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Publicado por
León

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Estoy en condiciones de afirmar que no tengo nada en contra de los animales, más bien al contrario, la mayoría de ellos me resultan hermosos y simpáticos. Me gusta, divierte y disfruto verlos corretear, supongo que felices, por espacios abiertos y sin puertas que frenen su instinto animal y me aflige la falta de libertad a que están expuestos cuando tienen que compartir por decisión unilateral de sus dueños las, cada vez más, reducidas dependencias de sus viviendas sin importarles el tamaño real del bicho. Particularmente considero que los animales más sufridos, quizá por el tópico de que ser los mejores amigos del hombre, son los perros. Los adelantos farmacológicos e higiénicos permiten una convivencia saludable con los perros pero, al mismo tiempo, le hacen perder la naturaleza innata del animal; así el olor del perro se camufla, por arte y magia de perfumes, para que nos resulte más agradable; el pelo del perro se lava, cepilla y abrillanta para que luzca en todo su esplendor y resulte más suave al tacto, e incluso se intenta que el comportamiento del perro cada día se asemeje más a la de los humanos, ¡pobres bichos! con los graves inconvenientes que ello puede acarrear, olvidando los impulsos de su propia raza y que quedan parcialmente disminuidos y sometidos a la rienda de su amo. Los perros duermen cuando lo hace su dueño, se levantan al mismo tiempo y cual niños pequeños demandan también caca y pis y sus amos, avispados ellos, abren las puertas de sus casas y permiten, confundiendo el negro asfalto con la verde campiña, que el animal vaya depositando sus excrementos a lo largo del pavimento con el consiguiente cabreo para el viandante, despistado, una vez metida la suela del zapato en semejante alfalfa. Creo que va siendo hora de que empecemos a plantearnos una nueva forma de vivir, mejor dicho, de morada y conseguir determinadas comodidades para que los animales de compañía, perros en este caso, disfruten de una intimidad que hasta el momento no poseen. Es decir, pensemos en acondicionar las viviendas de forma diferente. Tiene que imponerse dejar un habitáculo específicamente preparado para que el perro haga sus necesidades en familia sin que el rubor cubra su cara por exponer sus vergüenzas ante las miradas ajenas y, de paso, evitar escuchar las palabras mal sonantes que unos cuantos profieren al tropezar con esos montoncitos mal olientes producto de su desahogo intestinal. Y no crean, no es ninguna coña marinera es que estoy hasta las narices de meter el pie en sitios indebidos.