DE LA RUINA A LA PROTECCIÓN
Cuando la fiebre del fútbol resucitó al Castillo de Ponferrada
El intento de convertir la fortaleza en un ‘campo de coceo' hace cien años sirvió para que por fin la declararan Monumento Nacional
El fútbol empezaba a ser un deporte de masas y el Castillo de Ponferrada una ruina sin mayor interés —para más de uno—que la amplitud de la explanada de su patio de armas cuando hace ahora cien años trataron de convertir la fortaleza medieval en un campo de juego , o ‘de coceo» como se quejó la prensa de la época.
Y ya se había realizado un movimiento de tierras para allanar el patio y talado los almendros que por entonces daban sombra y fruto en el interior del recinto cuando en el mes de mayo de 1923, alarmado por el despropósito, el arqueólogo José María Luengo envió una carta a la Comisión Provincial de Monumentos de León para alertar de lo que ocurría y retomar la declaración de la fortaleza como Monumento Nacional. Esta es la historia de cómo la fiebre del fútbol, el mayor enemigo que tuvo el Castillo hace ahora un siglo, acabó por ser la vacuna que resucitó al recinto amurallado, edificado sobre una antigua encomienda templaria y reedificado por los Castro, los Enríquez y los condes de Lemos hasta acabar en manos de los Reyes Católicos y ser propiedad de la Corona antes de su abandono.
Porque el Castillo era del Estado cuando la recién creada Sociedad Deportiva Ponferradina, cuenta el historiador Vicente Fernández en su libro Ponferrada artística y monumental, (2011) solicitó un crédito al Monte de Piedad «para realizar las obras que convertirían el patio de armas de la fortaleza en un campo de fútbol».
El respeto por el Castillo no estaba tan extendido en aquella Ponferrada de hace cien años que entre mayo de 1915 y octubre de 1923 tuvo un alcalde, Cayetano Fernández Morán, que llegó a decir que de la fortaleza «lo mejor es que se lleven lo que sirva y el resto lo derriben». Ya en 1909, recuerda Vicente Fernández, se había derribado uno de los dos arcos del puente levadizo del foso, en lugar de apuntalarlo. Y añade el historiador que, además, se habían «arrancado puertas y ventanas y desmantelado sus torres en los años siguientes».
Pero hace cien años también había quién defendía el monumento medieval, como el arqueólogo y escritor nacido en Astorga José María Luengo. Fue Luengo quien el 6 de mayo de 1923, siendo alcalde todavía Cayetano Fernández, envió una carta a la Comisión de Monumentos Provincial de León donde llegó a calificar de «imbécil» al regidor de Ponferrada, según recoge el libro Vicente Fernández. «El alcalde aquí está montando el más fantástico plan de omnímodo cacique patrocinado por Don Rosendo López», advertía. Y recordaba Luengo a la Comisión que el Castillo era propiedad del Estado y «está propuesto para monumento nacional»
La hemeroteca de Diario de León revela que la Comisión de Monumentos había comunicado el 4 de mayo al Ministerio del que dependía la Dirección General de Bellas Artes que «el Ayuntamiento de Ponferrada está realizando diferentes obras de demolición y reconstrucción en el Castillo de aquella villa que perteneció a los Templarios (sic), con el objeto de establecer en el terreno que ocupa un campo de recreo». La Comisión no se atrevía a llamar «imbécil» al alcalde, pero pedía al director general Weyler «que se sirva ordenar la suspensión inmediata y absoluta de tales obras, de conformidad con lo dispuesto en la Ley y Reglamento vigentes sobre Excavaciones y Antigüedades». Y fundamentaba su petición con un argumento irrefutable; se tramitaba en el Ministerio un expediente para declararlo Monumento Nacional.
En una nueva misiva, Bellas Artes recordaba que ya en 1879 y en 1890 no se había logrado una resolución definitiva a la solicitud de la declaración. Y así fue como el intento de «convertir el alma de Ponferrada en campo de coceo» como lo definió la prensa de la época, derivó en una visita al Castillo de Ponferrada acordada por la Comisión de Monumentos en su sesión del 27 de mayo de ese año. Diario de León se hacía eco de estas cartas en su edición del 7 de junio.
También el Diario de León informaba el 9 de julio de la visita el día anterior de la Comisión al Castillo y a la Abadía de Carracedo, acompañados por el gobernador civil. El mismo alcalde que desdeñaba el Castillo cambiaba ahora de actitud. Informaba la Comisión que Cayetano Fernández les «dio toda clase de facilidades» y les «obsequió» con «un gran banquete al que asistieron el señor juez de primera instancia y los señores síndico y tenente de alcalde». Y así fue como, con el estómago lleno, los miembros de la Comisión y el gobernador civil regresaron esa misma noche a León «altamente complacidos tanto de la visita a las citadas obras de arte como de las atenciones del señor alcalde y demás autoridades».
Banquetes aparte, la declaración de Monumento Nacional ya era imparable y el 7 de febrero de 1924 se convertía en realidad, «con lo que se evitaba que el Ayuntamiento interviniera en sus fábricas», cuenta Vicente Fernández. Para entonces, Cayetano Fernández Morán había dejado de ser alcalde y el equipo de fútbol entrenaba en otra parte.
Tres pioneros que tomaron fotografías de la fortaleza
Está a punto de cumplir cien años una de las últimas imágenes históricas del Castillo de Ponferrada que se han hecho públicas, tomada en 1924, el año de su declaración como Monumento Nacional, por Winocio Testera. Pero el Castillo, con su geometría ruinosa y su leyenda templaria —aunque la fortaleza actual se edificara después de la marcha de los monjes guerreros— también atrajo a dos fotógrafos de la época. Fue el caso del ingeniero italiano Gustavo Luzzatti, nacido en Udine pero casado con una ponferradina, que tomó 14 fotografías de la fortaleza antes de que derribaran el arco en 1909 que aparecieron en el desván de un instituto de Burgos en 2012. Y también del coronel Godofredo Ballinas, que entre 1902 y 1904 tomó otras 26 imágenes estereoscópicas que Javier García Bueso, director de los Museos municipales de Ponferrada, dio a conocer en 2021.