigo Sorogoyen «Que arreglen la carretera», pide

El ganadero de 65 años Sergio Cela, último habitante de Quintela, ayer en uno de los establos del pueblo donde guarda sus vacas y terneros. Derecha, el iluminador Alex Sandes. L. DE LA MATA

El ganadero de 65 años Sergio Cela, último habitante de Quintela, ayer en uno de los establos del pueblo donde guarda sus vacas y terneros. Derecha, el iluminador Alex Sandes. L. DE LA MATA

Ponferrada

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Alguien ha escrito que Rodrigo Sorogoyen , el director de la exitosa serie Antidisturbios, expone los demonios de la España Vacía en su nueva película, una historia de violencia rural titulada As Bestas (Las Bestias) y rodada en escenarios naturales del Bierzo Oeste y de Galicia. Los demonios de Quintela , la aldea del municipio de Barjas donde el equipo de rodaje levantaba ayer el campamento después de tres meses de trabajo, si los hay, no se dejan ver a la luz del día. Y los de Sergio Cela, el último habitante del pueblo, si los tiene, no se los enseña al periodista que ha subido a verle desde las nieblas de Ponferrada para hablar con él, diez años después de que apareciera en un reportaje sobre la despoblación de Barjas, ahora que todo el mundo habla de la película de Sorogoyen.

Porque es Sergio Cela —ganadero de 65 años, soltero, aficionado a la caza cuando no está con su rebaño de 27 vacas y conocido en todo el municipio como El Quintelo — el protagonista de estas líneas, antes incluso que la película donde se le verá en algunos planos. Sergio Cela, que hace 27 años que vive solo, y la pésima carretera de Quintela , donde en septiembre estuvo a punto de despeñarse uno de los camiones del equipo de Sorogoyen que trasladaba parte del material. Sergio Cela y el consultorio médico de Barjas, donde el Ayuntamiento tiene preparada una inversión de 50.000 euros para instalar un ascensor que no se atreve a ejecutar porque todavía no han visto —afirma el alcalde, Alfredo de Arriba— al nuevo médico que debería atenderlo. Sergio Cela y con él las noventa personas, no más, que pasan el invierno en la docena de localidades de uno de los ayuntamientos más despoblados de la provincia de León (apenas 172 personas censadas, según los datos de la Diputación) y que ha visto en la película de Sorogoyen una oportunidad de llamar la atención. «Si esto sirve para que arreglen la carretera me conformaba», le dice al periodista el último vecino de Quintela, vestido con un jersey de cremallera, la cabeza cubierta con una gorra porque en la montaña no se asomaba ayer la niebla y lucía un sol espléndido.

Sergio Cela alimentaba ayer a su ganado en uno de los establos de Quintela. L. DE LA MATA

Nadie que circule por la carretera que conduce a la aldea puede decir que no esté avisado de los baches. ‘Firme en mal estado. Circulen con precaución. Disculpen las molestias’, advierte un cartel a la salida de la población de Vegas do Seo. Y con precaución han circulado las furgonetas y los camiones, incluido el potente Pegaso del generador eléctrico, que desde septiembre han subido una y otra vez al pueblo. Uno de los últimos transportes fue el lunes un pequeño rebaño de ovejas traídas desde Dehesas y necesarias en una escena.

El último de Quintela
«Internet lo llevo en el móvil, con datos, pero no me defiendo», dice el último vecino de la aldea

Sobre el cuidado de la carretera, Sergio no se muerde la lengua. «Algunos inviernos pasan cinco o seis días y no viene nadie a quitar la nieve. Y en estos días, sin haber nieve han venido. No sé si hay que echarle la culpa al alcalde o a la Diputación», suelta en presencia del regidor, que sirve de guía al periodista. Y de Arriba, por alusiones, deja claro que la carretera y su mantenimiento son cosa de la Diputación, que ayer, todo hay que contarlo, enviaba algunos operarios para echar sal en las carreteras del municipio después de una de las primeras heladas de la temporada. Durante la subida a Quintela en todoterreno, De Arriba no había dejado de lamentar el estado de la carretera. «¿Quién va a venir aquí con estos baches?», se quejaba.

Sergio Cela, durante el paseo por Quintela . L DE LA MATA

Mientras los técnicos de iluminación recogen su material, repartido en distintos cobertizos y furgonetas por todo el pueblo, y a la espera de desmontar los contenedores que han albergado el comedor para un equipo de entre 50 y 70 personas, dependiendo de las necesidades del rodaje, Sergio Cela pasea con el periodista y el fotógrafo de Diario de León y les enseña algunas de las vacas y los terneros de los que vive, y el toro semental que emplea para cubrirlas. «Aquí solo estoy a trabajar y a dormir», cuenta. En cuanto la faena le deja, coge el todoterreno y se va a Villafranca o a Trabadelo, o de caza, en un grupo con una veintena de aficionados, dice. El pasado domingo, por ejemplo, estuvo todo el día fuera de Quintela con la escopeta, ya tenía ganas. Pero no lograron cazar a ningún jabalí.

Pésima carretera
«La carretera ha sido una tortura diaria», se queja el jefe de Iluminación de la película, Alex Sandes

Cela obtiene sus ingresos «de la subvención por el ganado» y de la venta de la carne de los terneros, de los que recibe entre 500 y 600 euros por pieza. ¿Suficiente? «Me apaño», afirma.

En Quintela hay media docena de casas arregladas. La de Sergio Cela no es de las mejores —su vecino ocasional Luis Arriba invirtió 36.000 euros en 2017 para reformar la suya— pero tiene instalada una antena parabólica que le permite ver los 33 canales de la TDT. No hay internet en Quintela, ni Cela tiene ni la edad ni la costumbre. «Internet lo llevo en el móvil, con datos, pero no me defiendo con él», reconoce.

Durante tres meses ha convivido con los técnicos de la película, el reparto y el director. Y se le ve satisfecho cuando cuenta cómo Rodrigo Sorogoyen, uno de los nuevos talentos del cine español, subió hasta Quintela, mucho antes del rodaje, para pedirle permiso. Cela también aparecerá en alguna escena del film, si el montaje lo respeta.

 

—¿Y tienes alguna frase en la película?, le pregunta el periodista. Sergio niega con la cabeza. Uno de los técnicos que recogen los equipos le llama desde una ladera. Y se acerca para preguntarle si quiere que le dejen montada la caseta donde han guardado a las ovejas de Dehesas. Pero Sergio, que tiene al ganado repartido por algunos edificios vacíos del pueblo y un establo, prefiere que le dejen el material apilado.

Un cartel avisa del mal estado de la carretera. LDM

Cuando la película esté terminada, Sergio está invitado al estreno en Madrid. Y el ganadero, hijo único de Argentina García, que murió hace 27 años, y de Jeremías Cela, que se fue hace ya 45, se le ve dispuesto a calzarse unos zapatos de vestir — «no voy a ir con las botas»— para viajar por primer a vez más allá de Valladolid. La otra ciudad grande que ha visitado es La Coruña. Allí fue donde hace veinte años vio por primera vez el mar, pero no le impresionó «porque ya lo había visto en televisión».

Lo técnicos de iluminación de la película de Sorogoyen recogían ayer material en el pueblo. LA. DE LA MATA

Un enorme camión Pegaso ha servido para mover el generador eléctrico que ha alimentado los equipos del rodaje. C. F. C

Cela se quedó solo en Quintela cuando murió su madre, el mismo año que su último vecino, Felicio San Pedro, hizo las maletas y se fue a vivir, ya jubilado, a la casa que se había construido en Camponaraya. El redactor está a punto de preguntarle si no se le hacen las noches largas en invierno, aislado por la nieve, pero no le da tiempo. «No me hace falta ninguna mujer para dormir», le suelta Sergio de repente.

—¿Y eso?

«Eso no te lo explico».

Y antes de subir de nuevo al todoterreno del alcalde y regresar al país de la niebla, que ayer comenzaba en San Fiz do Seo y se extendía hasta el Montearenas, el periodista le pregunta a Sergio Cela, el último hombre que vive en la aldea de As Bestas , si le molestaría que apareciera su apodo en esta crónica. «Me puedes poner El Quintelo en el periódico, sí. Y si me pones guapo también», responde con una carcajada, a punto de quedarse solo otra vez con los demonios de la montaña.

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