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LA GAVETA César Gavela

El mago de la Nochebuena

Publicado por
León

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Mi primo José Gavela, célebre en tiempos porque fue el forofo más acendrado de la Deportiva Ponferradina, el que con más energía y algún que otro paraguazo recriminaba al árbitro injusto sus errores; mi primo José Gavela -continúo-, que me regaló hace muchos años una vara de roble del bosque de Muniellos, vara que él repujó y que aún guardo en mi estudio, era el mago que anunciaba la Nochebuena. José trabajaba en el pequeño almacén de coloniales que mi padre y sus dos hermanos regentaban en el último tramo de la avenida de España, cerca ya del puente de los trenes. José cumplía las tareas más duras y siempre de buen humor. Uno de sus cometidos consistía en ir hasta la estación del Norte con una bicicleta articulada con un remolque. Algunas veces me dejaban ir con él. Yo me subía en el remolque y era el niño más feliz del mundo durante el breve trayecto. José Gavela era por entonces un hombre joven, pero lo curioso es que ahora cuarenta años más tarde, todavía lo sigue siendo porque no ha perdido del todo un aura de lozanía en la que parece rebotar el tiempo. Por algo su padre llegó a centenario. Igual que Melchor, Gaspar y Baltasar, José Gavela sólo era rey mago una vez al año: en la mañana de cada 24 de diciembre en su caso, y sobre todo en los cinco minutos que mediaban entre su salida del almacén y la llegada al hogar. Más concretamente aún, en los dos minutos en que, locos de alegría, lo divisábamos mi hermano Carlos y yo desde la ventana de nuestro cuarto. ¡Allí viene!, decíamos a voces, y allí abajo avanzaba José Gavela con su gran canasto lleno de turrones y mazapanes, de almendras y de hojaldres, de botellas de vino, de licor y de cava y de muchas otras viandas habituales en las fiestas de la Natividad. Desde entonces, cada Nochebuena reaparece su recuerdo: esa imagen intemporal de José Gavela rodeada de remotos dulces, de anises prohibidos y de villancicos en la radio. Imagen de la propia calle, que entonces estaba empedrada, y algunos años cubierta de nieve. Imagen de los vetustos autocares que iban a Pombriego y al Barco de Valdeorras y que partían de la acera frente al portal. Por allí pasaba y pasa José Gavela con su cargamento de delicias, y siento ahora que todo cabía y cabe dentro de esos mimbres antiguos y resistentes: la ciudad y el mundo, el porvenir y la niñez, el amor y los viajes, el mar y los libros, y también el misterioso tejido de las palabras de los mayores, ya a la noche, durante la cena, palabras que evocaban hechos y gentes, emociones y sueños del Bierzo y de Asturias. Todo en el canasto del mago de la Nochebuena.

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