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Publicado por
León

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La Puebla de Ponferrada abarca muchas Pueblas menores, cada vez más, y la más antigua de todas es la Puebla de San Pedro, la que nació junto al puente ferrado y la vieja parroquia peregrina, y es la misma Puebla que se desvirtuó en la segunda mitad del siglo XX, cuando desaparecieron el templo y las viejas rúas, las tabernas y las tenerías, las plazuelas empedradas y la rústica y pobre orilla del río. La Puebla Norte, la de San Ignacio, es muy de los años sesenta, y surgió entre el rumor de los camiones y bajo las últimas ínfulas jesuíticas del nacional-catolicismo. Esta Puebla de San Ignacio, hoy mesocrática y docente, tuvo antaño unas fronteras generosas de huertas, acequias y senderos, justo donde ahora luce otra Puebla nueva, de parques y casas altas, de calles rectas y de muchos edificios públicos, lo que siempre conviene en estos tiempos de tanta privatización. La Puebla Grande es la del centro, aunque también se escora un poco hacia el oeste. Me refiero a la plaza de Lazúrtegui, a la avenida de España, a la propia avenida de la Puebla y, en general, a las calles que van desde Gómez Núñez hasta Dos de Mayo. En este escenario urbano lució la ciudad del Dólar, su reino de almacenes y cafés, de abogados y forasteros, de médicos y contables, de imprentas y tertulias, y en ella radica hoy el abolengo comercial de la urbe, aunque bien poco más. Dejo para el final a la Puebla Sur, la más veterana de todas tras la liquidación de la Puebla de San Pedro. Esta zona es hoy noticia porque acaban de remodelar la plaza de Abastos, su catedral popular de frutas y carnes, de panes y peces. La Puebla Sur es la Puebla castiza y aunque está cortada por el tajo moderno de la calle Pérez Colino, mantiene su sabor ruidoso y de paquetería. La Puebla castiza va desde la plaza del Cristo hasta la de Navaliegos, y su pulso se nota muy bien en la calle de los Hornos y en el Campillín, en el pasaje Matachana y en la cercana y al tiempo remota callecita de Felipe II, que seguro que muchos ponferradinos no conocen. La Puebla castiza sabe muy bien que sería poca cosa sin su templo laico de la plaza de Abastos y por eso todo el barrio anda gentilmente enredado en una rueda interminable de miércoles y de sábados, las fechas rituales en que todo el recinto luce su santidad de viandas y aromas, de charlatanes y curiosos, de mujeres y hombres, de ancianos y niños, y luego ya viene la tarde lenta y se cierran los comercios y se alumbran los bares y, exhausta y agotada, la Puebla castiza se viste de su color de villa berciana, de pueblo grande y pacífico que espera la noche y los feriantes del amanecer.