El pellejo de la osa que desgarró la cara del tío Perruca
Igüeña y el ILC rescatan la novela del fraile Benigno Suárez sobre la leyenda popular del indómito Josepín, que sobrevivió al ataque de una bestia
«¡Nu la pinches, on!, qui estrupeyas il pilleju!». El dicho popular aconseja no vender la piel del oso antes de cazarlo, pero en el caso del tío Perruca—el personaje indómito, tozudo y montaraz que una vez habitó en los montes de Igüeña— lo que le preocupaba era no estropear el pellejo de la osa moribunda que acababa de abatir de un disparo. Aunque el bicho peludo le hubiera desgarrado la cara de un zarpazo. Y por eso le pedía a su compañero de cacería Raposín,—en leonés de la zona— que no pinchara a la osa, no, aunque la fiera todavía se revolviera, porque la piel era lo importante.
A punto de cumplirse medio siglo desde que el fraile y misionero de Igüeña Benigno Suárez Ramos publicara en 1976 su novela El tío Perruca , el Ayuntamiento y el Instituto Leonés de Cultura de la Diputación han recuperado uno de los libros más curiosos de la literatura leonesa. Todo un acontecimiento para la zona donde vivió de verdad el legendario tío Perruca, el cazador José Pardo Crespo ‘Josepín’, que en breve reunirá a familiares y amigos de Benigno Suárez para presentar la reedición de la obra por todo lo alto.
Una osa herida no es ninguna broma. Así que al tío Perruca lo han comparado alguna vez con el personaje del trampero renacido que interpretó Leonardo di Caprio en la película de Alejandro González Iñarritu. A Hugh Glass, el cazador de la película, lo abandonaron a su suerte después de la pelea que mantuvo con un enorme oso grizzly en 1823. Y logró sobrevivir cuando le daban por muerto. El tío Perruca contó con la ayuda de su fiel Raposín (Pepín), que no lo dejó tirado, pero también estuvo a punto de no contarlo.
Y cuenta la novela de Beningo Suárez, basada en una historia real, que Perruca y Pepín se encontraban de caza en el Teso de los Molines cuando descubrieron a una osa ‘apañando’ arándanos junto a su cría. La fiera los vio también y avanzó hacia ellos para proteger al osezo. Y el tío Perruca, armado con una escopeta cargada con pólvora y el doble de cascotes de hierro que empleaba para los lobos, encendió la yesca, le dio fuego a la mecha, y aguardó con templanza a que el animal estuviera a poco menos de doce metros para dispararle «un morterazo» a bocajarro.
«¡Ya cayóuuuu... Pepínn!», exclamó entusiasmado cuando vio que la bestia se tambaleaba y la sangre le salía a borbotones. «Trae el cuchiello» le pidió al rapaz que le acompañaba en sus correrías por la montaña mientras se acercaba al animal abatido. Y así se descuidó Perruca, porque la osa, «a pesar de su agonía se puso en pie». El tío Perruca la abrazó entonces, como si temiera que se le fuera a escapar y la fiera moribunda le desolló la cara de un zarpazo «con aquellas garras como garfios acerados» y le dejó la piel colgando.
Perruca se aferró con más fuerza. «Y cuando los dos, hombre y bestia, forcejeaban para ver quién podía más y los dos chorreaban gran cantidad de sangre», llegó Pepín «con el cuchillo dispuesto a apuñalar a la osa».
Este es el momento de la famosa frase que ya forma parte de la intrahistoria de la cultura popular en los pueblos de Igüeña.
—¡Nu la pinches, on! qui estrupeyas il pilleju!
Al final, el forcejó no fue muy largo, la osa se desplomó, y con ella el tío Perruca, que acortó el sufrimiento del animal, ahora sí con el cuchillo, pero pinchándole en la traquea y la yugular, de oreja a oreja. Y como si fuera un personaje más de la novela, escribe esto Benigno Suárez para cerrar la escena: «Lástima que nadie le dijera: ¡Cuidado, tío Josepín, que los osos no son como los corzos que nada más darles el tiro hay atraparlos corriendo, pero a los osos hay que dejarlos que mueran solos!»